“Porque yo los amo, quiero mostrarles lo que estoy haciendo en el mundo hoy. Quiero prepararles para lo que ha de venir. Días de oscuridad vendrán sobre el mundo, días de tribulación... Edificios que hoy están en pie, no lo estarán más. Seguridades que están allí para mi pueblo, ya no lo estarán más. Yo los guiaré hacia el desierto... Yo los despojaré de todo de lo que hoy dependen, para que dependan solamente de Mi. Viene un tiempo de oscuridad sobre el mundo, pero un tiempo de gloria viene para mi Iglesia, un tiempo de Gloria viene para mi pueblo. Yo derramaré sobre ustedes todos los dones de mi Espíritu, Yo los prepararé para el combate espiritual”.
(Días de oscuridad: fruto de la acción diabólica por permiso del hombre) Misterios Luminosos.
Oscuridad y Luz
Génesis 1: 1-4: “En el principio creó Dios los cielos y la tierra. La tierra era caos y confusión y oscuridad. Dijo Dios: “Haya luz” y hubo luz. Vio Dios que la luz estaba bien, y apartó Dios la luz de la oscuridad”.
Al principio era la oscuridad la que cubría el abismo: Caos, confusión y oscuridad. El tiempo no existía. Dios por el poder de su Palabra eterna, crea.. Pone orden, y lo primero que crea es la luz. ¡Hagase la Luz! La luz inundó e iluminó todo ese vacío y oscuridad. Dios crea la luz, para disipar la tiniebla. Las separó, y vio que estaba bien. Y así, se crea la sucesión de días y noches, que será el marco en el que se desarrollará su obra creadora. Dios dijo e hizo: a la creación por su Palabra sigue la creación por el acto: el firmamento, la vegetación, astros, los animales marinos, los del aire y los de la tierra, y luego su obra maestra: el ser humano, hecho a su imagen y semejanza.
Pero la oscuridad no había desaparecido por completo, Lucifer (“portador de luz”), el ángel mas poderoso y espléndido, se rebeló clamando la divinidad para si. “No serviré”... ese grito sacudió todo el universo y él con sus seguidores fueron expulsados de la presencia de la Luz divina, para vivir esclavos de la oscuridad que libremente eligieron. Al no estar ante la Luz Divina, no pueden transmitir luz ("el que no permanece en mi, no puede dar fruto" Jn 15:4). Fue Satanás quien tentó a Eva y a Adán, nuestros primeros padres y se dio la caída. Por su trágica elección, el pecado entró en la condición humana, y con el pecado, entró el sufrimiento, el desorden, la oscuridad y la muerte. El caos, el vació, la confusión que la luz había disipado, comenzó de nuevo, ya que el demonio se convirtió en el príncipe de este mundo y la oscuridad interior y exterior amenazó con eclipsar la Luz Divina.
Dios Padre, no nos dejaría sumidos en la oscuridad. Los ángeles rebeldes, optaron con pleno conocimiento y libertad, por elegir la oscuridad. Pero a la humanidad, que es más débil en la voluntad, quiso darle la oportunidad de responder a los impulsos de la gracia y retornar del abismo de la oscuridad. Un día su Palabra había traído la luz, así tendría que ser de nuevo.
Solo una gran manifestación de luz le capacitaría para ver de nuevo la luz, para dejar su ceguera y descubrir la verdad . Para ello, la Palabra hecha Carne, el Hijo, Dios, luz de Luz, vino al mundo, por el poder del ES y nació de María Virgen. “El pueblo que andaba a oscuras vio una luz grande. Los que vivían en tierra de sombras, una luz brilló sobre ellos. Acrecentaste el regocijo, hiciste grande la alegría. Alegría por tu presencia” Is 9, 1-2
Y vino la luz del mundo, Jesucristo a extirpar la oscuridad, emprende una batalla real entre estas dos realidades opuestas. En el Evangelio de San Juan 1 se nos revela el antiguo conflicto entre la luz y la oscuridad. Conflicto que el evangelista presenta dramáticamente: “La Palabra era Dios. En Ella estaba la vida y la vida era la luz de los hombres, y la luz brilla en las tinieblas, y las tinieblas no la vencieron. La Palabra era la luz verdadera que ilumina a todo hombre que viene a este mundo” (Jn 1, 4-9) La luz entró en batalla con las tinieblas y sus agentes, y brilló en medio de ella, y aunque las tinieblas quisieron esconderla, apagarla, callarla, mancharla, no la vencieron. La luz venció las tinieblas del pecado; la verdad las tinieblas de la mentira y del error. “Yo, la luz, he venido al mundo para que todo el que crea en mí no siga en las tinieblas”. (Jn 12, 46)
De la oscuridad a la luz
Por la Encarnación del Verbo, la Luz del mundo; por su pasión y muerte, por su resurrección, hemos sido salvados del reino de la oscuridad y trasladados al reino de la luz. “Sois linaje elegido, sacerdocio real, nación santa, pueblo adquirido, para anunciar las alabanzas de Aquel que os ha llamado de las tinieblas a su admirable luz” (1 Pedro 2, 9)
Hablar de Redención, y de ser redimidos, salvados, necesariamente implica un traslado de un reino a otro, de un estilo de vida a otro, de una forma de ser, pensar, actuar, relacionarse, sentir.... a otra.. Un traslado que manifiesta el triunfo de la luz sobre la oscuridad, el triunfo de la gracia sobre el pecado. “Yo soy la luz del mundo; el que me siga no caminará en la oscuridad, sino que tendrá la luz de la vida” (Jn 8, 12). Esta palabra de Jesús se convierte en un gran signo de discernimiento: el seguimiento se muestra por caminar en la luz... aunque digamos que seguimos a Jesús si no nos hemos trasladado de las formas de oscuridad, de los caminos oscuros, en realidad no le seguimos. “si alguno me sirve, que me siga”. (Jn 12: 26)
San Juan apóstol, es el evangelista que mas escribe sobre la luz. Siendo el más cercano al Corazón de Cristo, contemplando las realidades de Su Corazón, interpreta con agudeza la realidad de que Jesús es la Luz del Mundo, y que vivir en esta luz es la marca del verdadero discípulo. Seguir a Cristo es caminar su senda: El es el Camino, la Verdad y la Vida. Solo en su camino luminoso se llega de regreso a la Casa del Padre.
1 Juan 1:5-7 :“Y este es el mensaje que hemos oído de él y que os anunciamos: Dios es Luz, en él no hay tiniebla alguna. Si decimos que estamos en comunión con él, y caminamos en tinieblas, mentimos y no obramos la verdad. Pero si caminamos en la luz, como él mismo está en la luz, estamos en comunión unos con otros y la sangre de Jesús nos purifica de todo pecado”.
En esta pasaje, S. Juan nos enseña la necesidad de alcanzar liberación de los actos pecaminosos, oscuros. La Luz de Dios se refiere a su absoluta caridad, integridad, rectitud, virtud, justicia, verdad, transparencia y gloria. Caminar en la luz, significa para nosotros, apropiarnos y regir toda nuestra vida por estas cualidades de la luz de Dios. Al punto que S. Juan llega a decir que si decimos que tenemos relación con Dios, pero alguna oscuridad permanece en nuestros corazones y en nuestras vidas, no obramos la verdad. La luz de Dios brilla en la humanidad primero para revelar el pecado, y luego, para removerlo. No puede existir la oscuridad en la presencia de la luz, ni la luz en la de la oscuridad. No pueden cohabitar juntas.
En este pasaje, se nos enseña que para poder caminar en la luz hay que estar en comunión con la luz. Y esta comunión tiene dos frutos: liberación, purificación del pecado y comunión los hermanos. Constantemente, S. Juan presenta la relación con los demás, como manifestación no solo de la presencia de la luz en nosotros, sino incluso como examen riguroso de nuestra relación con el Señor. “El que dice amo a Dios y aborrece a su hermano, es un mentiroso.” (1 Jn 4) Estas incoherencias de vida, San Juan las llama “mentiras” y toda mentira tiene como raíz al demonio, el padre de la oscuridad y la mentira.
El Padre de la oscuridad y los signos del reino de la Oscuridad
El Reino de la oscuridad tiene un Padre, el demonio.
El demonio quiere imitar todo lo de Dios... tiene envidia, y si Dios establece un reino y es padre de él, con características propias de la santidad de Dios, Satanás quiere establecer uno, siendo el padre y con sus oscuras características. Así como Dios establece su reino y nos ofrece vivir en el, con sus características, condiciones, etc.. (Bienaventuras). El demonio nos quiere para su reino y seduce nuestra carne para que vivamos sus elementos, características. Los medios para reconocer la presencia de Satanás y su acción se revela en los Evangelios, la fuente de toda luz.Cristo dijo ciertas cosas sobre el demonio, las cuales debemos reflexionar:
Jesús llamo a a Satanás el Padre de la Mentira (Juan 8:44): Dios es verdad, el Mentira. El pervierte la verdad, la manipula, la altera, llena nuestras mentes con dudas y desconfianzas. Provee con todas las justificaciones y racionalizaciones para que algo que es contrario al evangelio, lo veamos como normal y hasta correcto, interpretar situaciones falsamente o exageradamente, o minizadas; la calumnia, difamación, juicios, ect. Es el enemigo de la verdad, “dice mentira porque dice lo que le sale de adentro, porque es mentiroso y padre de la mentira”
La mentira, es siempre una negación de la verdad...el demonio no puede crear pues no es Dios, pero puede alterar..el inventa de lo que no es, para sentirse creador. No es esto acaso la calumnia? la difamación?. Dios crea para el bien, el demonio quiere imitar esto pero para el mal, para destruir.
• Cada mentira es inspirada por el demonio y sirve para su plan. La falsedad siempre odia la verdad y trata de destruirla.
• hay muchas formas de participar en al mentira: la manipulación de las palabras, de las hechos, de las situaciones, todo para salirnos con nuestra voluntad, para sacar información, para acomodar las cosas a nuestra conveniencia... todo esto es signo del reino de la oscuridad.
Es homicida desde el principio: (Jn 8:44) Dios es vida, el es muerte: Lleva a la muerte a la destrucción. Quiere destruir a los hijos de Dios... arrancarlos de las manos del Padre. Llevarnos al pecado mortal: pecado de muerte. Mata la gracia que hay en el alma. Es ladrón: Robar lo que nos ha dado el Padre.
Por envidia, satanás tienta al hombre para que entrara entonces la muerte. Por la desobediencia a Dios entra la oscuridad en la humanidad, y su efecto produce una cadena de violencia del hombre contra el hombre.
-Después de ser expulsado del Cielo, el demonio se lanza contra el hombre para destruirlo, por que le tiene envidia. No quiere que tenga lo que el perdió, lo que el Padre le ha dado al hombre. Quiere quitarselo haciendole rebelarse como él lo hizo, y así perder también sus privilegios. Y así fue. Y no solo se alejan de Dios, sino el uno del otro. (se echan la culpa el uno al otro. Desnudez: perdieron pureza y se ocultaron de Dios)
"Por un solo hombre el pecado entro en el mundo, y por el pecado la muerte" (Rom5:12)
• la violencia, la agresividad, la venganza, las guerras, los holocaustos, el aborto, suicidio...
• la envidia puede llevar al odio y a los actos mas oscuros contra otra persona. rivalidad: ya desde Adán y Eva. Caín el primer hombre que mata, y a su hermano.
• El demonio puede llevarnos a matar la bondad, castidad, honor, honestidad, pureza, belleza, paz del corazón, la felicidad y aun el amor. Matar la reputación, el nombre, la estima de un ser humano.
Es el padre de la oscuridad, o sea, odia la luz y a los que viven en ella. El insita a caminar en la oscuridad, en las tinieblas: Las obras del mal se despliegan en la sombra de la noche, y el "diablo" es llamado "príncipe de las tinieblas". "Era de noche" (Jn 13,30), cuando Judas salió del cenáculo para entregar al Maestro.
Jesús sufrió la última tentación en medio de la noche, en el jardín de Getsemaní. Los que vinieron a detenerlo lo hicieron en plena noche y Jesús les dijo: "Esta es su hora y del poder de las tinieblas" (Lc 22,53). Y cuando Él entregaba su último suspiro en la cruz, una noche extraña cayó sobre el mundo. "Hubo oscuridad sobre toda la tierra hasta la hora nona" (Lc 23,44).
Caminar en la oscuridad significa no desear exponer mi vida, mis palabras y mis actos en la luz. Esconder....
“El juicio está en que vino la luz al mundo, y los hombres amaron más las tinieblas que la luz, por sus obras eran malas. Pues todo el que obra el mal aborrece la luz y no va a la luz para que no sean censuradas sus obras” (Jn 3, 19-20)
• quien actúa en la oscuridad lo hace a escondidas; esto es signo de que hay presencia del demonio. Dios es luz, y nos invita a caminar en la luz, o sea, a andar en verdad aunque esto nos traiga consecuencias y negaciones a nuestra voluntad.
• Todo lo que se hace a escondidas, sale en algún momento a la luz. “no hay nada encubierto que no hay de ser descubierto, ni oculto que no hay de saberse” (Mt 10,26)
Se viste de ángel de luz: “nada tiene de extraño que el mismo Satanás se disfraza de ángel de luz.” (2 Cor 11, 14)
Disfrazarse: cambiarse el rostro, el vestido....
-Es interesante ver que Lucifer era el ángel mas brillante, el conoce como luce la luz, porque la tuvo. La perdió al apartarse de la luz de Dios. Pues solo en comunión con Dios la podemos tener. Lo único que el ahora puede hacer es imitar la Luz. Esa es su mayor táctica con nosotros los cristianos.
• Falsas luces: falsas enseñanzas, doctrinas, inspiraciones, alternativas... todas lucen buenas....
• Falsa espiritualidad, falsas manifestaciones, falsos carismas y dones. Falsas apariciones, falsos grupos, falsas vocaciones, falsos hermanos, falsas amistades, falsas personalidades, líderes, etc... Falsos milagros (Moisés y Aarón ante el Faraón, y los encantadores y maestros de las ciencias ocultas hicieron lo mismo). Falsas iglesias, religiones..etc.. Pero recuerden, todo luciendo como si viniese de la luz.
• “surgirán falsos cristos y falsos profetas, que harán grandes señales y prodigios, capaces de engañar, si fuero posible a los elegidos. Mirad que os lo he predicho” (Mt 24, 24) Guardaos de los falsos profetas, que vienen a vosotros con disfraces de ovejas, pero por dentro son lobos rapaces. Por sus frutos los conoceréis”(Mt 7;15)
• falsa sabiduría: si tenéis en vuestro corazón espíritu de contienda, amarga envidia, no os jactéis, pues dicha sabiduría no desciende de lo alto, sino que es terrena, natural, demoníaca. (St 3,14)
Esto requiere discernimiento de espíritus, y es necesario adquirirlo. Cuando la carne se complace, no se puede discernir.
Seductor: Para seducir usa cualquier estrategia pero lógica:
Primero se acerca con una sugerencia en la imaginación, nos presenta algo que nos molesta, nos pone pensamientos que jincan nuestras suceptibilidades. Todo para que llegue a ser un razonamiento de la mente. Esconde verdaderas intenciones. Nos convencemos de la autenticidad del pensamiento y lo convertimos en convicción. De ahí, lo posee nuestra voluntad y lo actuamos, algo que es actualmente malo pero que lo justificamos como bueno, verdadero, justo y hasta necesario.. El demonio nos seduce:
Se adapta al temperamento y carácter de las personas, aun hasta sus gustos.
Si son mansos y callados, haciendoles creer que deben minimizarse.
Si son fuertes y firmes, los invita a la agresividad y a tomar justicia en sus manos.
Si son mundanos y en búsqueda de placeres, les presenta tentaciones de la carne.
Si son espirituales y de oración, se les aparece como un ángel de la luz.
Si tienden a ser emocionales, ajusta sus tácticas al momento en que su victima este mas débil.
Si son intelectuales, los tentara con el orgullo y pecados de la mente.
Se insinúa por medio de los senido, de la fantasía, de la concupiscencia, de la lógica y soberbia del intelecto, de desordenes emocionales y afectivos, a través de relaciones nocivas.
Se adapta a las situaciones y las utiliza.
5) Acusador: Primero utiliza cualquier táctica para confundirnos, desviarnos, y que caigamos en el pecado. Después que lo logra se caracteriza en acusarnos, aplastarnos, desesperarnos, o acomodarnos por que no podemos hacer nada. No hay salida.
• esta misma acusación que el dirige hacia nosotros, lo instiga en relación nuestra a los demás.
• Las personas a quien el Señor pone como cabezas tienen la obligación dada por Dios de hacer un juicio sobre la conducta de alguien, y quizás hasta de actuar firmemente, pero hay gracia para ello, por que es su misión.
Algunas acciones que ejerce el demonio y los demonios sobre nosotros:
ceguera (Mat 12) de venganza (Eze 25)
adivinador (Hech 16) disputa (Sant 3)
Falta de caridad (Mt 24, 14) cobardía (II Tim 1)
envidia (Fil 1) de error (I Juan 4)
de mentira (II Rey 22) de fornicación (Ose 4 y 5) de rivalidad (Fil 2)
Una realidad terrible la acción diabólica en el mundo moderno:
En 1972, SS Pablo VI, una audiencia general la dedicó al tema: “una realidad terrible: la acción diabólica en el mundo”.
“No os asombre el que os responda que una de las mayores necesidades de la Iglesia hoy es la defensa de aquel mal que llamamos demonio. Vemos muy evidentemente en nuestro mundo un agente oscuro y enemigo, el demonio. El mal no es ya solo una deficiencia, sino una eficiencia, un ser vivo, espiritual, pervertido y pervertidor. Terrible realidad. Misteriosa, pavorosa. Con su traicionera astucia, es el enemigo oculto que siembra errores y desventuras en la historia humana”.
El Card. Karol Wojtyla (JPII), ante el Congreso Eucarístico de Pennsylvania, en 1977: “Estamos ahora ante la confrontación histórica más grande que la humanidad jamás haya pasado. Estamos ante la contienda final entre la Iglesia y la anti-iglesia, el Evangelio y el anti-evangelio. Esta confrontación descansa dentro de los planes de la Divina Providencia y es un reto que la Iglesia entera tiene que aceptar”.
Juan Pablo II, en Damasco, recientemente habló sobre la oscuridad del mundo manifestada tan intensamente hoy en los corazones. ¿Cómo es posible que no veamos en ello el "Mysterium iniquitatis" actuando en el corazón del hombre? Vemos hoy la acción incansable y nefasta de las fuerzas del infierno.
2 Tim 3: “Ten presente que en los últimos días sobrevendrán momento difíciles; los hombre serán egoístas, avaros, fanfarrones, soberbios, difamadores, rebeldes, ingratos, irreligiosos, desnaturalizados, implacables, calumniadores, disolutos, despiadados, enemigos del bien, traidores, temerarios, infatuados, más amantes de los placeres que de Dios, tendrán la apariencia de piedad pero desmentirán su eficacia. Guárdate también de ellos”
En Polonia, este año, el Santo Padre habló del misterio de la iniquidad presente en el mundo actual:
• “falsa ideología de libertad” que se está imponiendo, señalando que la Iglesia no puede callar ante esa “escandalosa propaganda de liberalismo, de libertad sin verdad y sin responsabilidad”.
• Maldad experimentada, sufrimiento, aniquilación, idolatría. Un mundo que vive sin Dios y pretende ocupar su puesto.
• intenta callar la voz de Dios en el corazón de los otros hombres y pretende hacer de Dios “el gran ausente” en la cultura y en la conciencia de los pueblos
• rechazando las leyes divinas y los principios morales, el hombre atenta contra la familia y todo lo establecido por Dios.
• materialismo, ocultismo, egocentrismo, infidelidad y traición, hipocrecía y manipulación. Se imponen el odio y la sed de venganza, donde la guerra lleva sufrimiento y muerte a los inocentes,
Y ante esa realidad de la gran oscuridad que cubre al mundo donde estamos nosotros?
El ««el humo de Satanás ha entrado por alguna fisura en el templo de Dios»». Pablo VI, dijo preocupado en 1972. El humo entra en las casas sin darse uno cuenta. Entra en el corazón.
Ante todo tenemos la obligación de preguntarnos como no s ha afectado esta oscuridad. Estamos llamados a ser y vivir como hijos de la luz, pero a través de que fisura, que apertura, que área que no he mortificado y la carne está latente, ha entrado en mi corazón, mente, actitudes, forma de vida y comportamiento, el humo de Satanás. “Sed sobrios, y velad; porque vuestro adversario el diablo, como león rugiente, anda alrededor buscando a quien devorar. (1P 5:8)
El primer peligro que corremos es el contagiarnos con la oscuridad, porque nos exponemos a ella:
Ejemplo del cine. Si compartimos con mentirosos, comenzaremos a mentir. Si las conversarciones son de críticas, se hará normal la crítica, si veo programas de infidelidad, la veré normal.. ...etc... Si todo el mundo ve el adulterio normal tarde o temprano podemos empezar a verlo como tal... y así... los valores, los principios...etc.
No podemos tener la presunción de creer que la oscuridad no nos alcanza.... es que la tenemos dentro por nuestra inclinación al pecado... por eso tenemos que rodearnos de luz. “Si uno anda de día no tropieza, porque ve la luz de este mundo; pero si una anda de noche, tropieza, por no está en el la luz” (Jn 11,9)
Ceder a la oscuridad por comodidad, por mediocridad, por falta de valentía y fidelidad al Señor que nos ha dado su luz, y derramado su sangre para trasladarnos de la oscuridad a la luz. A veces, por temor, de quedarnos solos, de ser perseguidos. Nicodemo .....va en la noche. Sabía que Jesús era la luz... pero tenía temor que lo vieran acercarse a él. Ceder, para no vernos ridículos, para no perder amistades, para no perder trabajos, para no estar aburrida, para no tener que dar la vida por Cristo....... Martirio.
Debemos preguntarnos: ¿que es lo mas importante para mi? en que gasto mi tiempo? con quien me relaciono, de que hablo, como trabajo para extender el reino del amor y la luz? Cualquier viento me cambia mis ideas, valores y fidelidad? Que verdad escuchas, a quien crees? Te has acostumbrado a la oscuridad, a las tácticas de la oscuridad.
“Nadie enciende una lámpara y la pone en sitio oculto, ni bajo el celemín, sino sobre el candelero, para que los que entren vean el resplandor. Mira, pues, tu que la luz que hay en ti no se vuelva oscuridad. Pues no teniendo parte alguna oscura, estarás tan enteramente luminoso como cuando la lámpara te ilumina”. (Luc 11:33) Corremos el riesgo de perderla, sino somos serios y valientes, para defenderla. Especialmente cuando todo nos inclina a ella.
Hay que reconocer que es necesario batallar para proteger la luz. Entrar en un disciplina personal seria, para no dejarnos contaminar con la oscuridad. El Catecismo: 409 Esta situación dramática del mundo que "todo entero yace en poder del maligno" (1 Jn 5,19; cf. 1 P 5,8), hace de la vida del hombre un combate:
“A través de toda la historia del hombre se extiende una dura batalla contra los poderes de las tinieblas que, iniciada ya desde el origen del mundo, durará hasta el último día según dice el Señor. Inserto en esta lucha, el hombre debe combatir continuamente para adherirse al bien, y no sin grandes trabajos, con la ayuda de la gracia de Dios, es capaz de lograr la unidad en sí mismo (GS 37,2).”
• las vírgenes y lámparas: no prepararnos con la luz suficiente, para enfrentarnos con la oscuridad: las lámparas de la fe, la verdad, la virtud, los valores.... “Tenemos que trabajar mientras es de día; llega la noche, cuando nadie puede trabajar” (Jn 9, 4)
“Todavía, por un poco tiempo, está la luz entre vosotros. Caminad mientras tenéis la luz, para que no os sorprendan las tinieblas; el que camina en tinieblas, no sabe a donde va. Mientras tenéis la luz, creed en la luz, para que seáis hijos de luz”. (Jn 12, 35-36)
Vivid como hijos de la Luz
“Y esto, teniendo en cuenta el momento en que vivimos. Por que ya es hora de levantaros del sueño: que la salvación está mas cerca de nosotros que cuando abrazamos la fe. La noche está avanzada, El día se avecina. Despojémonos, pues, de las obras de las tinieblas y revistámonos de las armas de la luz.” Rom 13
En la primera carta de San Juan, que reflexionamos al comienzo de esta charla, escuchabamos: “Dios es Luz, en él no hay tiniebla alguna. Si decimos que estamos en comunión con él, y caminamos en tinieblas mentimos y no obramos la verdad. Pero si caminamos en la luz, como él mismo está en la luz, estamos en comunión unos con otros y la sangre de Jesús nos purifica de todo pecado”.
Luego en los próximos capítulos de esta carta, San Juan nos indica las cinco condiciones para romper con el reino de las tinieblas y caminar en la luz:
1. Reconocernos pecadores y romper con el pecado : “si decimos que no tenemos pecado nos engañamos y la verdad no está en nosotros. Si reconocemos nuestros pecados, fiel y justo es El para perdonarnos.” (1 Jn 1)
2. Guardar los mandamientos de Dios, sobre todo el de la caridad. “Quien dice yo le conozco y no guarda sus mandamiento, es un mentiroso y la verdad no está en el” “Quien dice que está en la luz y aborrece a su hermano está aun en las tinieblas. (1 Jn 2)
3. Guardarse del mundo: “Ya que habéis vencido al maligno, no améis el mundo ni lo que hay en el mundo. Puesto que todo lo que hay en el mundo: la concupiscencia de la carne, de los ojos y las jactancias de las riquezas” (1Jn 2) (sensualidad, seducción de las apariencias, orgullo)
4. Guardarse de los anticristos: muchos anticristos... que de dentro de nosotros se cuelan para darnos un evangelio y un espíritu contrario al de Cristo. Se opone a Cristo...
Obras de la luz
“ Que nadie os engañe con vanas razones, pues por eso viene la cólera de Dios sobre los rebeldes. No tengáis parte con ellos. Porque en otro tiempo fuisteis tinieblas; mas ahora sois luz en el Señor. Vivid como hijos de la luz; pues el fruto de la luz consiste en toda bondad, justicia y verdad. Examinada que es lo que agrada al Señor, y no participéis en las obras infructuosas de las tinieblas, antes bien denunciadlas. Cierto que ya sólo el mencionar las cosas que hacen ocultamente da verguenza, pero al ser denunciadas, se manifiesta la luz. Mirad atentamente como vivís; que no sea como imprudentes, sino como prudentes; aprovechando bien el tiempo presente, por que los días son malos. Por tanto no seáis insensatos, sino comprended cual es la voluntad del Señor”. (Ef 5, 7-17)
1 Tes 5:8 “nosotros que somos del día, seamos sobrios, revistamos de la coraza de la fe y de la caridad, con el yelmo de la esperanza de salvación”.
Sobriedad: controlar los deseos inmoderados; dominio de sí; cuidado de las cosas, austeridad, etc... discernir lo que es razonable; ayuda a darle a las cosas su justo valor y a manejar adecuadamente nuestros apetitos, estableciendo en todo momento un límite entre lo razonable y lo inmoderado.
Verdadera sabiduría, luz: “pura, pacífica, complaciente, dócil, llena de compasión y da buenos frutos, sin hipocrecía.” (St. 3, 17)
Armas: Revestíos de las armas de Dios para poder resistir a las acechanzas del Diablo. Por eso tomad las armas de Dios, para que podáis resistir en el día malo, y después de haber vencido todo, manteneos firmes. En pie, ceñida vuestra cintura con al Verdad y revestidos con la Justicia como coraza, calzados los pies con el celo por el evangelio de la paz, embrazando siempre el escudo de la fe, para que podáis apagar con él todos los encendidos dardos del maligno. Tomad también, el yelmo de la salvación y la espada del Espíritu, que es la Palabra de Dios, siempre en oración y súplica, orando en toda ocasión, velando juntos con perseverancia e intercediendo por todos los santos.”
Lugares más luminosos:
La Eucarístia: Yo soy la Luz del Mundo
El Corazón Inmaculado: la llena de gracia, llena de la luz de Dios.
La Iglesia, presencia del Reino y su Magisterio: depositaria de la Verdad que es Cristo.
Meditación asidua de la Palabra de Dios, especialmente el Nuevo Testamento. Aplicarlo.
Pedir el ES diariamente, que nos ilumine, que nos revela la oscuridad y nos ayude a expulsarla.
La búsqueda de la verdad y la conversión: permitir que me digan lo que en mi no es luz, desear ser transfirgurados.
Mortificación de las áreas oscuras: oración y ayuno, disciplina.
Sacramento de la Reconciliación, frecuente.
Los misterios Luminosos: abrazar la luz, y llevarla al mundo.
ES: nos hace hijos de la luz
Caná: la Virgen, llena de luz, nos indica el camino a la luz del mundo
Reino de la luz: se alcanza a través de la conversión
la transfiguración: lo que debemos llegar a ser, sino nos dejamos purificar
la Eucarístia: recibir la luz del mundo dentro de nuestros corazones, para amar hasta el extremo y establecer en el mundo el reino del amor y la luz.
La santidad es el quehacer de todo cristiano aquí en la vida. Contamos con la gracia de Dios para lograr este objetivo. Pero no es fácil. Hay que luchar, porque estamos rodeados de tres grandes enemigos: mundo, demonio y carne.
I. EL MUNDO
1. Existencia del mundo
El mundo no es el conjunto de personas que viven en el mundo, ni en la naturaleza ni todas las cosas bellas creadas por Dios para el hombre. Es, en pocas palabras, el ambiente anticristiano que se respira en nuestra época, gentes olvidadas de Dios y entregadas por completo a las cosas de la tierra. El mundo que entra en las familias cristianas y en las comunidades familiares, nos seduce y nos aleja de Dios.
2. Sus tácticas
a) Nos seduce con sus máximas o valores que se oponen a los valores del Evangelio. Alaba a los ricos, a los fuertes y aun a los violentos y ambiciosos; predica en voz alta el amor al placer sin medida. Nos seduce con la ostentación de vanidades y placeres: reuniones mundanas donde se da paso a la curiosidad, sensualidad y aun a la voluptuosidad. Se hace atractivo el vicio bajo el aspecto de diversiones, representaciones teatrales, espectáculos, televisión, etc.
b) Nos aleja de Dios con los malos ejemplos. Al ver esa apariencia de felicidad y de buena vida, nos puede convencer que lo que no es bueno, aparece como lo exitoso.
c) Cuando el mundo no puede seducirnos intenta atemorizarnos, unas veces por medio de una verdadera persecución organizada contra los creyentes; otras veces, por amenazas induciendo a los cristianos practicantes a no cumplir con sus obligaciones. Es fácil sucumbir a la seducción del mundo ya que el mundo tiene un importante aliado en nuestro propio corazón y el deseo de ocupar puestos importantes, tener riquezas y huir de la cruz.
3. Remedios
Para vencer a la seducción del mundo, es necesario mirar de frente hacia la eternidad y considerar el mundo a la luz de la fe. Siendo el mundo contrario y enemigo de Jesucristo, tenemos que ir contra sus criterios. No podemos servir a dos señores y nuestra opción debe ser siempre Cristo
Leamos una y otra vez el Evangelio, convencidos de que es la palabra de Jesucristo y que por Él recibiremos la gracia necesaria para ponerlo en práctica. Huyamos de la ocasiones peligrosas, recordando que vivimos en el mundo, pero no según el espíritu del mundo. En el mundo debemos ser testigos de Cristo y cumplir la voluntad de Dios en nuestras vidas; practicar las bienaventuranzas y hacer apostolado. Estamos llamados a ser luz del mundo y sal de la tierra.
II. EL DEMONIO
1. Existencia
Vimos cómo el demonio incitó a nuestros primeros padres al pecado y salió triunfante, inoculando su mentira y su soberbia. A partir de entonces, no ha dejado de poner tentaciones a los hombres, como dice Apocalipsis: “El dragón se irritó contra la mujer, y se fue a hacer la guerra al resto de su descendencia, a los que guardan los mandamientos de Dios y son fieles testigos de Jesucristo” (12, 17).
2. Su táctica
El demonio no puede obrar sobre nuestras facultades superiores que son el entendimiento y la voluntad, las cuales Dios reservó para sí como santuario suyo. Sólo Dios puede entrar hasta el fondo de nuestra alma y mover los resortes de nuestra voluntad sin hacernos violencia. Pero el demonio puede obrar directamente sobre el cuerpo, sobre los sentidos externos e internos, en especial sobre la memoria y la imaginación,así como sobre las pasiones que tienen su asiento en el apetito sensitivo; y de esta manera obra indirectamente sobre la voluntad, cuyo consentimiento solicita por medio de los diversos movimientos de la sensualidad. Sin embargo, como advierte santo Tomás: “Siempre queda la voluntad libre para consentir o rechazar”. Aunque el poder del demonio se extiende a las facultades sensibles y al cuerpo, se halla limitado por Dios; así pues quien confía humildemente en Él, puede estar seguro de la victoria, pues nadie es tentado más allá de sus fuerzas.
3. Remedio
Tres son los principales remedios contra el demonio: oración humilde y confiada para poner de nuestra parte a Dios y a los ángeles buenos; vida de sacramentos; y absoluto desprecio al demonio.
III. CARNE O CONCUPISCENCIA
1. Concupiscencia de la carne: la concupiscencia es un enemigo interior que llevamos siempre en nosotros mismos. La concupiscencia de la carne es el amor desordenado de los placeres de los sentidos.
A) El placer no es malo de suyo. Dios permite el placer ordenándole a un fin superior que es el bien honesto. Junta el placer con ciertos actos buenos, para que se nos hagan más fáciles y para atraernos así al cumplimiento de nuestros deberes. Gustar del placer con moderación y ordenándole a su fin propio, que es el bien moral y sobrenatural, no es un mal, sino un acto bueno; porque tiende a un fin bueno que, en última instancia es Dios mismo. Pero si deseamos el placer independientemente del fin que lo hace lícito, si lo buscamos como fin y no como medio, se convierte en un mal. Si obramos sólo por placer, perderemos fácilmente los límites y caemos en el desorden; de ahí, por ejemplo, los excesos en el comer o en el beber o el placer sensual repartido en todo el cuerpo (vista, oído, tacto, etc.).
B) Remedio: La mortificación de los sentidos. Los que son de Cristo , tienen crucificada su propia carne con los vicios y pasiones (Gál 5, 24). Debemos atar y dominar interiormente todos los deseos impuros y desordenados que sentimos en nosotros. Cuidar nuestros sentidos externos que nos ponen en relación con las cosas de fuera y pueden en un momento incitarnos al mal. El sacramento del bautismo nos hace morir al pecado y nos incorpora a Cristo, con lo cual quedamos obligados a practicar la mortificación. Cfr. Filip 1, 18
2. Concupiscencia de los ojos
A) Comprende dos cosas: curiosidad malsana y el amor desordenado de los bienes de la tierra. La primera comprende el deseo inmoderado de ver, de oír, de saber lo que pasa en el mundo, no para sacar provecho espiritual, sino como una frivolidad. Comprende, también, a las falsas ciencias adivinatorias, por las que intentamos conocer las cosas secretas o futuras, cuyo conocimiento ha sido reservado a Dios. Por último abarca a las ciencias verdaderas o útiles, cuando por ellas descuidamos nuestros deberes (vicio por la lectura, la televisión, etc.).
El segundo aspecto es el amor desordenado del dinero, si lo consideramos como instrumento para adquirir placer o poder, o si nos aficionamos a él para tenerlo, poseerlo o sentar ahí nuestra seguridad. En ambos casos, nos exponemos a cometer muchos pecados porque el deseo inmoderado de riquezas es fuente de muchas injusticias y fraudes. Hacemos de los bienes terrenales un fin y no un medio.
B) Remedio: para combatir esa curiosidad malsana debemos tener presente que las cosas perecederas que tanto nos llaman la atención no lo merecen, por ser nosotros inmortales. Este mundo va a pasar y sólo una cosa permanece: Dios y el cielo que es la eterna posesión de Dios. Somos administradores de los bienes temporales y tendremos que dar cuenta del uso que hicimos de ellas (cfr. Lc 16,2). Nos deben interesar interesar los acontecimientos terrenos, pasados y presentes, pero sólo en tanto este conocimiento pueda ser puesto al servicio de Dios, pero nuestro fin es eterno. Lo terreno es un medio para llegar a Dios y no un fin en sí mismo.
Recordemos el sermón de la montaña: “Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los cielos”. Despegar nuestro corazón de los bienes terrenales para elevarlo a Dios.
3. Soberbia de la vida
A) El hombre se deja llevar por el exceso de amor propio y se considera dios de sí mismo; olvida que Dios es su principio y su último fin; hace un excesivo aprecio de sí mismo, y ve sus cualidades (verdaderas o falsas) como si fueran suyas en lugar de referirlas a su Creador. Cae en un afán de independencia que le impulsa a sustraerse de la voluntad de Dios o de sus representantes. El egoísmo lo mueve a trabajar sólo para sí, la vana complacencia se deleita en la propia excelencia y no cuenta con Dios, autor de todo bien, que se complace con las buenas obras de sus creaturas.
A la soberbia se junto la vanidad, por la que procuramos desordenadamente la estimación de los demás, su aprobación y sus alabanzas. Nace la envidia que se deriva en jactancia, inclinación a hablar de sí mismo y de los méritos propios; de la ostentación, procurando llamar la atención de los demás con el lujo; o hipocresía, fingiendo virtud, que no nos preocupamos por adquirir. La soberbia es el más terrible enemigo de la santidad, porque pretende robar a Dios la gloria y Dios no se puede convertir en nuestro cómplice, y porque es fuente de innumerables pecados como la presunción, el desaliento o la simulación.
El padre Maciel afirma: “No hay ser en el mundo que se encuentre tan lejos y apartado de Dios, como los espíritus soberbios y pagados de sí mismos”.
B) Remedio: Debemos referir todo a Dios, reconociéndolo autor de todo bien y que por ser principio de nuestros actos, debe ser su último bien. Dice san Pablo: “¿Qué tienes que no lo hayas recibido? Y si lo recibiste, ¿por qué te glorías como si no lo hubieras recibido?” (1 Cor 4, 7). Todas nuestras obras deben ser para gloria de Dios, y debemos hacerlas en su nombre. Debemos recordar que nosotros no somos nada y que las cualidades que tenemos proceden de Dios y a Él tienen que dar gloria.
EL DIABLO EN LA HISTORIA DE LA SALVACIÓN
1. La posición del diablo en la Historia de la Salvación
1. El diablo odia a Dios, vive en el odio a Dios, o sea odia a la Bondad en persona. Por eso no puede amar nada y a nadie. El diablo, al odiar al hombre odia en él a Dios, al Creador y al Santo. Se esfuerza por separar al hombre de Dios para llevarlo a un estado de apartamiento de Dios. El diablo combate el Reino de Dios, el poderío de Dios, incondicionadamente. No hay solamente un poder impersonal malo; existe también un ser personal cuyas intenciones son radicalmente malas y que quiere el mal por amor del mal. El pecado ha entrado en el mundo traído por el hombre, habiendo sido seducido éste por el diablo envidioso (Rom. 5, 12; Sap. 2, 24); en definitiva es, pues, el diablo, el origen del pecado. Del pecado se derivan la muerte y las funestas secuelas de la muerte. Todo pecado radica en el primer pecado, remontando, por consiguiente, hasta la seducción diabólica. Todo pecado está, pues, en relación con el diablo. En todo pecado, el hombre se deja influenciar por el seductor original.
Todo pecador, al pecar, se pone del lado de los enemigos de Dios, siendo el diablo el primero de ellos. El pecador se somete al diablo cuando deja de obedecer a Dios. El hombre no puede salir de la siguiente alternativa: o se somete a Dios o queda sometido al diablo. "...cuando ellos son esclavos de la corrupción, puesto que cada cual es esclavo de quien triunfó en él" (2P/02/19). El diablo puede considerar al pecador como ser semejante a él y como obra suya. El diablo es el señor del mundo pecador (Eph. 2, 1 y sig.), el príncipe de este mundo (/Jn/12/31), hasta es el dios de este mundo (/2Co/04/04). Este mundo está sometido a su dominio (/Ap/12/07). El diablo es el señor del mundo del pecado, de la muerte y de la enfermedad, es decir, del mundo de la discordia, de la desgracia, del odio, de lo absurdo, de la injusticia (Hebr. 2, 14). Los hombres de las tinieblas, del odio, del egoísmo son hijos suyos (/1Jn/03/08-10; /Jn/08/12).
El Concilio de Trento ha definido el señorío del diablo sobre el mundo en sus explicaciones relativas al pecado original y a la justificación (sesiones 5 y 6, D. 788, 793). Cuando se dice que el diablo es el señor de este mundo, hay que guardarse bien de pensar que es señor del mismo modo que lo es Dios. Dios y el diablo no se hallan el uno frente al otro en el mismo plano. También el diablo es una criatura divina y, por consiguiente, depende de Dios, que es también el señor de este "señor".
En cuatro pasajes habla el AT de la actividad del diablo, considerado como enemigo de Dios y de los hombres. Con más claridad que en ningún otro libro del AT se habla del diablo en el libro de Job. En la asamblea reunida ante Dios (cap. I y 2) pregunta Dios por su servidor Job y le alaba a causa de su piedad. A Satanás, que asiste a la asamblea, no le hace gracia alguna la piedad de Job. Se enorgullece de poder seducir a Job, cuya piedad es puro egoísmo e hipocresía. Pide a Dios que le permita disponer de la propiedad y salud de su favorito. Dios le da los correspondientes poderes, y el diablo se apresura a poner en práctica su plan. Esto es todo lo que el libro de Job dice sobre la actividad del diablo. En el ulterior transcurso de la narración, las penalidades que tiene que sufrir Job son pruebas enviadas por Dios. La conversación entre Dios y Satanás, es, naturalmente, una mera figura poética. Lo decisivo es lo siguiente: Satanás quiere demostrar que la piedad de Job no es sincera. Con ello ha de quedar demostrado que no hay verdadero temor de Dios. Las tribulaciones son medios que han de servir para seducir a Job a rebelarse contra Dios y a apartarse de El. Si se consigue esto, Dios quedará humillado, por decirlo así, quedará demostrado que Dios se había equivocado al pensar bien de Job. Se ha de demostrar que lo que Dios considera como verdadera piedad no es más, en realidad, que puro egoísmo. El diablo es, pues, un enemigo encarnizado de Dios y por eso también un enemigo del hombre.
Mientras que en el libro de Job Satanás se propone derrumbar la virtud, en /Za/03/01 y sigs., se esfuerza por impedir el perdón del hombre pecador. El sumo pontífice Josué, en su calidad de representante de la comunidad pecadora, se halla postrado ante el ángel del Señor, ataviado de vestidos sucios. Según lo que Dios ha decretado, la comunidad ha de ser purificada de sus pecados. Para simbolizar la purificación, Josué se pondrá una vestidura nueva. Satanás se esfuerza por impedir la purificación. Pero Dios le reprende y, efectivamente, perdona a la comunidad pecadora. Aquí Satanás aparece como enemigo del Dios bondadoso y misericordioso, y, por lo tanto, como enemigo de la comunidad, del pueblo, del sacerdocio, mediante el cual ha de manifestarse la gracia de Dios. Pero también aquí vemos que el poder de Dios es infinitamente superior al del diablo. Satanás tiene que acatar la voluntad del Dios que le reprende.
El libro de la Sabiduría (Sb/02/23ss) hace referencia a los comienzos de la historia humana. "Porque Dios creó al hombre para la inmortalidad y le hizo a imagen de su naturaleza. Mas por envidia del diablo entró la muerte en el mundo y la experimentan los que le pertenecen." Este pasaje es una explicación de Gen. 3. Se nos cuenta allí que un poder malo y sobrehumano, la serpiente, seduce al hombre. Pero su actividad sobrepasa las capacidades de una serpiente. Tras la culebra se oculta un seductor, totalmente semejante a Satanás en lo que concierne a su naturaleza, carácter e intenciones. La serpiente miente y calumnia lo mismo que Satanás. Infunde desconfianza y siembra confusión. Dios había prohibido que el hombre comiese del fruto del árbol del conocimiento del bien y del mal; la serpiente habla de que Dios prohíbe comer de cualquier árbol del paraíso. Con su mentira complica la situación, y miente, mezclando la verdad con la mentira, fundándose ahí el éxito de sus mentirosas insinuaciones. Insinúa que Dios, guiado per intenciones engañosas y egoístas, ha ocultado a Adán y Eva los buenos resultados que producirá el comer del fruto del árbol prohibido. Con intrigante ambigüedad les dice que al comer del fruto prohibido se les abrirán los ojos. Excita y halaga su sentimiento de autonomía prometiéndoles que serán iguales a Dios. El que el diablo aparezca en esta narración bajo la forma de serpiente, se deberá al hecho de que este animal, debido a sus movimientos rastreros y disimulados se adapta bien para simbolizar la malicia y falsedad del seductor. SIMBOLO/SERPIENTE
a) La lucha del diablo contra el Reino de Dios, contra el poderío de Dios en la Creación, contra el amor y la fe del hombre va aumentando en fuerza y encono según que se va acercando el momento en que el Reino de Dios entrará con Cristo en la Historia. Desde el momento de la encarnación de Cristo se convierte en lucha personal contra Cristo. El diablo se esfuerza por destruir a Cristo y su obra valiéndose para ello de medios tales como la astucia, la falsedad, la mentira y, finalmente, la fuerza bruta. Cristo ha venido al mundo para aniquilar la obra del diablo (l lo. 3, 8). Cristo no está sometido a su poderío (Io. 14, 30), por eso, la venida de Cristo significa para él la ruina total (lo. 16, 11). El diablo sabe que ha llegado la hora de su derrota (Mc. 23-28). Los malos espíritus saben lo que significa la venida de Cristo. Presienten quién es Cristo, notan oscuramente que ha llegado la hora en que terminará el dominio de la maldad (Mc. 1, 34, 39; 3, 11 y sig.; 5, 1-12; 7, 24-30; Mt. 8, 16; 8, 28-34; 9, 32 y sig.; 15, 21-28; Lc. 6, 18). Es cierto, no obstante, que Jesús se opone a que su dignidad y misión sean anunciadas por espíritus malos, no quiere salir de la oscuridad sirviéndose de este sensacional medio (Mc. 1, 34), no quiere servirse del diablo, que cree en Dios, es verdad, pero que tiembla ante Él y le odia (Sant. 2, 19). Los espíritus malos tratan de defender su señorío esforzándose por inducir a Cristo a que renuncie a su misión. Cuando Cristo se prepara en el desierto para comenzar su actividad pública, el seductor se acerca a él (Mc. 1, 24 y sig.). En la primera tentación (Mt. 4, 3y sig.; Lc. 4, 3 y sig.), el diablo trata de aprovecharse de la difícil situación en que se hallaba Cristo después de cuarenta días de ayuno: Cristo tenía hambre. Satanás le dice: "Si es verdad que eres el Hijo de Dios, manda que estas piedras se conviertan en pan." El diablo no incita a Cristo a que satisfaga el hambre. La satisfacción de necesidades corporales no es una acción mala. La tentación diabólica consiste en el hecho de que el diablo quiere moverle a que se sirva de su misión, de su poder humano-divino, conferido para la salvación del hombre, para satisfacer necesidades propias, terrenas, corporales; lo que el diablo pretende es, pues, que Cristo abuse de esa misión y de ese poder para ayudarse a sí mismo. En su respuesta, Cristo afirma categóricamente que no quiere poner su misión al servicio de fines terrenos. La palabra de Dios, que él ha de anunciar, tiene la primacía con respecto a todo lo humano. En la segunda tentación (Mt 4, 5-7; Lc. 4, 9-13), el diablo incita a Jesús a que haga un milagro espectacular, insinuándole que se arroje desde lo alto del templo. El diablo hace referencia a la Sagrada Escritura: "A sus ángeles encargará que te tomen en sus manos para que no tropiece tu pie contra una piedra." Poco le importa al diablo citar un piadoso dicho. Cita palabras divinas para seducir a Cristo a que peque contra Dios. El diablo quiere que Cristo gane la voluntad del pueblo manifestando su poder mediante un hecho maravilloso. El diablo se sirve de palabras de la Sagrada Escritura y adopta una actitud fingidamente piadosa, señalando a Cristo un modo fácil de conquistarse las simpatías de la multitud, siempre amante de lo sensacional y espectacular: en eso consiste la tentación. El diablo pretende que Jesucristo haga un milagro para que las masas crean en su mesianidad. Cristo rechaza las pretensiones del diablo: "También está escrito: No tentarás al Señor tu Dios." Los procedimientos insinuados por el diablo entusiasmarían momentáneamente a las masas, pero no las convencerían. Hubiesen sido un modo falso de anunciar la palabra de Dios, no hubiesen producido verdadera conversión y renovación, actitudes estas que presuponen la existencia de actos de arrepentimiento y penitencia realizados bajo, el impulso de la conciencia y del sentimiento de responsabilidad. En la tercera tentación (Mt. 4, 8-11; Lc. 4, 5-8), el diablo muestra a Jesucristo la gloria y poder de este mundo y promete entregárselo todo si cayendo de rodillas le adorase. En las otras tentaciones, Satanás finge una actitud de piedad, en la tercera se aparece como señor de la tierra. Esta tentación es la que en más viva contradicción está con la misión de Cristo, que ha venido precisamente al mundo para erigir un reino de esplendor y gloria. Pero su reino no es de este mundo (lo 18, 36). Esto explica la violencia de su respuesta. Lo que el diablo le propone está en absoluta contradicción con su misión. El diablo ya no le propone que instaure el reino de Dios sirviéndose de medios humanos, quiere que lo substituya por un reino de este mundo, que trueque a Dios por la Creación, que ponga al diablo en el lugar que le corresponde a Dios.
Sólo en otra ocasión Cristo ha rechazado una tentación con parecida violencia, cuando Pedro quiere inducirle a que renuncie al dolor, es decir, a que renuncie a ir por el camino salvador querido y elegido por el Padre (Mt. 16, 23). Rechaza las insinuaciones de Pedro con la misma violencia con que ahora rechaza y ahuyenta al diablo: "¡Retírate de mí, Satanás!"
Cristo ha superado, pues, las tentaciones con que el diablo quería inducirle a que renunciase a su misión. No obstante, la lucha con el diablo se prolonga a lo largo de toda su vida. Desde el principio era una cosa segura la victoria de Jesucristo. Como el rayo ha caído Satanás del cielo (Lc/10/17ss). Ha llegado la hora en que es arrojado (Jn/12/31). Aun más, ha sido ya juzgado (lo. 16, 11). También los discípulos, que participan en la misión de Cristo, pueden dominar a los demonios en su nombre (Mc. 3, 15; 6, 7, 13; Mt. 10, 1, 8). Cuando Cristo envía a los doce concediéndoles poder sobre los espíritus malignos, manifiesta que sin ese poder no se podría anunciar el Reino de Dios, así como no existe tal poder sin la anunciación que le interpreta. Pero el ejercicio de este poder no es un signo de la propia salvación (Lc. 10, 20). Muchos espíritus sólo pueden ser expulsados mediante el ayuno y la oración (Mc. 9, 29; Mt. 17, 21; Lc. 9,40).
b) La diabólica destrucción de los órdenes no queda limitada al sector de lo psíquico, sino que se extiende también a la esfera de lo corporal. Cristo enseña que no solamente el odio, el egoísmo y la mentira son obra del espíritu maligno, sino también las enfermedades. No dice que todas las enfermedades y desgracias sean obra del diablo. Pero la existencia de un mundo en el cual hay enfermedades y toda clase de miserias viene de la tentación de Satanás. El dominio del diablo sobre el hombre alcanza el grado supremo en los posesos, en quienes paraliza la voluntad y actividad humana. Los posesos se hallan bajo el dominio de poderes extraños que tratan de perjudicarles por todos los medios posibles. En los posesos habita el diablo de modo que frente a ellos Cristo se halla cara a cara con su enemigo. Este trata de enfrentarse, grita y suplica. Pero Jesús manda a los espíritus malos que salgan de los posesos, y los espíritus le obedecen. Jesucristo es más poderoso que ellos, es el Señor, ante quien tienen que doblegarse todas las criaturas, aún las pecadoras, aún las que le odian encarnizadamente.
En /Mc/05/01-20; /Lc/08/26-39 encontramos la más viva y a la vez terrible descripción de una expulsión de los demonios. El poseso de Gerasa presentaba un aspecto miserable y horrible. Vivía entre los sepulcros y ni aun por medio de cadenas podía ser sujetado. De día y de noche permanecía entre los sepulcros y por los montes, gritando y golpeándose con piedras. Las costumbres de los posesos nos indican de qué modo ejerce el diablo su actividad. El hombre que se aparta de Dios pierde su propio ser, imagen y semejanza de la divinidad, y vive una vida indigna del ser humano. El que se aparta de Dios, se aparta de la fuente de la vida. Símbolo de este apartamiento es el vivir entre sepulcros. El que se aparta de Dios se separa también de la comunidad humana, cuyo fundamento es Dios, y tiene que vivir, por eso, en absoluta soledad. Satanás le atormentaba terriblemente. No solamente un diablo, una legión de diablos se había apoderado de él. Pero he ahí que el poseso corre hacia Jesús: e inmediatamente el poder diabólico se convierte en impotencia. Los diablos tienen que huir y, como signo de su impureza, entraron en los puercos que había por allí. La presencia de Jesucristo hace desaparecer toda impureza y maldad. "Cuando un fuerte, bien armado, guarda su palacio, seguros están sus bienes; pero si llega uno más fuerte que él, le vencerá, le quitará las armas en que confiaba y repartirá sus despojos" (Lc. 11, 21-23). Véase Mc. 7, 24-30 (= Mt. 15, 21-28; Mt. 9, 32-34; 8, 16: 12, 22-37) (= Lc. 11, 14-23; Lc. 4, 41; 8, 2; 16, 9; 13, 10-17).
Las expulsiones de los diablos no deben ser consideradas como triunfo del poder externo sobre la debilidad externa, del poder natural sobre la impotencia natural, sino como triunfo del bien sobre el mal, del amor sobre el odio. El odio, la impureza, el egoísmo no pueden subsistir en el fuego del amor, en la luz de la pureza. La luz expulsa las tinieblas. Con todas sus fuerzas, con toda la abnegación de su bondadoso corazón, Cristo lucha contra los espíritus que quieren y buscan el mal con todas las fuerzas de su yo. Se ha interpretado la actitud de Cristo como acomodación a las ideas del tiempo o como signo de deficientes conocimientos médicos. Es cierto que las posesiones presentan los mismos signos que una serie de determinadas enfermedades. Con sólo los medios naturales no siempre será posible trazar una frontera entre esas enfermedades y las posesiones diabólicas. Las observaciones naturales no bastan para constatar con toda seguridad la existencia de posesiones. Pero para el creyente, Cristo es la norma del pensamiento y del juicio. Por extrañas que a primera vista puedan parecerle las expulsiones de diablos, somete su juicio al de Cristo, que es el fundamento de su existencia, de su pensamiento y de sus valoraciones. No se puede hablar de una acomodación de Cristo a las demonologías míticas del tiempo, puesto que la lucha contra los demonios es una de las actitudes fundamentales de Cristo. Esa lucha es uno de los elementos esenciales de su vida. Siempre de nuevo declara Cristo que no solamente anuncia una doctrina, señala un camino y trae vida nueva, sino que además tiene que quebrantar un poder personal que lucha contra Dios. El que tomemos o no en serio las expulsiones de los diablos depende de si tomamos o no en serio a Jesucristo (Véase R. Guardini, El Señor, Rialp, 145-153).
c) Cristo es el enemigo y el vencedor del diablo, por eso tiene que luchar contra todos los esclavos y siervos del diablo. El diablo dispone de muchos representantes terrenos. Los escribas y los fariseos y todos los engañados por ellos tienen que rechazar a Jesucristo porque son hijos del diablo (lo. 8, 44). El diablo siembra la incredulidad en sus corazones, endurece su corazón. Más aún, el diablo es profeta y padre de la mentira (lo. 8, 44), ciega y confunde sus espíritus hasta el punto de que según ellos Cristo es un diablo, y sus palabras no serán sino blasfemias e insinuaciones diabólicas (lo. 7, 20). Jesús reprocha a los judíos su vida pecaminosa, la superficialidad de su religiosidad, les dice que es su vida y su salud; y los judíos replican que Jesús está poseído por los diablos (lo. 8, 48, 52) y que no se debe escucharle (lo. 10, 20).
Satanás llega al colmo de su actividad engañosa cuando convence a los que lo siguen de que por amor a Dios, por amor al orden decretado y revelado por Dios, tienen que rechazar a Jesús. En este caso el diablo mismo finge ser el guardián y defensor de santas revelaciones divinas. Hasta qué punto el diablo puede engendrar confusión en los espíritus, hasta qué punto está amenazado por el peligro do escandalizarse de Cristo el que no vive en el amor sino que se halla dominado por el diablo, lo pone de manifiesto el hecho de que los judíos, sin negar las expulsiones de diablos ejecutadas por Cristo, las atribuyen a una alianza con los diablos. En Mt. 12, 22-32 leemos lo siguiente: "Entonces le trajeron un endemoniado ciego y mudo, y le curó, de suerte que el ciego hablaba y veía. Se maravillaron todas las muchedumbres y decían: "¿No será éste el Hijo de David?" Pero los fariseos, que esto oyeron, dijeron: "Este no echa los demonios sino por el poder de Belzebú, príncipe de los demonios'. Penetrando El sus pensamientos, les dijo: "Todo reino en sí dividido será desolado, y toda ciudad o casa en sí dividida no subsistirá. Si Satanás arroja a Satanás está dividido contra sí; ¿cómo, pues, subsistirá su reino? Y si yo arrojo a los demonios con el poder de Belzebú, ¿con qué poder los arrojan vuestros hijos? Por eso serán ellos vuestros jueces. Mas si yo arrojo a los demonios con el espíritu de Dios, entonces es que ha llegado a vosotros el reino de Dios. ¿Pues cómo podrá entrar uno en la casa de un fuerte y arrebatarle sus enseres si no logra primero sujetar al fuerte? Ya entonces podrá saquear su casa. El que no está conmigo está contra mí, y el que conmigo no recoge, desparrama" (Mt. 12, 31-32). "Por eso os digo: "Todo pecado y blasfemia les será perdonado a los hombres; pero la blasfemia contra el Espíritu no les será perdonada. Quien hablare contra el Hijo del hombre será perdonado; pero quien hablare contra el Espíritu Santo no será perdonado ni en este siglo ni en el venidero." Cristo acentúa aquí ser el enemigo radical e incondicional de Satanás. Entre ambos, nada hay de común. Si los fariseos no lo ven, es porque están obcecados y a causa de su necedad. Sólo un necio puede desconocer la diferencia que hay entre el Reino de Dios y el reino de Satanás. Es además un signo de condenación. Cristo es la manifestación del amor de Dios, la revelación de la bondad divina; ante él huyen los espíritus malos e impuros porque no pueden tolerar su presencia. El que dice que Jesucristo es malo e impuro, el que se atreve a decir que está en unión con los diablos, manifiesta que su corazón ha llegado al empedernimiento final, de tal modo que queda descartada toda posibilidad de salvación. Véase también Mc. 3, 22-30; Lc. 11, 14-23 Mt. 9, 34. Véase R. Guardini, El Señor, 145-153. El diablo muestra el grado supremo de su astucia y malicia cuando por medio de sus servidores acusa a Cristo de ser un esclavo del diablo, a Cristo que ha venido al mundo para cumplir y revelar la voluntad del Padre. Los escribas y fariseos, los representantes oficiales del pueblo que habían sido elegidos para ser mensajeros de la Revelación sobrenatural consumada en Cristo, se sirven de esa acusación para lograr que Jesucristo sea condenado a morir en la cruz (lo. 8 con I1, 50 y sigs.). Los hombres han crucificado a Jesucristo, pero es otro el promotor de este terrible hecho. Tras las personas activas al exterior se oculta el funesto personaje que las dirige. Satanás, que desde el principio fue un asesino y un mentiroso (lo. 8, 44), entró en Judas Iscariote y le sedujo a traicionar a Jesús (Lc. 22, 3; lo. 13, 27; 6, 70).
d) J/VICTORIA-SAS: Al morir Jesús, Satanás parece haber confirmado su poder, hasta parece que ese poder queda para siempre asegurado. Pero la aparente derrota de Jesucristo se convirtió en verdadera victoria. Cristo tomó sobre sí la muerte y su muerte fue sacrificio y expiación. En un misterioso entrelazamiento de libertad y necesidad, su muerte fue un acto libre, un acto libre del amor. El amor venció al odio. La muerte es la suprema prueba de amor a Dios y al hombre (lo. 13, 1; Lc. 23, 34). Así como Jesucristo no se apartó ni un paso de la senda de su misión, del mismo modo no pudo ser seducido a pagar con odio el odio, a oponer violencia a la vioIencia, a luchar con engaños y astucia contra la mentira y la falsedad. La cruz de Cristo resplandece en el fuego del amor victorioso. Por eso es Cristo quien instaura el reinado de Dios. Desde ahora en adelante, el diablo es el jefe de un ejército derrotado "... perdonándoos todos vuestros delitos, borrando el acta de los decretos que nos era contraria, que era contra nosotros, quitándola de en medio y clavándola en la cruz; y despojando a los principados y a las potestades, los sacó valientemente a la vergüenza triunfando de ellos en la cruz" (Col. 2, 13 y sigs.). "Pues como los hijos participan en la sangre y en la carne, de igual manera él participó de las mismas, para destruir por la muerte al que tenía el imperio de la muerte, esto es, el diablo, y librar a aquellos que por temor de la muerte estaban toda la vida sujetos a servidumbre" (Hebr. 2, 14 y sigs.). E1 diablo puede seguir esforzándose por destruir la obra de Cristo. Pero su poder sólo puede tener eficacia cuando encuentra el apoyo de la voluntad humana. Contra el corazón amante, humilde y sincero no logrará nunca vencer. También puede seguir sirviéndose de hombres malos como de instrumentos para atribular a los fieles. Puede tratar también de impedir la eficacia de la obra de Cristo con respecto a los individuos o en lo que respecta a comunidades enteras, incitándolos a que se escandalicen de Cristo. Como quiera que Cristo y su obra siguen viviendo en la Iglesia, el diablo proseguirá la lucha contra Cristo bajo la forma de lucha contra la Iglesia, ya sea que la combata desde dentro, por decirlo así, incitándola a no cumplir su misión, la cual consiste en servir a la salvación de las almas mediante la predicación de la palabra y la administración de los santos sacramentos (ésta es la más grave de todas las tentaciones), o seduciéndola a que al cumplir su misión confíe más en medios terrenos que en la fuerza propia del Evangelio (Rom. 1, 16), ya sea que la acose desde fuera, tratando de ponerla obstáculos para que no pueda cumplir su misión.
e) En el NT se describen estas dos clases de ataques diabólicos. El diablo ciega a los hombres para que no vean la gloria de Cristo y para que no se conviertan a la fe en Cristo (2 Cor. 4, 3 y sigs). La infidelidad es comunidad con el diablo del mismo modo que le fe es vida de comunidad con Cristo (2 Co 6, 4-16)) Tras los cultos paganos se ocultan los demonios.
El que toma parte en ellos se une con los demonios (I Co 10, 20; véase Apoc. 9, 20). Barjesus, un judío de Chipre, mago y falso profeta, procuraba apartar de la fe al procónsul. San Pablo, lleno del Espíritu Santo, aniquila la fuerza diabólica que en él habitaba. "¡Oh lleno de todo engaño y de toda maldad, hijo del diablo, enemigo de toda justicia! ¿No cesarás de torcer los rectos caminos del Señor? Ahora mismo la mano del Señor caerá sobre ti y quedarás sin ver la luz del sol por cierto tiempo." Inmediatamente se vió envuelto de oscuridad, y el procónsul, convencido por este prodigio, se convirtió a la fe en Cristo (Act. 13 10-12). El diablo arranca de los corazones la semilla de la palabra de Dios, de modo que no puede echar raíces ni producir frutos. Impide que los hombres puedan comprender la palabra de Dios (Mt. 13, 19; Mc. 4, 15; Lc. 8, 12). Se esfuerza por entrar de nuevo en los corazones de los que le han sido arrebatados. Es el enemigo; da vueltas sin cesar bramando como un león y buscando a quien devorar (I Pet. 5, 8). San Pablo teme que el diablo tiente a los tesalonicenses y haga vana su labor, lo mismo que le ha impedido ir a Tesalónica (l Thess. 3, 5, 2, 18). Satanás no cesa de sembrar malas semillas en los corazones de los hombres (Mt. 13, 37-39), para poder entrar de nuevo en los hombres (Mt. 12, 43-45). Los falsos maestros son sus instrumentos (II Tim. 2, 26). Los profetas falsos son servidores de Satanás (11 Cor. Il. 13 y sigs). El diablo seduce los corazones de Ananías y Safira para que mientan (Act. 5, 3). Trata de destruir el matrimonio (I Cor. 7, 5). Excita la lascivia (I Tim. 5, 15), el orgullo (I Tim. 3, 6 y sigs.), el desenfrenado deseo de riquezas (I Tim. 6, 8), el odio (I lo. 3, 10; 11 Cor. 2, 10 y sigs.). Quiere cribar a los Apóstoles (Lc. 22, 31) y se esfuerza por introducir en la Iglesia escisiones y perturbaciones (Rom. 16, 20). Es él causa de la enemistad y de la ira (11 Cor. 2, l l; Eph. 4, 27). San Pablo experimenta extraños fenómenos psíquicos-corporales causados por Satanás (11 Cor. 12, 7). Sus procedimientos son siempre idénticos: "La venida del inocuo irá acompañada del poder de Satanás, de todo género de milagros, señales y prodigios engañosos y de seducciones de iniquidad para los destinados a la perdición por no haber recibido el Amor de la verdad que los salvaría. Por eso Dios les envía un poder engañoso, para que crean en la mentira y sean condenados cuantos, no creyendo en la verdad, se complacen en la iniquidad" (11 Thess. 2, 9-12). En 2 Cor. 11, 13-15: "Pues esos falsos apóstoles, obreros engañosos, se disfrazan de apóstoles de Cristo; y no es maravilla, pues el mismo Satanás se disfraza de ángel de la luz. No es, pues, mucho que sus ministros se disfracen de ministros de la justicia: su fin será el que corresponde a sus obras." También el cristiano está sometido a los ataques y persecuciones de Satanás. Tiene, pues, que contar no sólo con el mal que se deriva de la libertad del hombre y con la inclinación al mal derivada del pecado del individuo y de todo el género humano, sino también con un ser personal malo, que quiere y busca el mal por amor al mal. Tiene que contar con esta funesta fuerza y tiene que combatirla (Eph. 6, 11), no mediante poder externo, sino por medio de la vigilancia y de la oración (I Pet. 5, 8 y sigs.) Y el hombre necesita, efectivamente, del don de discernimiento de los espíritus otorgado por el Espíritu Santo para conocer con seguridad si una figura luminosa es mensajero de Dios o aparición de Satanás, si una aureola de santidad es verdad o engaño (I Cor, 12, 10). El semblante y la actividad del santo y del diablo pueden parecerse tanto que sólo con grande dificultad podemos distinguirlos.
Al fin de los tiempos, el diablo intentará un último y supremo esfuerzo. Le será permitido instaurar un corto y aparente dominio sobre el mundo. Desarrollará tal pompa y tales artificios de seducción que aun los hombres de buena voluntad se sentirán inclinados a apostatar (I Tim. 4. 1; Ap. 12. 16, 13 y sigs.. 19; 20). Pero Cristo descenderá entonces del cielo, a modo de rayo, y destruirá para siempre el reino de Satanás (Ap. 20, 11-21 y sigs.). Véase Mt 25, 41). Quizá hayan de pasar todavía innumerables días y siglos, pero ante los ojos de Dios no tardará en llegar el momento en que Él, el Dios de la paz, aplastará para siempre a Satanás (Rm. 16, 20).
f) A pesar de estas y otras muchas amonestaciones, puede decirse que, según el NT, el diablo no juega un papel de mayor importancia en la vida de los cristianos. El que cree en Cristo ha sido arrebatado a su poderío. San Pablo escribe a los efesios: "Y vosotros estabais muertos por vuestros pecados y delitos, en los que en otro tiempo habéis vivido, siguiendo el espíritu de este mundo, bajo el príncipe de las potestades aéreas, bajo el espíritu que actúa en los hijos rebeldes; entre los cuales todos nosotros fuimos también contados en otro tiempo y seguimos los deseos de nuestra carne, siguiendo la voluntad de ella y sus depravados deseos, siendo por nuestra conducta hijos de ira, como los demás; pero Dios, que es rico en misericordia, por el gran amor con que nos amó, y estando nosotros muertos por nuestros delitos, nos dio la gracia por Cristo" (Eph. 2, 1-5). Véase Act. 5, 16; 8-7; 16, 16-19; 26, 18. El que cree en Cristo no vive, pues, en el miedo a los demonios. Nada pueden éstos contra él si él mismo no lo quiere (Eph. 4, 27). El que vive en la fe y la humildad es invencible (Sant. 4, 7). En definitiva, el diablo mismo tiene que servir de instrumento de salvación al que vive en la fe de Cristo (I Cor. 5, 5; 11 Cor. 12, 7). Por encima de las amonestaciones se halla la palabra triunfal: no hay poder satánico alguno que sea capaz de separarnos de Cristo (Rom. 8, 39). ·Vonier-A (Der Sieg Christi, 1937, 68 y sigs.) resume adecuadamente las enseñanzas de la Sagrada Escritura con las siguientes palabras:
"La tradición cristiana nos enseña que el príncipe de las tinieblas sabe bien que ha sido vencido; sabe bien que lucha por una causa perdida. Por consiguiente, el cristiano puede sentirse completamente superior al diablo y de ningún modo necesita temerle. El desprecio que los santos han manifestado por el demonio está en abierta oposición con su humildad y la desconfianza en las propias fuerzas. Hasta puede decirse que el burlarse del diablo es una forma de sano sentido católico de la vida. Sólo para el que no sabe observar bien pasará desapercibido lo que en realidad significa el hecho de que el católico se toma la libertad de ridiculizar al diablo. El mundo irredento teme a los malos espíritus. Aunque el culto del diablo estrictamente tal no sea muy frecuente, es cierto que está muy generalizada la veneración de ocultos poderes malignos. El verdadero cristiano no tiene nada que ver con Satanás. El servicio de Cristo y la servidumbre bajo Satanás son cosas que se excluyen como el día y la noche. El príncipe de las tinieblas no dispone de poder alguno sobre el alma cristiana. No puede ni perjudicarla ni seducirla."
El que cree en Cristo se ha convertido en hijo del Padre celestial, del Señor todopoderoso. Ante la presencia de Dios, el miedo a los demonios se convierte en total indiferencia.
En la época de los Padres de la Iglesia encontramos a menudo la idea de que Satanás no quedó poco sorprendido al darse cuenta de que su aparente victoria no había sido más que una total derrota. San Agustín acentúa que se dice del diablo que es como un león, no porque sea fuerte, sino porque está furioso (Sermo 263). Los Padres, no obstante además de enseñarnos que el hombre, unido con Cristo, es invencible, nos advierten, al mismo tiempo, que debemos guardarnos bien de dejar entrar en nosotros al diablo mediante el pecado. En el Pastor de Hermas, precepto octavo (BKV, 214), podemos leer lo siguiente: "Teme al Señor, dijo él (el ángel de la penitencia), y guarda sus preceptos; porque si guardas los preceptos de Dios, serás poderoso en todas tus obras, y éstas serán incomparables. Porque en el temor del Señor lo harás todo debidamente. Este es el temor que tienes que tener para adquirir la salud. Al diablo no has de temerle; porque en el temor del Señor vencerás al diablo, pues éste no tiene poder alguno. A quien no tiene poder alguno no necesitamos temerle. El que tiene poder infunde temor; sólo el impotente pasa desapercibido, en general. Pero sí has de temer las obras del diablo, pues son malas. Ahora bien, si temes al Señor, temes también las obras del diablo, y no las ejecutas, sino que te mantienes alejado de ellas."
En el duodécimo precepto, cap. 6 (BKV, 227) se dice que nadie ha de temer las amenazas del diablo. Carecen de fuerza, ni más ni menos que los tendones de un muerto.
SCHMAUS
TEOLOGIA DOGMATICA II
DIOS CREADOR
RIALP. MADRID 1959.Pág. 267-281
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