San Pío X dedica la Encíclica Editae Saepe (26 de mayo de 1910) a San Carlos Borromeo, que trabajó en la restauración de la Iglesia en una época en la cual los protestantes, bajo el pretexto de “reforma”, contestaban muchos dogmas. El papa Sarto reconoce a San Carlos el mérito de haber trabajado para que se pudiera actuar y poner en práctica el Concilio de Trento con una sana “contra-reforma” según el lema retomado más tarde por el mismo Pío X “Restaurar todo en Cristo”.
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Durante el humanismo y el renacimiento, el espíritu del mundo había penetrado en las almas de los cristianos y de muchos Pastores. La vida cristiana y eclesial se había resentido de ello.San Pío X comenta: “sólo por un milagro del poder divino puede suceder que entre la expansión de la corrupción y la frecuente defección de sus miembros, la Iglesia, en cuanto que es el Cuerpo Místico de Cristo, se mantenga indefectible en la santidad de la doctrina, de las leyes, de su fin. […]. No menos claro aparece el sello de su vida divina por cuanto, aun a pesar de tanto aluvión de perversas opiniones, ella persevera constante e inmutable. […] Y esto es mucho más admirable porque ella no sólo resiste el mal, sino que vence el mal con el bien […] se esfuerza por la renovación cristiana de la sociedad no menos que de los individuos particulares”[i].
Después, el Papa condena con palabras severas el espíritu del protestantismo uniéndolo al del modernismo y cita al profeta Isaías (V, 20): “Ay de vosotros que llamáis mal al bien y bien al mal”. Los protestantes, en efecto, “llaman reforma, y a sí mismos reformadores, el tumulto de rebeliones y la perversión de fe y de costumbres. Pero, en realidad, fueron corruptores porque prepararon las rebeliones y la apostasía de los tiempos modernos, en los cuales se renuevan juntos, en un solo ímpetu, los tres géneros de lucha, separados antes, de los cuales la Iglesia había salido siempre vencedora: las persecuciones cruentas […]; las herejías […]; la corrupción de vicios junto a la perversión de la disciplina”[ii].
De igual manera los modernistas, prosigue el Papa, “subvierten la doctrina, las leyes y las instituciones de la Iglesia, teniendo en los labios el grito de una humanidad más culta […] porque con estos nombres grandiosos pueden más ágilmente ocultar la maldad de sus intenciones”[iii].
Añade seguidamente: “Y cuáles son en realidad sus fines, cuáles sus tramas, cuál el camino que pretenden recorrer, nadie de vosotros lo ignora, y sus diseños fueron denunciados y condenados por Nos. Ellos se proponen conseguir una apostasía universal de la fe y de la disciplina de la Iglesia, una apostasía mucho peor que la antigua herejía que puso en peligro el siglo de Carlos Borromeo; una apostasía que tanto más astutamente serpea oculta en las mismas venas de la Iglesia, como extrae mucho más sutilmente de principios erróneos las extremas consecuencias”[iv].
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También aquí es necesario pesar cada palabra:1º) los modernistas se proponen conseguir “una apostasía universal de la fe y de la disciplina de la Iglesia”, o sea, el fin del modernismo es no sólo la herejía o la negación de uno o más dogmas, sino el cambio sustancial de la religión, que se llama apostasía o paso de la religión verdadera a otra esencialmente diferente o el abandono de toda la doctrina de la fe;
2º) “una apostasía mucho peor que la antigua herejía que puso en peligro el siglo de Carlos Borromeo”; en efecto, en el siglo de San Carlos serpeaba la herejía luterana, que negaba varios dogmas de fe, pero no toda la doctrina de la fe;
3º) una apostasía que “tanto más astutamente serpea oculta en las mismas venas de la Iglesia, como extrae mucho más sutilmente de principios erróneos las extremas consecuencias”: la novedad y la fuerza del modernismo es querer serpear, como una víbora venenosa, en las venas, o sea, en lo más íntimo de la Iglesia, sin salir de ella, como por el contrario habían hecho los luteranos; además extrae de sus perversos principios las conclusiones más radicales y extremas: el modernista no se detiene en medias tintas, sino que llega a las consecuencias más extremas; si no lo hace pública y abiertamente al principio es sólo para no ser descubierto y continuar serpeando dentro de la Iglesia para desgastarla, transformarla y difundir en ella su veneno.
Robertus
(Traducido por Marianus el eremita)
[i] U. Bellocchi (a cargo de), Tutte le Encicliche e i principali Documenti pontifici emanati dal 1740. Città del Vaticano, LEV, vol. VII, Pio X, 1999, p. 392.
[ii] Ib., p. 394.
[iii] Ib., p. 396.
[iv] Ib., p. 397.
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