Fuente: Infocatólica
Resumen de la ponencia de Mons. Munilla en el Congreso Nacional de Pastoral Juvenil, celebrado en Valencia, XI-2012, titulada: "La evangelización de los jóvenes ante la emergencia afectiva".
(Luis F. Pérez/InfoCatólica) El obispo vasco ha asegurado que «solemos repetir con frecuencia que para poder dirigirnos al joven de nuestros días, necesitamos primero conocerle» pero, ha añadido, «si queremos conocer al joven de nuestros días, tenemos que ir más allá del dato sociológico. Necesitamos conocer en profundidad a Jesucristo, ya que solo en Cristo conoceremos en profundidad al joven».
Según Mons. Munilla, «uno de los motivos principales por el que nos está costando tanto que el Evangelio resuene en el corazón de los jóvenes, es porque nosotros mismos tenemos todavía un déficit importante para llegar al Corazón de Cristo».
Al referirse la nueva evangelización que debe realizarse también entre la juventud, el prelado ha afirmado que no hay que dudar que «la emergencia afectiva que padece esta generación, nos ofrece una oportunidad única para recordar a todos los jóvenes que Dios es amor».
1. Primera herida: NARCISISMO
Descripción. El narcicismo es quedarse encerrado en la contemplación de uno mismo. El mito cuenta que una ninfa se enamora de Narciso, y este no le corresponde. Mientras huía de ella, se queda pasmado ante su propia imagen reflejada en las aguas de un río, y se enamora perdidamente de sí mismo, lo que le lleva a lanzarse al agua y morir ahogado. El narcisismo es la incapacidad, o dificultad de amar a un ‘tú’ distinto de uno mismo. El narcisismo está ligado a la hipersensibilidad, a la absolutización de los sentimientos y temores, a la percepción errónea de que todo en la vida gira en torno a uno mismo…
Manifestaciones del narcisismo. El narcisismo tiene dos manifestaciones que parecen –sin serlo– contradictorias. En los momentos de euforia, el Narciso actual tiene la ridícula pretensión de ocupar en cualquier escenario el puesto de la ‘novia de la boda’ o del ‘niño del bautizo’. Pero en los momentos de depresión – cada vez más frecuentes–, nuestro Narciso se consuela y hasta se complace con ser el ‘muerto del entierro’. Considera siempre como insuficiente lo que se recibe de los demás, es un mendigo perpetuamente insatisfecho. Paradójicamente busca ansiosamente la realización personal por medio de la lamentación victimista: «¡Nadie me hace caso!», «¡Todo me toca a mí!», «¡Soy un incomprendido!» Aunque las formulaciones sean diferentes en un momento de ‘subidón’ o de ‘bajonazo’, se respira siempre por la misma herida afectiva, buscando ansiosamente aprecio, reconocimiento, elogio, admiración… Sin la sanación del narcisismo es imposible conocer, amar y –sobre todo– seguir a Jesucristo, en profundidad y con coherencia; y, en último término, ser feliz.
Qué es amar. La Revelación judeo-cristiana ha mostrado que amar es un éxodo. Dios llama a su pueblo para que salga de su entorno y vaya en busca de una tierra nueva, distinta, desconocida, sabiendo que Dios quiere su felicidad. Dios nos ha creado –hombre y mujer- a su imagen y semejanza y nos llama a la comunión en el amor. Hombres y mujeres somos distintos y complementarios. Amar es promover el bien que hay en el otro; lo contrario de ‘poseer’ al prójimo, asimilándolo a uno mismo, hasta el punto de hacerlo desaparecer. El móvil del joven es de última generación, pero su corazón se asemeja a la tortuga de la aporía de Zenón («Aquiles y la tortuga»): ésta no parece terminar nunca de llegar a la meta… a la meta del amor.
2. CURACIÓN DEL NARCISISMO
A) La experiencia de ser amado por Dios. En realidad, lo opuesto al narcisismo no es el autodesprecio, sino una equilibrada autoestima. La curación del narcisismo pasa por una educación en un sano y equilibrado amor a uno mismo. Es más, dicho ‘amor a uno mismo’ (‘autoestima’, que diríamos hoy), es la medida indicada por Cristo para tomarla como referencia a la hora de amar al prójimo («Amarás al prójimo como a ti mismo»). La autoestima no proviene de hacer muchas cosas, ni de lograr éxitos, ni de la apariencia física, sino de saberse amado. Uno de los motivos principales de la falta de autoestima en nuestra cultura, es la crisis de la familia, unida a la falta de conciencia del amor personal e incondicional que Dios nos tiene. Por eso es preciso anunciar a los jóvenes el infinito amor que Dios tiene a cada persona, sea cual sea su conducta y, sobre todo, ayudarles a adquirir una experiencia vida y actual de esa realidad, enseñándoles a cultivar la amistad con Jesucristo vivo y resucitado por medio de la meditación de la Palabra de Dios contenida en la Sagrada Escritura.
Quien tiene la experiencia de ser amado incondicionalmente por Dios, se encuentra a sí mismo, y es entonces cuando puede olvidarse de sí mismo en cada relación con los demás; pero no por un afán de autodespreciarse, sino porque se siente sobrado de aprecio y conciencia del amor incondicional recibido de Dios.
Nuestra autoestima no puede depender de que otros hablen bien o mal de nosotros, ni siquiera de que las cosas nos salgan mejor o peor… Cristo crucificado es la medida exacta de lo que cada uno de nosotros valemos para Dios. No se trata de entenderlo solo en la teoría, sino de interiorizarlo y personalizarlo, haciendo de ello nuestro carnet de identidad. Sin esta fe, sería literalmente imposible la abnegación de uno mismo, y estaríamos condenados a la esclavitud del narcisismo .
B) Redescubrir la Cruz. El Evangelio de Jesucristo nos presenta y propone la mística del amor, que integra una ascética del olvido de nosotros mismos y la oblación generosa. Tal vez, en las últimas décadas no hayamos subrayado los pasajes evangélicos que resaltan esta dimensión ascética: «El que quiera seguirme, que cargue con su cruz y me siga», «El que no está conmigo, está contra mí», «No podéis servir a dos señores», «El que busque su vida la perderá, pero el que la pierda por mí la encontrará»… El Evangelio nos presenta la abnegación de uno mismo, como indispensable para la propia madurez y para poder abrirse al encuentro con Dios.
En el contexto la crisis afectiva en la que nos encontramos, no es suficiente proclamar el ideal del amor, sino que es necesario profundizar en los pasajes del Evangelio en los que la escuela del amor es el Corazón de Cristo. El lugar del Evangelio en el que la mística y la ascética se unen es la Cruz de Cristo. La Pasión de Cristo es pura mística y pura ascética, al mismo tiempo. Para sanar las heridas afectivas de los jóvenes hemos de presentarles la Pasión de Cristo, no sólo como el lugar en el que se revela el amor divino, sino también como escuela del amor humano. Sin la escuela de la Cruz de Cristo, el anuncio de la Resurrección se reduce a un hermoso mensaje de consolación, incapaz de sanar nuestras heridas y de movernos al amor. Cuando hablamos de ‘resurrección’, estamos hablando siempre de ‘Resurrección del Crucificado’.
C) El Sacramento de la Penitencia y el acompañamiento espiritual para lograr la «la aceptación humilde de la realidad». El narcisista tiende a refugiarse en la utopía, o escudarse en ella: justifica su descontento y queja permanente con un falso recurso a los sueños utópicos. El Evangelio nos enseña a aspirar más alto, sin despegar los pies del suelo. La aceptación de la realidad no nos impide aspirar a cambiarla, es más, es un presupuesto indispensable para poder mejorarla. El narcisista quiere cambiarlo todo menos a sí mismo, mientras que el cristiano aspira a cambiarlo todo, pero empezando por uno mismo.
El Sacramento de la Penitencia y el acompañamiento espiritual ayudan a conjugar nuestros ‘ideales’ con nuestra ‘realidad’. No hay verdadero idealismo si no parte de la propia conversión. El idealismo de la generación utópica del ‘Mayo del 68’. se tradujo más en una queja contra el sistema político, que en un esfuerzo por la propia renovación.
En el ideal cristiano, el máximo de utopía convive junto al máximo de realismo. Se trata de abrazar la propia realidad –nuestros estudios, las relaciones con la familia, el trabajo…–, viéndola como el lugar donde sale el Señor a nuestro encuentro: «Mirad mis manos y mis pies: soy yo mismo», dijo Jesús resucitado. «Palpadme y ved que un espíritu no tiene carne y huesos, como veis que yo tengo» (cf. Lc 24, 39).
D) Acercarse al sufrimiento del prójimo. Una de las mejores formas de superar el narcisismo que lleva a sentirse “víctimas” es acercarse y conocer a las verdaderas víctimas, es decir, a los ancianos que viven en soledad, enfermos psíquicos que son esquivados por la sociedad, usuarios de los comedores de emergencia, pobres del Tercer Mundo… Es una terapia de choque, muy efectiva para la sanación de nuestro narcisismo y para la educación en el amor generoso. Los hemos comprobado en los jóvenes que han participado campos de trabajo, grupos de apoyo a proyectos misioneros, voluntariado en África u otros lugares, etc. La experiencia nos ha enseñando la conveniencia de acompañar adecuadamente estas inserciones en el mundo del dolor y de la marginación. No es la mera pobreza la que educa el corazón del joven, sino la posibilidad de descubrir a Cristo en toda situación de sufrimiento. Es Él quien sale al encuentro de los que salen al encuentro de los sufrientes.
3. Segunda herida: PANSEXUALISMO
Descripción. Vivimos en una ‘alerta sexual’ permanente, que condiciona lo más cotidiano de la vida. El bombardeo de erotismo facilita las adicciones y conductas compulsivas, provoca desequilibrios y la falta de dominio de la propia voluntad, nos incapacita para para la donación. La fe se ve seriamente comprometida en la medida en que los jóvenes no mantienen una capacidad crítica ante una visión fragmentada y desintegrada de la afectividad, la sexualidad y el amor. Muchos jóvenes han nacido y crecido en este contexto cultural pansexualista y lo perciben como normal, como el que ha nacido y vivido a seis mil metros de altura se acostumbra a esa presión atmosférica. Pero aunque él no se dé cuenta, la presión atmosférica en la que vive afecta a su organismo y a su salud.
La pérdida del sentido y valor de la sexualidad. El origen del amor no se encuentra en el hombre, ya que la fuente originaria del amor es el misterio de Dios mismo, que se revela y sale al encuentro del hombre. A partir de ese amor originario entendemos que el hombre ha sido creado para amar, y que el amor humano es una respuesta al amor divino. La verdad del amor está inscrita en el lenguaje de nuestro cuerpo. En efecto, el hombre es espíritu y materia, alma y cuerpo; en una unión sustancial, de forma que el sexo no es una especie de prótesis en la persona, sino que pertenece a su núcleo más íntimo. Es la persona misma la que siente y se expresa a través de la sexualidad, de forma que jugar con el sexo, es jugar con la propia personalidad. A la situación actual se ha llegado a través de un proceso largo, en la segunda parte del siglo pasado.
Las tres rupturas y sus consecuencias. En primer lugar se produjo un ‘divorcio’ entre sexo y procreación: La difusión de la anticoncepción fue determinante. La utilización masiva de anticonceptivos ha cambiado el modo de enfocar la sexualidad humana. La relación sexual ya no significa abrir la puerta a la vida. El gesto sexual se ha banalizado y ha pasado a ser un gesto sin densidad y sin trascendencia, una mera diversión, un juego. Al separarse sexo e inicio de vida humana, la vida se ha desvinculado de la relación sexual: La ‘fecundación in vitro’ termina de completar el desgaje entre sexo y procreación.
De la mano del primer ‘divorcio’ entre sexo y procreación, vino el segundo ‘divorcio’ entre amor y matrimonio. El «Mayo del 68» llama ‘fríos papeles grises’ a ese contexto legal que protege a los débiles: la madre y sobre todo, al niño. Sin embargo, la mentalidad de «Mayo del 68» presenta el matrimonio como la tumba del amor. ¿Por qué iba a ser necesario un contrato jurídico para vivir un encuentro sexual cuando dos personas se aman? Muchas parejas conviven antes del matrimonio
El tercer ‘divorcio’ es la separación entre sexo y amor. Muchas parejas conviven antes del matrimonio, consecuencia de “divorcio” entre sexo y amor. La sexualidad ha dejado de ser la expresión de la entrega total de dos personas que se aman, para pasar a ser un instrumento de diversión, o para hacer daño: «si él ha jugado conmigo, yo también sabré jugar con otros. No voy a volver a sufrir de esta manera, no me volverán a hacer daño. Simplemente me divertiré con ellos».
Como consecuencia de estas tres rupturas el amor ha dejado de informar la sexualidad desde dentro. El sexo tendría sentido por sí mismo, y deja de ser un vehículo del afecto y del amor. Según el Ministerio de Salud Pública, la edad de comienzo en el consumo del alcohol son los 13 años. Es obvio que el consumo del alcohol está directamente vinculado a eso que se llama ‘el rollo’, ‘pillar cacho’. El recurso al alcohol suele conllevar la anulación del sentido del pudor, y la desinhibición de los principios morales. Esta ruptura entre el lenguaje sexual del cuerpo y el amor, es una distorsión que incapacita claramente para la fidelidad. Toda esta deriva dificulta vivir la vocación al amor en fidelidad, que es lo único que puede hacernos felices. La infidelidad no sólo impide establecer relaciones de amor duraderas, sino que impide construir la propia personalidad. La cultura del ‘rollo’ termina provocando una crisis, porque la idea de que la libertad se identifica con no comprometerse: la fidelidad implicaría esclavitud, mientras que la infidelidad implicaría libertad.
4. CURACIÓN DEL PANSEXUALISMO
A.- Poner de moda la virtud de la castidad. El cristiano no es alguien arrastrado por sus pasiones, sino que participa del señorío de Cristo que le permite ser dueño de sí mismo, gobernar sus tendencias pasionales, poniéndolas al servicio de los demás, para gloria de Dios. Para poder ‘darse’, primero hay que ‘poseerse’. La conquista del mundo pasa por la conquista de uno mismo. La castidad consiste en poner en sintonía lo que expresa el lenguaje corporal sexual, con la autenticidad del afecto y del amor expresado. Con frecuencia, los jóvenes que ni viven esta virtud, no lo hacen por una decisión libre y voluntaria, sino por la esclavitud que genera la dinámica de la lujuria. Cuando un joven decide a seguir a Cristo con todas las consecuencias, no le resulta tan fácil romper con todos sus malos hábitos anteriores: el cuerpo tiene ‘memoria’ y pide su ‘tributo’. La batalla por la castidad puede ser largapero merece la pena luchar; con la santa rebeldía de quienes no se conforman con menos que con la bienaventuranza de Cristo: «Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios»
B.- Cursos de formación afectivo-sexual. Una de las grandes carencias en las familias y en los colegios es la educación en el amor humano. La felicidad de nuestros jóvenes depende en buena medida del descubrimiento del verdadero sentido del amor humano, y de la educación para la madurez afectivo-sexual.
C.- Educación en la belleza. Hoy en día está muy extendida la mentalidad que reduce los cánones de la belleza a un modelo corporal erótico, que está lejos de ser expresión de la interioridad del ser humano y de su riqueza espiritual. El cuerpo deja de ser el icono del alma, para pasar a ser una incitación de nuestras pasiones. La belleza es el esplendor de la verdad, al mismo tiempo que «la santidad es la belleza absoluta”. La belleza es una clave fundamental para la comprensión del misterio de la existencia. Encierra una invitación a gustar la vida y a abrirse a la plenitud de la eternidad. La belleza es un destello del Espíritu de Dios que transfigura la materia, abriendo nuestras mentes al sentido de lo eterno. Dostoievski escribió: «La belleza salvará al mundo». Pero nosotros no identificamos la belleza con la «guapura», con lo «atractivo», con lo «placentero»… En realidad, la belleza no es para nosotros una mera experiencia estética. El concepto pleno y consumado de belleza se identifica con la «santidad».
5. Tercera herida: EL SÍNDROME DE DESCONFIANZA
Descripción. Este síndrome presupone una ‘inseguridad en uno mismo’, acompañado de una notable dificultad para confiar en los otros y en Dios. Los jóvenes tienen la sensación de no pisar suelo firme y les asusta el futuro. Muchos jóvenes viven aislados en su Twitter o en su Facebook. La soledad es uno de los grandes dramas de nuestro tiempo; y difícilmente podrá ser paliada por la comunicación en las redes sociales, en numerosas ocasiones en el anonimato, a través de un ‘nick’ falso o inidentificable.
Causas. La constatación del egoísmo que nos rodea lleva a replegarse en uno mismo y hace nacer una desconfianza generalizada hacia el prójimo, y hasta hacia Dios mismo. Uno de los fenómenos más determinantes en la extensión de esta desconfianza ha sido el divorcio y la falta de estabilidad familiar. Cuando un niño o un adolescente escucha a sus padres discutir, faltándose al respeto, llega a dudar sobre si su familia continuará unida al día siguiente o si se separarán cualquier día. La crisis de autoridad y la ausencia de referentes morales dificultan el desarrollo de la confianza en Dios. Las traiciones en las amistades, así como las infidelidades en las relaciones amorosas, suelenprovocar decepción y desconfianza hacia todos y hacia todo. Se llega a desconfiar de la vida en sí misma, e incluso de Dios, autor de la vida.
Consecuencias. Son muchas serias: erosión de las relaciones sociales, aislamiento personal, suspicacias e hipersensibilidades… La misma experiencia religiosa puede verse seriamente comprometida por el síndrome de desconfianza. Al que desconfía de todos, le cuesta mucho confiar en Dios. A los jóvenes de ahora, las experiencias decepcionantes en esta vida no les llevan a refugiarse en Dios.
6. CURACIÓN DE LA HERIDA DE LA DESCONFIANZA
A.- Experiencia de comunión en el seno de la Iglesia: confiar en los jóvenes, sin asustarse de los riesgos. Cuando un joven comprueba que nos fiamos de él, que poco a poco vamos delegando en él pequeñas responsabilidades, que lo sentimos como miembro vivo de la Iglesia y no como mero cliente de ella, empieza a superar su tendencia a la desconfianza. Si quieres que alguien confíe en Dios, empieza tú por confiar en él. Al joven no podemos transmitirle la imagen de que le queremos interesadamente: exclusivamente para darle un sacramento. ¡No!, le queremos a él, nos interesa él, su vida, sus inquietudes, sus problemas… Y de ahí se deriva, obviamente, nuestro deseo de llevarle a Cristo. Como decía San Juan Bosco: «Amad aquello que aman los jóvenes, y ellos aprenderán a amar lo que vosotros queréis que amen».
B.- Evangelio de la confianza y del abandono: El Evangelio de Jesucristo es el Evangelio de la confianza: Pedro camina sobre las aguas, Jesús nos invita a fijarnos en el cuidado amoroso que Dios tiene de los lirios del campo, la tempestad calmada, etc. Para aprender a confiar hay que de afrontar los propios miedos, mirarlos a los ojos, y comprobar qe, unidos a Cristo, los miedos se disipan como la nieve al sol. Así nos enseña San Pablo a sanar el síndrome de la desconfianza: «Después de esto, ¿qué diremos? Si Dios está con nosotros, ¿quién estará contra nosotros? El que no se reservó a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará todo con él? ¿Quién acusará a los elegidos de Dios? Dios es el que justifica. ¿Quién condenará? ¿Acaso Cristo Jesús, que murió, más todavía resucitó, y está a la derecha de Dios, y que además intercede por nosotros? ¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿La tribulación?, ¿la angustia?, ¿la persecución?, ¿el hambre?, ¿la desnudez?, ¿el peligro?, ¿la espada?; como está escrito: Por tu causa nos degüellan cada día, nos tratan como a ovejas de matanza. Pero en todo esto vencemos de sobra gracias a aquel que nos ha amado. Pues estoy convencido de que ni muerte, ni vida, ni ángeles, ni principados, ni presente, ni futuro, ni potencias, ni altura, ni profundidad, ni ninguna otra criatura podrá separarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús, nuestro Señor»… ¿A qué temeremos? ¿A la oscuridad? –Cristo es nuestra luz ¿A la soledad? –Cristo es compañero de camino ¿A la pobreza? –Cristo es nuestro tesoro ¿A la burla? –Cristo es nuestra honra ¿A la propia incapacidad? –El Espíritu Santo es dador de toda gracia ¿A la enfermedad o a la muerte? –Cristo es la Resurrección y la Vida.
La escuela para confiar en el Padre es la vida de Jesucristo: Es verdad que a veces la vida resulta opaca más que transparente; pero hemos aprendido de Cristo, que dijo en la cruz«Dios mío, ¿por qué me has abandonado?»; a decir con Él, «Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu».
Como he dicho al comienzo, no dudemos de que la emergencia afectiva que padece esta generación, nos ofrece una oportunidad única para recordar a todos los jóvenes que «Dios es amor», que hemos sido creados en una vocación a la comunión de amor, y que necesitamos descubrir la eterna novedad del Evangelio de Cristo para alcanzar nuestra plenitud
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