En el vocabulario completamente renovado de los hombres de Iglesia,
algunas palabras han sobrevivido. Fe es una de ellas. Pero es empleada
en las más diversas acepciones. Existe, sin embargo, una definición de
la Fe que no se puede cambiar. A ésta es a la que debe referirse el
católico, cuando no entiende nada del discurso embrollado y
pretencioso que se le dirige.
La Fe es la adhesión de la inteligencia a la verdad revelada por el
Verbo de Dios. Creemos en una verdad que viene de fuera y que no es como
una especie de secreción de nuestro espíritu. Creemos en ella a causa
de la autoridad de Dios que nos revela. No hay que buscar en otra parte.
Nadie tiene derecho a robarnos esta fe para sustituirla por otra.
Vemos resurgir una definición modernista de la fe, condenada por San
Pío X hace ya ochenta años, y según la cual sería un sentimiento
interior. La explicación de la religión no sería preciso buscarla fuera
del hombre: “es, pues, en el hombre mismo donde se encuentra y, como la
religión es una forma de vida, en la misma vida del hombre”. Sería algo
puramente subjetivo, una adhesión del alma a Dios, Él mismo inaccesible a
nuestra inteligencia, cada uno para sí, cada uno en su conciencia.
El modernismo no es una invención reciente, no lo era siquiera en el
año 1907, fecha de la famosa encíclica; es el espíritu perpetuo de la
Revolución, que quiere encerrarnos en nuestra humanidad y poner a Dios
fuera de la ley. Su falsa definición sólo busca corromper la autoridad
de Dios y de la Iglesia.
La Fe nos viene del exterior y estamos obligados a someternos a ella.
“El que crea se salvará, el que no crea se condenará”, es Nuestro Señor
Jesucristo quien lo afirma.
Cuando yo fui a ver al Papa en 1976, me reprochó, con gran sorpresa
mía, que hiciera prestar un juramento contra él a mis seminaristas. Me
costó mucho comprender de dónde podía venir esto, pues evidentemente
alguien le había inculcado esta idea, con la intención de perjudicarme.
Después la luz se hizo en mi espíritu: se había
interpretado malignamente en este sentido el juramento anti
modernista que hasta ahora todo sacerdote estaba obligado a recitar
solemnemente antes de su ordenación y todo dignatario eclesiástico en el
momento de recibir su cargo. El mismo papa Pablo VI lo había prestado
más de una vez en su vida.
He aquí pues lo que dice este juramento: “Sostengo con toda certeza y
sinceramente profeso que la Fe no es un ciego sentimiento religioso que
brota de las tinieblas del subconsciente, bajo la presión del corazón y
la inclinación de la voluntad formada moralmente, sino un verdadero
asentimiento del entendimiento a la verdad recibida de fuera por la
cual creemos ser verdadero, por la autoridad de Dios, todo lo que ha
sido dicho, atestiguado y revelado por Dios en persona, nuestro Creador y
nuestro Maestro”.
El juramento anti modernista ya no se exige para ser sacerdote u
obispo; si se exigiera, todavía habría menos ordenaciones de las que
hay. En efecto, el concepto de fe está falseado y muchas personas, sin
pensar mal, se dejan llevar por el modernismo. Por esta causa aceptan
creer que todas las religiones salvan: si cada uno tiene una fe según su
conciencia, si es la conciencia la que produce la fe, ya no hay razón
alguna para pensar que una fe salva más que otra, con tal que la
conciencia esté orientada hacia Dios. Se leen afirmaciones como ésta en
un documento procedente de la comisión de catequesis del episcopado
francés: “la verdad no es ninguna cosa recibida, completamente hecha,
sino algo que se está haciendo”.
La diferencia de óptica es total. Se nos dice que el hombre no recibe
la verdad, sino que la construye. Pero sabemos –y nuestra inteligencia
nos lo afirma– que la verdad no se crea, no somos nosotros quienes la
creamos.
Pero ¿cómo defenderse contra estas doctrinas perversas que arruinan
la religión, dado que estos “habladores de novedades” se encuentran en
el seno mismo de la Iglesia? Gracias a Dios han sido desenmascarados
desde primeros de siglo de una manera que permite reconocerlos
fácilmente. No pensemos que se trata de un fenómeno antiguo, interesante
sólo para los historiadores eclesiásticos: Pascendi es un texto que se
creería escrito hoy, es de una actualidad extraordinaria y describe,
con una lozanía que nunca admiraremos suficientemente, a estos enemigos
del interior.
Helos aquí: “Cortos de filosofía y de teología serias, erigiéndose,
con desprecio de toda modestia, en renovadores de la Iglesia…
despreciativos de toda autoridad, incapaces de soportar cualquier freno.
Su táctica es no exponer jamás metódicamente y en su conjunto sus
doctrinas, pero fragmentarlas de algún modo, dispersarlas aquí y allá,
lo que se presta a hacerlos juzgar volubles e indecisos, cuando sus
ideas, al contrario, son perfectamente determinadas y consistentes… Tal
página de una obra suya podría ser firmada por un católico; volved la
página, creeréis estar leyendo a un racionalista… Reprendidos y
condenados, siguen su camino, disimulando bajo falsas apariencias
exteriores de sumisión una audacia sin límites… Si alguien tiene la
desgracia de criticar una y otra de sus novedades, por monstruosas que
sean, se echan sobre él cerrando filas; quien las niega es tratado de
ignorante, quien las abraza y las defiende es elevado hasta las nubes…
Una obra aparece respirando la novedad por todos sus poros, la acogen
con aplausos y gritos de admiración. Cuanta mayor audacia haya tenido un
autor al batir en brecha a la antigüedad, al minar la Tradición y el
magisterio eclesiástico, tanto más será tenido por sabio. En fin, si
llega el caso de que uno de ellos sea alcanzado por las condenaciones
de la Iglesia, los otros enseguida se apretujan a su alrededor, para
colmarlo de elogios y venerarlo casi como un mártir de la verdad”.
Todos estos rasgos corresponden tan perfectamente a lo que vemos hoy
día que se creerían escritos recientemente. En 1980, después de la
condenación de Hans Küng, un grupo de cristianos procedía delante de la
catedral de Colonia a un “auto de fe” como protesta contra la decisión
de la Santa Sede de retirar al teólogo suizo su misión canónica;
levantaron una hoguera sobre la cual echaron un maniquí y obras de Küng
“a fin de simbolizar la prohibición de un pensamiento valeroso y
honesto” (Le Monde). Poco antes las sanciones contra el P. Pohier
habían provocado otras revueltas: trescientos dominicos y dominicas
dirigían una carta pública de protesta contra estas sanciones; una
veintena de personalidades firmaban otro texto; la abadía de Boquen, la
capilla de Montparnasse y otros grupos de vanguardia, venían en su
socorro. La única novedad con relación a la descripción de San Pío X es
que ya no se disimulan bajo falsas apariencias de sumisión, se sienten
seguros, tienen demasiado apoyo en la Iglesia para seguir escondiéndose.
El modernismo no ha muerto, al contrario ha progresado y es pregonado.
Continuamos la lectura de Pascendi: “Después de esto no cabe
extrañarse si los modernistas persiguen con toda su mala voluntad, con
toda su acritud, a los católicos que luchan vigorosamente por la
Iglesia. No hay ninguna clase de injurias que no vomiten contra ellos.
Si se trata de un adversario cuya erudición y vigor de espíritu le hacen
temible, tratarán de reducirlo a la impotencia organizando a su
alrededor la conspiración del silencio”. Hoy día tal es el caso de los
sacerdotes tradicionalistas acorralados, perseguidos, de los
escritores religiosos y seglares de los cuales la prensa en manos de
progresistas no dice jamás una sola palabra. De los movimientos de
juventud también, apartados porque siguen fieles y cuyas edificantes
actividades, peregrinaciones u otras, permanecen desconocidas para el
público que podría, sin embargo, encontrar consuelo en ellos.
“Si escriben historia, buscan con curiosidad y publican con gran
alarde, bajo color de decir la verdad y con una especie de placer mal
disimulado, todo lo que les parece una mancha en la historia de la
Iglesia. Dominados por determinados prejuicios, destruyen, todo lo que
pueden, las piadosas tradiciones populares. Ponen en ridículo ciertas
reliquias, muy venerables por su antigüedad. Están en fin poseídos del
vano deseo de hacer que se hable de ellos; lo cual jamás sucedería,
ellos lo comprenden bien, si dijeran lo que siempre se ha dicho hasta
ahora”.
En cuanto a la doctrina de los modernistas, reposa sobre los puntos
siguientes, que se reconocen fácilmente en las corrientes actuales: “la
razón humana no es capaz de elevarse hasta Dios, no, ni siquiera para
conocer su existencia, por medio de las criaturas”. Siendo imposible
toda revelación exterior, el hombre buscará en sí mismo la satisfacción
de la necesidad de lo divino que siente y cuyas raíces se encuentran en
el subconsciente. Esta necesidad de lo divino suscita en el alma un
sentimiento particular “que une de algún modo al hombre con Dios”. Tal
es la fe para los modernistas. Dios es creado así en el alma y esto
constituye la revelación.
Del sentimiento religioso se pasa al ámbito del entendimiento que va a
elaborar el dogma: el hombre debe pensar en su fe, es una necesidad
para él, porque está dotado de inteligencia. Crea fórmulas, que no
contienen la verdad absoluta sino imágenes de la verdad, símbolos. Estas
fórmulas dogmáticas están en consecuencia sujetas al cambio,
evolucionan. “Así se abre el camino a la variación sustancial de los
dogmas”.
Las fórmulas no son simples especulaciones teológicas, deben ser
vivas para ser verdaderamente religiosas. El sentimiento debe
asimilarlas “vitalmente”.
Se habla hoy día de “vivir la fe”. “Para que ellas sean y
permanezcan vivas”, continúa San Pío X, “estas fórmulas deben ir
aparejadas al creyente y a su fe. El mismo día en que esta adaptación
cese, ese mismo día se vaciarían de golpe de su contenido primitivo: no
habría más solución que cambiarlas. Dado el carácter tan precario y tan
inestable de las fórmulas dogmáticas, se comprende de maravilla que los
modernistas las tengan en tan poca estima, cuando no las desprecien
abiertamente. El sentimiento religioso, la vida religiosa es lo que
tienen continuamente en los labios”. En las homilías, en las
conferencias, en los catecismos, se evitan cuidadosamente las “fórmulas
hechas”.
El creyente tiene su experiencia personal de la fe, y luego la
comunica a otros por la predicación, así se propaga la experiencia
religiosa. “Cuando la fe llega a ser común o como se dice ‘colectiva’
se siente el deseo de organizarse en sociedad para conservar y
acrecentar el tesoro común. De ahí la fundación de una iglesia. La
Iglesia es el “fruto de la conciencia colectiva, conocida por otro
nombre como el conjunto de las conciencias individuales: conciencias que
proceden de un primer creyente para los católicos, de Jesucristo”.
Y la historia de la Iglesia se escribe como sigue: al principio
cuando se creía aún que la autoridad de la Iglesia venía de Dios, se la
había concebido como autocrática. “Pero hoy en día estamos completamente
de vuelta. Así como la Iglesia es una emanación vital de la conciencia
colectiva, así, a su vez, la autoridad es un producto vital de la
Iglesia”.
Es necesario entonces que el poder cambie de manos y venga a la base. La
conciencia política ha creado el régimen popular, debe ser lo mismo en
la Iglesia: “Si la autoridad eclesiástica no quiere provocar y fomentar
un conflicto en lo más íntimo de las conciencias, debe doblegarse a las
fórmulas democráticas”.
Podéis comprender ahora, católicos perplejos, dónde el cardenal
Suenens y todos los teólogos alborotadores han ido a buscar sus
ideas. La crisis moderna está en perfecta continuidad con aquella
que agitó el final del siglo pasado y el principio de éste. Comprendéis
también por qué, en los libros de catecismo que vuestros hijos os llevan
a casa, todo empieza con las primeras comunidades que se formaron
después de Pentecostés, cuando los discípuclos sintieron la necesidad de
lo divino gracias a la conmoción provocada por Jesús, y vivieron
conjuntamente “una experiencia original”. Podéis explicaros la ausencia
de dogmas, la Santísima Trinidad, la Encarnación, la Redención, la
Asunción, etc., etc., en estos mismos libros y en los sermones. El texto
de referencia elaborado para la catequesis por el episcopado francés se
extiende sobre la creación de grupos que serán “mini-Iglesias”
destinadas a recomponer la Iglesia de mañana según el proceso que los
modernistas han creído leer en el nacimiento de la Iglesia de los
Apóstoles: “En el grupo de catequesis, animadores, padres e hijos
aportan su experiencia de vida, sus aspiraciones profundas, imágenes
religiosas, un cierto conocimiento de las cosas de la fe. De ahí se
sigue una confrontación que es condición de verdad, en la medida en que
pone en movimiento los deseos profundos de las personas y las compromete
realmente hacia las transformaciones inevitables que manifiesta todo
contacto con el Evangelio. Los frenazos son posibles. Es al término de
una ruptura, de una conversión, de cierta muerte cuando puede por gracia
efectuarse la confesión de la fe”. [¿Queda aún lugar para la verdad?]
Son los obispos quienes aplican abiertamente la técnica modernista
condenada por San Pío X! Todo se encuentra en este párrafo, releedlo con
atención: el sentimiento religioso provocado por la necesidad, las
aspiraciones profundas, la verdad tomando nacimiento de la
confrontación de experiencias, la variación de los dogmas, la ruptura
con la Tradición.
Para el modernismo, los sacramentos nacen también de una necesidad
“pues como se ha observado, la necesidad, el menester, tal es su
sistema, la gran y universal explicación”. Es preciso dar a la religión
un cuerpo sensible: “los sacramentos son (para ellos) puros signos o
símbolos, si bien dotados de eficacia.
Los comparan a ciertas palabras de las que se dice vulgarmente que
han hecho fortuna,porque ellas tienen la virtud de hacer brillar las
ideas fuertes y penetrantes que impresionan y conmueven. Es lo mismo que
decir que los sacramentos no han sido instituidos más que para
alimentar la fe: proposición condenada por el concilio de Trento”.
Se encuentra esta idea en Besret, por ejemplo, que fue “experto” en
el Concilio: “el que pone el amor de Dios en el mundo no es el
sacramento. El amor de Dios está actuando en todos los hombres. El
sacramento es el momento de su manifestación pública en la comunidad de
los discípulos… diciendo esto, yo no pretendo de ningún modo negar el
aspecto eficaz de los signos puestos. El hombre se realiza también
expresándose y esto vale tanto para los sacramentos como para el resto
de su actividad”.
¿Los libros santos? Son para los modernistas “la colección de
experiencias hechas en una determinada religión”. Es Dios quien habla
por medio de estos libros, pero el Dios que está en nosotros. Son libros
inspirados en sentido parecido a como se habla de inspiración poética;
la inspiración es asimilada a la necesidad intensa que tiene el creyente
de comunicar su fe por escrito: la Biblia es una obra humana.
En Piedras Vivas se dice a los niños que el Génesis es un “poema”
escrito un día por creyentes que “han reflexionado”. Esta
compilación, impuesta por los obispos de Francia a todos los alumnos
de catecismo, respira el modernismo en casi todas las páginas.
Hagamos un pequeño paralelo.
San Pío X: “Es una ley (para los modernistas) que la fecha de los
documentos no puede determinarse de otro modo que por la fecha de las
necesidades a las cuales la Iglesia ha estado sujeta sucesivamente”.
Piedras Vivas: “Para ayudar a estas comunidades a vivir el Evangelio,
algunos Apóstoles les escriben cartas, llamadas también Epístolas… pero
los Apóstoles han contado sobre todo de viva voz lo que Jesús había
hecho en medio de ellos y lo que les había dicho… más tarde cuatro
autores -Marcos, Mateo, Lucas y Juan- han puesto por escrito lo que los
Apóstoles habían dicho”. “Redacción de los Evangelios: ¿Marcos hacia el
setenta? ¿Lucas entre el 80-90? ¿Mateo hacia los años 80-90? ¿Juan por
el 95-100?”. “Ellos han explicado los acontecimientos de la vida de
Jesús, sus palabras y sobre todo su muerte y resurrección para iluminar
la fe de los creyentes”.
San Pío X: “En los libros sagrados (dicen ellos) se hallan bastantes
lugares, con referencia a la ciencia o a la historia, donde se constatan
errores manifiestos. Pero no es de la historia ni de la ciencia de lo
que estos libros tratan, es únicamente de religión y de moral”.
Piedras Vivas: “Es un poema (el Génesis) y no un libro de ciencia. La
ciencia nos dice que han sido necesarios millones de años para ver
aparecer la vida”. “Los Evangelios no cuentan la narración de la vida de
Jesús como se relata hoy un acontecimiento en la radio, en la
televisión o en el periódico”.
San Pío X: “No vacilan en afirmar que los libros en cuestión, sobre
todo el Pentateuco y los tres primeros Evangelios, se han ido formando
lentamente con adiciones hechas a un relato primitivo muy breve:
interpolaciones a manera de interpretaciones teológicas o alegóricas, o
simplemente transiciones y suturas”.
Piedras Vivas: “Lo que está escrito en la mayoría de estos libros
había sido primero explicado oralmente de padre a hijo. Un día alguien
lo escribió para transmitirlo a su vez y a menudo lo que escribió fue
reescrito por otros, por otras gentes todavía… 538, dominación de los
persas: la reflexión y las tradiciones se convierten en libros. Esdras,
hacia el 400, colecciona (diversos libros) para hacer la ley o
Pentateuco. Los rollos de los profetas son compuestos. La reflexión de
los sabios conduce a diversas obras maestras”.
A los católicos que se extrañan del nuevo lenguaje utilizado les conviene saber que no es tan nuevo, que
Lamennais, Fuchs, Loisy, lo emplearon ya en el siglo pasado y que ellos
no habían hecho más que coleccionar todos los errores que han existido
en el curso de los siglos. La Religión de Cristo no ha cambiado y no
cambiará jamás, no hay que dejarse manipular