lunes, 8 de abril de 2013

EL NEOMODERNISMO



En el vocabulario completamente re­novado de los hombres de Iglesia, al­gunas palabras han sobrevivido. Fe es una de ellas. Pero es empleada en las más diversas acepciones. Existe, sin embargo, una definición de la Fe que no se puede cambiar. A ésta es a la que debe referirse el católico, cuando no entiende nada del discurso em­bro­­llado y pretencioso que se le dirige.
La Fe es la adhesión de la inteligencia a la verdad revelada por el Verbo de Dios. Creemos en una verdad que viene de fuera y que no es como una especie de secreción de nuestro espíritu. Creemos en ella a causa de la autoridad de Dios que nos revela. No hay que buscar en otra parte.
Nadie tiene derecho a robarnos esta fe para sustituirla por otra. Vemos resurgir una definición moder­nista de la fe, condenada por San Pío X hace ya ochenta años, y según la cual sería un sentimiento interior. La explicación de la religión no sería preciso buscarla fuera del hombre: “es, pues, en el hombre mismo donde se encuentra y, como la religión es una forma de vida, en la misma vida del hombre”. Sería algo puramente subjetivo, una adhesión del alma a Dios, Él mismo inaccesible a nuestra inteligencia, cada uno para sí, cada uno en su conciencia.
El modernismo no es una invención reciente, no lo era siquiera en el año 1907, fecha de la famosa encíclica; es el espíritu perpetuo de la Revolución, que quiere encerrarnos en nues­tra humanidad y poner a Dios fue­ra de la ley. Su falsa definición sólo busca corromper la autoridad de Dios y de la Iglesia.
La Fe nos viene del exterior y estamos obligados a someternos a ella. “El que crea se salvará, el que no crea se condenará”, es Nuestro Señor Jesucristo quien lo afirma.
Cuando yo fui a ver al Papa en 1976, me reprochó, con gran sorpresa mía, que hiciera prestar un juramento contra él a mis seminaristas. Me costó mucho comprender de dónde podía venir esto, pues evidente­men­te alguien le había inculcado esta idea, con la intención de perjudicarme. Después la luz se hizo en mi espí­ritu: se había interpretado malignamente en este sentido el juramento anti modernista que hasta ahora todo sacerdote estaba obligado a recitar solemnemente antes de su ordenación y todo dignatario eclesiástico en el mo­mento de recibir su cargo. El mismo papa Pablo VI lo había prestado más de una vez en su vida.
He aquí pues lo que dice este juramento: “Sostengo con toda certeza y sinceramente profeso que la Fe no es un ciego sentimiento religioso que brota de las tinieblas del subconsciente, bajo la pre­sión del corazón y la inclinación de la voluntad formada mo­ralmente, sino un verdadero asentimiento del en­tendimiento a la verdad recibida de fuera por la cual creemos ser verdadero, por la autoridad de Dios, todo lo que ha sido dicho, atestiguado y revelado por Dios en persona, nuestro Creador y nuestro Maestro”.
El juramento anti modernista ya no se exige para ser sacerdote u obispo; si se exigiera, todavía habría menos ordenaciones de las que hay. En efecto, el concepto de fe está falseado y muchas personas, sin pensar mal, se dejan llevar por el modernismo. Por esta causa aceptan creer que todas las religiones salvan: si cada uno tiene una fe según su conciencia, si es la conciencia la que produce la fe, ya no hay razón alguna para pensar que una fe salva más que otra, con tal que la conciencia esté orientada hacia Dios. Se leen afirmaciones como ésta en un documento procedente de la comisión de catequesis del episcopado francés: “la verdad no es ninguna cosa recibida, completamente hecha, sino algo que se está haciendo”.
La diferencia de óptica es total. Se nos dice que el hombre no recibe la verdad, sino que la construye. Pero sa­bemos –y nuestra inteligencia nos lo afirma– que la verdad no se crea, no somos nosotros quienes la creamos.
Pero ¿cómo defenderse contra estas doctrinas perversas que arruinan la religión, dado que estos “habladores de novedades” se encuentran en el seno mismo de la Iglesia? Gracias a Dios han sido desenmascarados desde primeros de siglo de una manera que permite reconocerlos fácilmente. No pensemos que se trata de un fenómeno antiguo, interesante sólo para los historiadores eclesiásticos: Pascendi es un texto que se creería escrito hoy, es de una actualidad ex­tra­ordinaria y describe, con una lozanía que nunca admiraremos suficientemente, a estos enemigos del interior.
Helos aquí: “Cortos de filosofía y de teología serias, erigiéndose, con desprecio de toda modestia, en renovadores de la Iglesia… despreciativos de toda autoridad, incapaces de soportar cualquier freno. Su táctica es no exponer jamás metódicamente y en su conjunto sus doctrinas, pero fragmentarlas de algún modo, dispersarlas aquí y allá, lo que se presta a hacerlos juzgar volubles e indecisos, cuando sus ideas, al contrario, son perfectamente determinadas y consistentes… Tal página de una obra suya podría ser firmada por un católico; volved la página, creeréis estar leyendo a un racionalista… Reprendidos y condenados, siguen su camino, disimulando bajo falsas apariencias exteriores de sumisión una audacia sin límites… Si alguien tiene la desgracia de criticar una y otra de sus novedades, por monstruosas que sean, se echan sobre él cerrando filas; quien las niega es tratado de ignorante, quien las abraza y las defiende es elevado hasta las nubes… Una obra aparece respirando la novedad por todos sus poros, la acogen con aplausos y gritos de admiración. Cuanta mayor audacia haya tenido un autor al batir en brecha a la antigüedad, al minar la Tradición y el magisterio eclesiástico, tanto más será tenido por sabio. En fin, si llega el caso de que uno de ellos sea alcanzado por las conde­naciones de la Iglesia, los otros enseguida se apretujan a su alrededor, para colmarlo de elogios y venerarlo casi como un mártir de la verdad”.
Todos estos rasgos corresponden tan perfectamente a lo que vemos hoy día que se creerían escritos recientemente. En 1980, después de la condenación de Hans Küng, un grupo de cristianos procedía delante de la catedral de Colonia a un “auto de fe” co­mo protesta contra la decisión de la Santa Sede de retirar al teólogo sui­zo su misión canónica; levantaron una hoguera sobre la cual echaron un maniquí y obras de Küng “a fin de simbolizar la prohibición de un pensamiento valeroso y honesto” (Le Monde). Poco antes las sanciones con­­tra el P. Pohier habían provocado otras revueltas: trescientos dominicos y dominicas dirigían una carta pública de protesta contra estas sanciones; una veintena de personalidades firmaban otro texto; la abadía de Boquen, la capilla de Montparnasse y otros grupos de vanguardia, venían en su socorro. La única novedad con relación a la descripción de San Pío X es que ya no se disimulan bajo falsas apariencias de sumisión, se sienten seguros, tienen demasiado apoyo en la Iglesia para seguir escondiéndose. El modernismo no ha muerto, al contrario ha progresado y es pregonado.
Continuamos la lectura de Pas­cen­di: “Después de esto no cabe extrañarse si los modernistas persiguen con toda su mala voluntad, con toda su acritud, a los católicos que luchan vigorosamente por la Iglesia. No hay ninguna clase de injurias que no vomiten contra ellos. Si se trata de un adversario cuya erudición y vigor de espíritu le hacen temible, tratarán de reducirlo a la impotencia organizando a su alrededor la conspiración del silencio”. Hoy día tal es el caso de los sacerdotes tradicionalistas acorra­la­dos, perseguidos, de los escritores religiosos y seglares de los cuales la prensa en manos de progresistas no dice jamás una sola palabra. De los mo­vimientos de juventud también, apartados porque siguen fieles y cuyas edificantes actividades, peregrina­ciones u otras, permanecen desconocidas para el público que podría, sin embargo, encontrar consuelo en ellos.
“Si escriben historia, buscan con curiosidad y publican con gran alarde, bajo color de decir la verdad y con una especie de placer mal disimulado, todo lo que les parece una mancha en la historia de la Iglesia. Dominados por determinados prejuicios, destruyen, todo lo que pueden, las piadosas tradiciones populares. Ponen en ridículo ciertas reliquias, muy venerables por su antigüedad. Están en fin poseídos del vano deseo de hacer que se hable de ellos; lo cual jamás sucedería, ellos lo comprenden bien, si dijeran lo que siempre se ha dicho hasta ahora”.
En cuanto a la doctrina de los modernistas, reposa sobre los puntos siguientes, que se reconocen fácilmente en las corrientes actuales: “la razón humana no es capaz de elevarse hasta Dios, no, ni siquiera para conocer su existencia, por medio de las criaturas”. Siendo imposible toda revelación exterior, el hombre buscará en sí mismo la satisfacción de la necesidad de lo divino que siente y cuyas raíces se encuentran en el subconsciente. Esta necesidad de lo divino suscita en el alma un sentimiento particular “que une de al­gún modo al hombre con Dios”. Tal es la fe para los modernistas. Dios es creado así en el alma y esto constituye la revelación.
Del sentimiento religioso se pasa al ámbito del entendimiento que va a elaborar el dogma: el hombre debe pensar en su fe, es una necesidad para él, porque está dotado de inteligencia. Crea fórmulas, que no contienen la verdad absoluta sino imágenes de la verdad, símbolos. Estas fórmulas dogmáticas están en consecuencia sujetas al cambio, evolucionan. “Así se abre el camino a la variación sustancial de los dogmas”.
Las fórmulas no son simples especulaciones teológicas, deben ser vivas para ser verdaderamente religiosas. El sentimiento debe asimilarlas “vitalmente”.
Se habla hoy día de “vivir la fe”. “Para que ellas sean y per­ma­nezcan vivas”, continúa San Pío X, “estas fórmulas deben ir aparejadas al creyente y a su fe. El mismo día en que esta adaptación cese, ese mismo día se vaciarían de golpe de su contenido primitivo: no habría más solución que cambiarlas. Dado el carácter tan precario y tan inestable de las fórmulas dogmáticas, se comprende de maravilla que los modernistas las tengan en tan poca estima, cuando no las desprecien abiertamente. El sentimiento religioso, la vida religiosa es lo que tienen continuamente en los labios”. En las homilías, en las conferencias, en los catecismos, se evitan cuidadosamente las “fórmulas hechas”.
El creyente tiene su experiencia personal de la fe, y luego la comunica a otros por la predicación, así se propaga la experiencia religiosa. “Cuan­do la fe llega a ser común o como se dice ‘colectiva’ se siente el de­seo de organizarse en sociedad para conservar y acrecentar el tesoro común. De ahí la fundación de una iglesia. La Iglesia es el “fruto de la conciencia colectiva, conocida por otro nombre como el conjunto de las conciencias individuales: conciencias que proceden de un primer creyente para los católicos, de Jesucristo”.
Y la historia de la Iglesia se escribe como sigue: al principio cuando se creía aún que la autoridad de la Iglesia venía de Dios, se la había concebido como autocrática. “Pero hoy en día estamos completamente de vuelta. Así como la Iglesia es una emanación vital de la conciencia colectiva, así, a su vez, la autoridad es un producto vital de la Iglesia”.
Es necesario entonces que el poder cambie de manos y venga a la base. La conciencia política ha creado el régimen popular, debe ser lo mis­mo en la Iglesia: “Si la autoridad eclesiástica no quiere provocar y fomentar un conflicto en lo más íntimo de las conciencias, debe doblegarse a las fórmulas democráticas”.
Podéis comprender ahora, católicos perplejos, dónde el cardenal Sue­nens y todos los teólogos albo­ro­tadores han ido a buscar sus ideas. La crisis moderna está en perfecta continuidad con aquella que agitó el final del siglo pasado y el principio de éste. Comprendéis también por qué, en los libros de catecismo que vuestros hijos os llevan a casa, todo empieza con las primeras comunidades que se formaron después de Pentecostés, cuando los discípuclos sintieron la necesidad de lo divino gracias a la conmoción provocada por Jesús, y vivieron conjuntamente “una experiencia original”. Podéis expli­caros la ausencia de dogmas, la Santísima Trinidad, la Encarnación, la Redención, la Asunción, etc., etc., en estos mismos libros y en los sermones. El texto de referencia elaborado para la catequesis por el episcopado francés se extiende sobre la creación de grupos que serán “mini-Iglesias” destinadas a recomponer la Iglesia de mañana según el proceso que los modernistas han creído leer en el nacimiento de la Iglesia de los Apóstoles: “En el grupo de catequesis, animadores, padres e hijos aportan su experiencia de vida, sus aspiraciones profundas, imágenes religiosas, un cierto conocimiento de las cosas de la fe. De ahí se sigue una confrontación que es condición de verdad, en la medida en que pone en movimiento los deseos profundos de las personas y las compromete realmente hacia las transformaciones inevitables que manifiesta todo contacto con el Evangelio. Los frenazos son posibles. Es al término de una ruptura, de una conversión, de cierta muerte cuando puede por gracia efectuarse la confesión de la fe”. [¿Queda aún lugar para la verdad?]
Son los obispos quienes aplican abiertamente la técnica modernista condenada por San Pío X! Todo se encuentra en este párrafo, releedlo con atención: el sentimiento religioso provocado por la necesidad, las as­pi­raciones profundas, la verdad to­man­do nacimiento de la confrontación de experiencias, la variación de los dogmas, la ruptura con la Tradición.
Para el modernismo, los sacramentos nacen también de una necesidad “pues como se ha observado, la necesidad, el menester, tal es su sistema, la gran y universal explicación”. Es preciso dar a la religión un cuerpo sensible: “los sacramentos son (para ellos) puros signos o símbolos, si bien dotados de eficacia.
Los comparan a ciertas palabras de las que se dice vulgarmente que han hecho fortuna,porque ellas tienen la virtud de hacer brillar las ideas fuertes y penetrantes que impresionan y conmueven. Es lo mismo que decir que los sacramentos no han sido instituidos más que para alimentar la fe: proposición condenada por el concilio de Trento”.
Se encuentra esta idea en Besret, por ejemplo, que fue “experto” en el Concilio: “el que pone el amor de Dios en el mundo no es el sacramento. El amor de Dios está actuando en todos los hombres. El sacramento es el momento de su manifestación pública en la comunidad de los discípulos… diciendo esto, yo no pretendo de ningún modo negar el aspecto eficaz de los signos puestos. El hombre se realiza también expresándose y esto vale tanto para los sacramentos como para el resto de su actividad”.
¿Los libros santos? Son para los modernistas “la colección de experiencias hechas en una determinada religión”. Es Dios quien habla por medio de estos libros, pero el Dios que está en nosotros. Son libros inspirados en sentido parecido a como se habla de inspiración poética; la inspiración es asimilada a la necesidad intensa que tiene el creyente de comunicar su fe por escrito: la Biblia es una obra humana.
En Piedras Vivas se dice a los niños que el Génesis es un “poema” es­cri­­to un día por creyentes que “han re­flexionado”. Esta compilación, impuesta por los obispos de Francia a to­­dos los alumnos de catecismo, res­pi­­ra el modernismo en casi todas las pá­­ginas. Hagamos un pequeño paralelo.
San Pío X: “Es una ley (para los modernistas) que la fecha de los documentos no puede determinarse de otro modo que por la fecha de las necesidades a las cuales la Iglesia ha estado sujeta sucesivamente”.
Piedras Vivas: “Para ayudar a estas comunidades a vivir el Evangelio, algunos Apóstoles les escriben cartas, llamadas también Epístolas… pero los Apóstoles han contado sobre todo de viva voz lo que Jesús había hecho en medio de ellos y lo que les había dicho… más tarde cuatro autores -Marcos, Mateo, Lucas y Juan- han puesto por escrito lo que los Apóstoles habían dicho”. “Redacción de los Evangelios: ¿Marcos hacia el setenta? ¿Lucas entre el 80-90? ¿Mateo hacia los años 80-90? ¿Juan por el 95-100?”. “Ellos han explicado los acontecimientos de la vida de Jesús, sus palabras y sobre todo su muerte y resurrección para iluminar la fe de los creyentes”.
San Pío X: “En los libros sagrados (dicen ellos) se hallan bastantes lugares, con referencia a la ciencia o a la historia, donde se constatan errores manifiestos. Pero no es de la historia ni de la ciencia de lo que estos libros tratan, es únicamente de religión y de moral”.
Piedras Vivas: “Es un poema (el Génesis) y no un libro de ciencia. La ciencia nos dice que han sido necesarios millones de años para ver aparecer la vida”. “Los Evangelios no cuentan la narración de la vida de Jesús como se relata hoy un acontecimiento en la radio, en la televisión o en el periódico”.
San Pío X: “No vacilan en afirmar que los libros en cuestión, sobre todo el Pentateuco y los tres primeros Evangelios, se han ido formando lentamente con adiciones hechas a un relato primitivo muy breve: inter­polaciones a manera de interpretaciones teológicas o alegóricas, o simplemente transiciones y suturas”.
Piedras Vivas: “Lo que está escrito en la mayoría de estos libros había sido primero explicado oralmente de padre a hijo. Un día alguien lo escribió para transmitirlo a su vez y a menudo lo que escribió fue reescrito por otros, por otras gentes todavía… 538, dominación de los persas: la reflexión y las tradiciones se convierten en libros. Esdras, hacia el 400, colecciona (diversos libros) para hacer la ley o Pentateuco. Los rollos de los profetas son compuestos. La reflexión de los sabios conduce a diversas obras maestras”.
A los católicos que se extrañan del nuevo lenguaje utilizado les conviene saber que no es tan nuevo, que Lamennais, Fuchs, Loisy, lo emplearon ya en el siglo pasado y que ellos no habían hecho más que coleccionar todos los errores que han existido en el curso de los siglos. La Religión de Cristo no ha cambiado y no cambiará jamás, no hay que dejarse manipular

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