Fuente: Adelante la Fe
“Maldice al murmurador y al de lengua doble: ellos han arruinado a mucha gente que vivía en paz” (Eclesiástico 28. 13)
Mujer, u hombre chismoso, sabe que tienes más mal que el que sabes. Ya casi en esta vida te puedes llorar por tan condenado como yo, si no deshaces el chisme, desencantando esa amistad que con él tienes suspendida; porque si para la condenación es menester pecado, ya viste que el tuyo es el más grave. Si es menester que preceda una muerte sin tiempo para remediarlo, ya viste que lleva consigo esa culpa, muerde irremediable, y repentina. Si es menester demonio que acuse, ya viste que lo eres, y peor. Si es menester Juez que te declare por maldito, ya viste que Dios desde el Tema te declara por tal:Maldito el murmurador y el de lengua doble. Si es menester fuego, ya viste que en tu misma boca lo llevas. Si es menester gusano, ya viste el gusano de fuego que padeció Doeg, cuyas manos murió en ese mundo; y que le roe en este sin que haya de morir jamás: “…su gusano no morirá, su fuego no se extinguirá…” Isai. c.66. v.24.
¿Cómo, pues, vives un instante sin deshacer ese chisme, viendo que mientras no lo haces llevas contigo todo el recado de condenarte? ¿Y cómo te consuelas al dilatarlo para otro tiempo, viendo que te amenaza una muerte tan sin tiempo, como inopinada?
Cuando la pena no te amedrente, ¿cómo la culpa no te horroriza? Culpa, que a diferencia de otras no basta confesarla, si no se quita la causa que tuvo la paz: Culpa, que aun entre Gentiles era afrentosa, y afrentada: Culpa, que especialmente se opone a Dios, en cuanto Dios, y en cuanto Hombre: Culpa, que como el fuego del Infierno prende en las animas, el suyo en los ánimos: Culpa, que hace pedazos al Cuerpo místico del Redentor, porque divide la unión de sus miembros que son los prójimos: Culpa, en fin, incomparable, por privar del bien de la amistad, que no tiene comparación: Amico fideli nulla est comparatio. (Ecli.6.) ¡Y con todo esto hay quien a cada paso la comete! ¡O dolor! Pero aún es más el que nadie la impida, el que nadie la castigue, y que sean tantos los que en sus oídos la fomentan.
Si un Tigre entrara por un Lugar arrancando a unos un brazo, y a otro una pierna, se pondrían todos en armas, y le tirarían a matar: y despedazando un chismoso al místico Cuerpo de un Hombre Dios, y dividiendo sus miembros, nadie se mueve contra él, antes suele hallar en el mismo que ofende (acogida, y premio)
Quejase por David el Redentor (Psal. 21) de que le contaron los huesos:entre las reglas del arte de contar una es la del partir; y como los Fieles son sus huesos, se queja de que se los parta el chismoso con la discordia que introduce en ellos. El hueso dislocado tiene remedio, pero no el partido, porque es insoldable su rotura; asi hay chismes, que han partido tan por medio algunas amistades que no han podido jamás soldarse. Esta es la culpa que le arranca quejas a Dios, y a que corresponde una pena, que tampoco tenga medicina, ni jamás se pueda soldar.
Esta es (¡Oh mortales!) mi pena, porque esta fue mi culpa. Yo hallaba gusto en contar lo que había de dar disgusto a otro. Callaba lo que disminuía el dicho, y añadía el modo o la circunstancia que había de agravar la queja. Representóme el Juez en su Tribunal los ocultos efectos de estos chismes; vi entonces con tanta perspicacia, como confusión, la malicia de este pecado que tenía yo por cosa de aire; en fin, fui por él condenado, a que en pena de la paz que quité a muchos, no tenga aquí paz con alguno, sino implacable guerra con todos, y conmigo mismo. ¡Oh, si supieras qué tormento es este! Idéate, que en ese mundo nadie te pudiera ver; que de tu casa te arrojaban a palos; que en la calle los vecinos te ahuyentaban con piedras, y que si acudías al Templo te daban con la puerta en los ojos; que si huías a otro lugar se conjuraban también todos a echarte de él con látigos, oprobios, y salivas. ¿No te parece que sería ésta gran miseria? Pues nada es respecto de la mía; porque, en fin, estos te perseguían con un odio mortal, y aquí todos con un inmortal odio me abominan, me aborrecen, me atormentan, y baldonan (afrentan). Ahí, aunque todos te quisieran mal, pero en fin, tú ya te amabas, y con huir esperabas hallar refugio aunque nunca lo encontrases; pero aquí ni aun pasar puedo de un lugar a otro, por estar clavado como escollo en medio de espesas llamas, que me sitian, embisten, y atraviesan: con que no puedo volver á nadie los ojos que no sea de corazón un enemigo, y verdugo mío. ¿Y quién creerá, que aún no es este mi mayor tormento? El mayor es el despecho, y furor que tengo contra mí proprio, y con que siempre quisiera acabarme, y nunca puedo. En ese mundo desahoga este furor un dogal que lo ahoga, pero aquí ni aun este partido tan desesperado me queda, porque he de sufrir siempre esta vida desesperada, sin acabar jamás, ni con la vida, ni con la desesperación.
Esta es una angustia mayor que lo que puedo explicarte, ni puedes concebir; y si no mira el estrago que hace la discordia interior en lo insensible de un peñasco; rasga el corazón de la tierra, hace temblar la comarca, vomita ciudades, y estremece al mundo. Si esto hace la interna contradicción en una montaña que no siente, ¿qué hará en el alma de una delicada criatura?Pues esto, y más que esto obra en mí la paz que no tengo conmigo, por haberla quitado a otros con mis chismes, no haciendo otra cosa, en pena de mi decir mal en ese mundo, que maldecir en este; todo es yo decir mal de Dios, y Dios maldecirme a mí.
Pero ay, ¡Cuán otra es la maldición de Dios que la del hombre! Como esta no está en su mano, tarde, o rara vez se cumple; pero como Dios es Omnipotente, nada maldice, que al punto no se hace, como se vio en la higuera que maldijo: “Nunca volverás a dar fruto” (Mateo. 21.) y como se vio en mí cuando en su juicio me fulminó las maldiciones de: Los Demonios te arrebaten; sórbate el Infierno; arde eternamente en sus hornos: no sepas jamás qué cosa es paz, ni conmigo, ni contigo, ni con otro alguno: todos te aborrezcan, pisen, y opriman: vive siempre luchando contra tí proprio por acabarte, y nunca te acabes de acabar.
¡Oh portento! Apenas pronunció estas maldiciones, cuando luego fue hecho lo que dijo: ¡Oh mujeres! ¡Oh hombres! ¡Que por un chisme de palabra os tragáis tantos, y tales tormentos de obra, que por quitar la paz de uno con otro, no queréis tener paz con Dios, con nadie, ni con vosotros mismos! Que por decir el mal que este dijo dé aquel, os cargáis con las maldiciones tan ejecutivas, cómo irremediable de un Dios: Maledictus. Abrid los ojos para no caer en semejante vicio, para llorar los cometidos, y para ver cómo podéis reintegrar la amistad que con el chisme quebrasteis, o entibiasteis, o suspendisteis. Mientras no, lloraos ya por tan condenados, y por tan malditos como yo.
Dedicado a los que están en Pecado Mortal
Dr. José Boneta
“Maldice al murmurador y al de lengua doble: ellos han arruinado a mucha gente que vivía en paz” (Eclesiástico 28. 13)
Mujer, u hombre chismoso, sabe que tienes más mal que el que sabes. Ya casi en esta vida te puedes llorar por tan condenado como yo, si no deshaces el chisme, desencantando esa amistad que con él tienes suspendida; porque si para la condenación es menester pecado, ya viste que el tuyo es el más grave. Si es menester que preceda una muerte sin tiempo para remediarlo, ya viste que lleva consigo esa culpa, muerde irremediable, y repentina. Si es menester demonio que acuse, ya viste que lo eres, y peor. Si es menester Juez que te declare por maldito, ya viste que Dios desde el Tema te declara por tal:Maldito el murmurador y el de lengua doble. Si es menester fuego, ya viste que en tu misma boca lo llevas. Si es menester gusano, ya viste el gusano de fuego que padeció Doeg, cuyas manos murió en ese mundo; y que le roe en este sin que haya de morir jamás: “…su gusano no morirá, su fuego no se extinguirá…” Isai. c.66. v.24.
¿Cómo, pues, vives un instante sin deshacer ese chisme, viendo que mientras no lo haces llevas contigo todo el recado de condenarte? ¿Y cómo te consuelas al dilatarlo para otro tiempo, viendo que te amenaza una muerte tan sin tiempo, como inopinada?
Cuando la pena no te amedrente, ¿cómo la culpa no te horroriza? Culpa, que a diferencia de otras no basta confesarla, si no se quita la causa que tuvo la paz: Culpa, que aun entre Gentiles era afrentosa, y afrentada: Culpa, que especialmente se opone a Dios, en cuanto Dios, y en cuanto Hombre: Culpa, que como el fuego del Infierno prende en las animas, el suyo en los ánimos: Culpa, que hace pedazos al Cuerpo místico del Redentor, porque divide la unión de sus miembros que son los prójimos: Culpa, en fin, incomparable, por privar del bien de la amistad, que no tiene comparación: Amico fideli nulla est comparatio. (Ecli.6.) ¡Y con todo esto hay quien a cada paso la comete! ¡O dolor! Pero aún es más el que nadie la impida, el que nadie la castigue, y que sean tantos los que en sus oídos la fomentan.
Si un Tigre entrara por un Lugar arrancando a unos un brazo, y a otro una pierna, se pondrían todos en armas, y le tirarían a matar: y despedazando un chismoso al místico Cuerpo de un Hombre Dios, y dividiendo sus miembros, nadie se mueve contra él, antes suele hallar en el mismo que ofende (acogida, y premio)
Quejase por David el Redentor (Psal. 21) de que le contaron los huesos:entre las reglas del arte de contar una es la del partir; y como los Fieles son sus huesos, se queja de que se los parta el chismoso con la discordia que introduce en ellos. El hueso dislocado tiene remedio, pero no el partido, porque es insoldable su rotura; asi hay chismes, que han partido tan por medio algunas amistades que no han podido jamás soldarse. Esta es la culpa que le arranca quejas a Dios, y a que corresponde una pena, que tampoco tenga medicina, ni jamás se pueda soldar.
Esta es (¡Oh mortales!) mi pena, porque esta fue mi culpa. Yo hallaba gusto en contar lo que había de dar disgusto a otro. Callaba lo que disminuía el dicho, y añadía el modo o la circunstancia que había de agravar la queja. Representóme el Juez en su Tribunal los ocultos efectos de estos chismes; vi entonces con tanta perspicacia, como confusión, la malicia de este pecado que tenía yo por cosa de aire; en fin, fui por él condenado, a que en pena de la paz que quité a muchos, no tenga aquí paz con alguno, sino implacable guerra con todos, y conmigo mismo. ¡Oh, si supieras qué tormento es este! Idéate, que en ese mundo nadie te pudiera ver; que de tu casa te arrojaban a palos; que en la calle los vecinos te ahuyentaban con piedras, y que si acudías al Templo te daban con la puerta en los ojos; que si huías a otro lugar se conjuraban también todos a echarte de él con látigos, oprobios, y salivas. ¿No te parece que sería ésta gran miseria? Pues nada es respecto de la mía; porque, en fin, estos te perseguían con un odio mortal, y aquí todos con un inmortal odio me abominan, me aborrecen, me atormentan, y baldonan (afrentan). Ahí, aunque todos te quisieran mal, pero en fin, tú ya te amabas, y con huir esperabas hallar refugio aunque nunca lo encontrases; pero aquí ni aun pasar puedo de un lugar a otro, por estar clavado como escollo en medio de espesas llamas, que me sitian, embisten, y atraviesan: con que no puedo volver á nadie los ojos que no sea de corazón un enemigo, y verdugo mío. ¿Y quién creerá, que aún no es este mi mayor tormento? El mayor es el despecho, y furor que tengo contra mí proprio, y con que siempre quisiera acabarme, y nunca puedo. En ese mundo desahoga este furor un dogal que lo ahoga, pero aquí ni aun este partido tan desesperado me queda, porque he de sufrir siempre esta vida desesperada, sin acabar jamás, ni con la vida, ni con la desesperación.
Esta es una angustia mayor que lo que puedo explicarte, ni puedes concebir; y si no mira el estrago que hace la discordia interior en lo insensible de un peñasco; rasga el corazón de la tierra, hace temblar la comarca, vomita ciudades, y estremece al mundo. Si esto hace la interna contradicción en una montaña que no siente, ¿qué hará en el alma de una delicada criatura?Pues esto, y más que esto obra en mí la paz que no tengo conmigo, por haberla quitado a otros con mis chismes, no haciendo otra cosa, en pena de mi decir mal en ese mundo, que maldecir en este; todo es yo decir mal de Dios, y Dios maldecirme a mí.
Pero ay, ¡Cuán otra es la maldición de Dios que la del hombre! Como esta no está en su mano, tarde, o rara vez se cumple; pero como Dios es Omnipotente, nada maldice, que al punto no se hace, como se vio en la higuera que maldijo: “Nunca volverás a dar fruto” (Mateo. 21.) y como se vio en mí cuando en su juicio me fulminó las maldiciones de: Los Demonios te arrebaten; sórbate el Infierno; arde eternamente en sus hornos: no sepas jamás qué cosa es paz, ni conmigo, ni contigo, ni con otro alguno: todos te aborrezcan, pisen, y opriman: vive siempre luchando contra tí proprio por acabarte, y nunca te acabes de acabar.
¡Oh portento! Apenas pronunció estas maldiciones, cuando luego fue hecho lo que dijo: ¡Oh mujeres! ¡Oh hombres! ¡Que por un chisme de palabra os tragáis tantos, y tales tormentos de obra, que por quitar la paz de uno con otro, no queréis tener paz con Dios, con nadie, ni con vosotros mismos! Que por decir el mal que este dijo dé aquel, os cargáis con las maldiciones tan ejecutivas, cómo irremediable de un Dios: Maledictus. Abrid los ojos para no caer en semejante vicio, para llorar los cometidos, y para ver cómo podéis reintegrar la amistad que con el chisme quebrasteis, o entibiasteis, o suspendisteis. Mientras no, lloraos ya por tan condenados, y por tan malditos como yo.
Dedicado a los que están en Pecado Mortal
Dr. José Boneta
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