sábado, 8 de noviembre de 2014

Cuando las almas del Purgatorio vuelven de entre los muertos

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A día de hoy no oímos hablar mucho del Purgatorio, y es una pena porque la mayor parte de nosotros tendrá mucha suerte si va allí en lugar de acabar directamente en el Infierno. Y en el caso de que alguno se lamente del hecho de que Dios es malo o moralista porque manda a la gente al Infierno, debería recordar que depende completamente de nosotros, habiendo usado el don del libre albedrío para decir a Dios “No”.

¡Qué (terrible pero maravilloso) don sería si una noche nos despertara la presencia de un familiar o un amigo difunto que nos pide oraciones y sacrificios, y celebrar misas para salir del Purgatorio! Y sobre todo si ese alma sufriente dejara un signo permanente de manera que  – a la luz del día y para siempre desde ese momento – pudiéramos saber que esta visita no fue una pesadilla provocada por el vino o por comer algo extraño en la cena.

En la parábola de Jesús del hombre rico y de Lázaro (Lc 16:19-31), el rico epulón desde el Infierno reza al padre Abraham para que envíe “a alguien entre los muertos” para decir a sus hermanos que se arrepientan. Abraham replica: “Si no escuchan a Moisés y los Profetas, tampoco harán caso de uno que resucite de entre los muertos”. La referencia, obviamente, era a la resurrección de Jesús, pero en su gran misericordia, el Señor ha mandado a muchos emisarios de entre los muertos a los vivos, y estos han dejado numerosas pruebas detrás.

Por “pruebas” no me refiero a los testimonios escritos de santos sobre el Purgatorio o el Infierno – de santos Margarita María Alacoque, Gertrudis, Brígida de Suecia, Juan María Vianney, María Faustina, Catalina de Siena, Catalina de Génova y otros, y de VIDENTES como los niños de Fátima o Kibeho, Medjugorje o Garabandal. Las pruebas concretas reales están recogidas en una pequeña habitación fuera de la sacristía de una iglesia de Roma, el Sacro Cuore di Gesù in Prati (llamada también Sacro Cuore del Suffragio). Esta iglesia neogótica, terminada en 1917, está en las orillas del Tíber, a diez minutos de la plaza de San Pedro. Es única porque es la única iglesia de estilo gótico de Roma y porque acoge el Pequeño Museo del Purgatorio.

La misión de la Orden del Sagrado Corazón, fundada en 1854 en Francia, era rezar y ofrecer misas por el descanso de las almas del Purgatorio. Su capilla en Roma, dedicada a Nuestra Señora del Rosario, fue destruida por un incendio el 15 de septiembre de 1897. Después del incendio, el sacerdote al que se había confiado la capilla, padre Victor Jouët, se quedó sin palabras viendo la imagen de un rostro sufriente de la que parecía un alma del Purgatorio en uno de los muros quemados. Pío X le permitió viajar por toda Europa recogiendo reliquias que atestiguaran las visitas de las almas del Purgatorio.

Una reliquia en el museo muestra una sección de madera de un escritorio perteneciente a la VENERABLE madre Isabella Fornari, abadesa del Monasterio de las Clarisas Pobres de San Francisco en Todi. Madre Isabella fue visitada por el abad precedente, el difunto padre Panzini, de la orden de los Benedictinos Olivetanos en Mantua el 1 de noviembre de 1731. Para mostrarle que estaba sufriendo en el Purgatorio, el abad puso la mano izquierda “llameante” en el escritorio, dejando una huella quemada, y grabó una cruz sobre la madera con su índice ardiente. Posó también la mano sobre la manda del hábito de la abadesa, quemando el tejido y llegando hasta el brazo hasta el punto de hacerlo sangrar. La abadesa refirió lo sucedido a su confesor, el sacerdote de la Santa Cruz Isidoro Gazata, quien le pidió que cortara las partes del hábito y donara el pequeño escritorio. Quedó claro que todo tenía origen sobrenaturalEn 1815 Marguerite Demmerlé, que vivía en la diócesis francesa de Metz, fue visitada por un alma que se identificó como su suegra, muerta de parto treinta años antes, y le pidió que fuera en peregrinación al santuario de Nuestra Señora de Mariental y que celebrara dos misas por ella. Marguerite le pidió un signo, y el alma puso su mano en el libro que Marguerite estaba leyendo - “La imitación de Cristo” -, dejando la huella en la página abierta. La suegra volvió a aparecerse después de la peregrinación y de las misas para darle las gracias y decirle que había sido liberada del Purgatorio.

En 1875 Luisa Le Sénèchal, muerta dos años antes, se apareció a su marido Luis en su casa de Ducey, en Francia. Pidiendo sus oraciones, dejó signos quemados de sus cinco dedos sobre el gorro de dormir como prueba concreta para su hija de la petición de decir misas por el descanso de su alma.

En el Pequeño Museo del Purgatorio se pueden ver una docena de objetos de este tipo.

Estos ejemplos no tienen intención de aterrorizar, y se pueden encontrar muchos más en los libros escritos por el jesuita francés del siglo XIX, padre F.X. Schouppe, por ejemplo en “Purgatorio explicado”. El jesuita escribía:

Dándonos una advertencia de este tipo, Dios nos muestra una gran misericordia. Nos exhorta del modo más eficaz a asistir a las pobres almas sufrientes y a estar atentos en lo que respecta a nosotros.

Aunque la Iglesia no afirma conocer la naturaleza del sufrimiento de las almas del Purgatorio, los comentarios del papa Benedicto XVI y los escritos de Santa Catalina de Génova (1447-1510), sobre todo su “Tratado del Purgatorio”, son instructivos. La Santa describió el Purgatorio no como un lugar envuelto en llamas, sino más bien como un estado en el que las almas experimentan el tormento de las llamas interiores reconociendo su pecaminosidad frente a la perfección de la santidad de Dios y a Su amor por ellos.
 

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