domingo, 30 de diciembre de 2012

Santa Hildegarda

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VIDA DE SANTA HILDEGARDA

Santa Hildegarda nació en 1098 en Bermersheim, cerca de Maguncia, Alemania, última de los diez hijos de un matrimonio de la nobleza local. Sus padres consideraron que Hildegarda debía ser dedicada al servicio de Dios, como "diezmo". A los 6 años comenzó a tener visiones que siguieron durante el resto de su vida. Cuando la niña contaba ocho años (1106), la entregaron para su formación a Jutta, de la familia de condes de Spannheim, la cual vivía en una pequeña casita adosada al monasterio de los monjes benedictinos fundada por san Disibodo en Disibodenberg. Jutta instruyó a la joven en la recitación del Salterio, y la enseñó a leer y escribir. La reputación de la santidad de Jutta y de su alumna pronto se extendió por la región y otros padres ingresaron a sus hijas en lo que se convertiría en un pequeño convento benedictino agregado al monasterio de Disibodenberg. Más tarde, a la edad de 15 años, Hildegarda profesó como monja en este lugar. Las visiones continuaron durante toda su vida, aunque Hildegarda solo informó inicialmente de ellas a Jutta, y después al monje Volmar de Disibodenberg, primero preceptor de Hildegarda y luego su secretario y escriba hasta su muerte en 1173. Cuando Jutta murió en 1136, Hildegarda fue elegida abadesa de la comunidad a la edad de treinta y ocho años.
Como las visiones continuaban, el monje Godfrey, su confesor, lo reveló a su abad, el cual lo comunicó al arzobispo de Maguncia, que examinó sus visiones con sus teólogos y dictaminó que eran de inspiración divina, y la ordenó que comenzase a escribirlas.
En el año 1141, Hildegarda comenzó a escribir su obra principal, Scivias, (Scire vías Domini ó vías lucís = Conoce los Caminos), obra que tardó diez años en completar (1141-1151). Hildegarda tenía dudas sobre la oportunidad de escribir o no lo que percibía, y recurrió a San Bernardo de Clavaral, fundador de monasterios y uno de los grandes doctores de la Iglesia, con el que en el futuro mantendría una fluida relación epistolar, para que la aconsejara. No solo recibió la aprobación de este santo, sino que cuando el Papa Eugenio III fue a la región con motivo del Sínodo de Tréveris en 1147-1148, el arzobispo de Maguncia a instancias del abad de Disibodenberg presento al Papa una parte del Scivias con las visiones de Hildegarda. El Papa designó una comisión de teólogos para examinarlos, entre ellos Albero de Couní, obispo de Verdún, y después de recibir el informe favorable de la comisión, dió la aprobación papal a este texto, llegando a leer partes del libro a los prelados reunidos en el Sínodo. El Papa dictaminó: "Sus obras son conformes a la fe y en todo semejantes a los antiguos profetas" y escribió a Hildegarda instándola a continuar la obra y animando y autorizando la publicación de sus obras.
Aprobación tan señalada era el reconocimiento oficial de que la labor de Hildegarda estaba inspirada por Dios. Hildegarda se apresuró entonces, llevada de enardecido celo, á refutar de palabra y por escrito los errores de los herejes cátaros. Así llegó á ser una de las columnas más firmes de la Iglesia por aquel tiempo. Su fama hizo que su comunidad creciera de modo que tomó la decisión de establecer a sus monjas en un monasterio propio, sin ninguna dependencia de la abadía de monjes de Disibodenberg, para lo que fundó un convento en Rupertsberg, cerca de Bingen. Fue el primer monasterio de monjas autónomo, pues hasta entonces siempre habían dependido de otro de varones Entre 1147 y 1150 las monjas se trasladan a su nuevo monasterio. Los monjes de Disibodenberg se opusieron a este traslado, pues veían disminuidas las rentas y la influencia de su monasterio, pero la tenacidad y energía de Hildegarda venció todas las dificultades y en 1150 el Arzobispo consagró el nuevo monasterio, que siguió atrayendo numerosas vocaciones y visitantes.
En la década de los años 1150 comienza su obra musical, de la que se conservan más de 70 obras con letra y música, himnos, antífonas y responsorios, recopiladas en la Symphonia armoniae celestium revelationum, (Sinfonía de la Armonía de Revelaciones Divinas) la mayoría editadas recientemente, así como un auto sacramental cantado, titulado "Ordo virtutum" (1150?).
Entre 1151-1158 escribió su obra de medicina bajo un único título: Liber subtilitatum diversarum naturarum creaturarum (Libro sobre las propiedades naturales de las cosas creadas). En el siglo XIII fue dividido en dos textos. Physica (Historia Natural), también conocido como Liber simplicis medicinae (Libro de la Medicina Sencilla), y Causae et Curae (Problemas y Remedios), también conocido como Liber compositae medicinae (Libro de Medicina Compleja).
Entre 1158 y 1163 escribió la Liber Vitae Meritorum, y entre 1163 y 1173-74 la Liber Divinorum Operum, considerados junto con el Scivias como las obras teológicas más importantes de Hildegarda.
Una de sus obras es la Lingua Ignota (1150?) formada por unas 1000 palabras y un alfabeto de veintitrés letras (Litterae Ignotae), de las que solo hay información fragmentaria.
Se conservan casi 400 cartas a personas de toda índole que acudían a ella en demanda de consejos como árbitro que dirimiese sus contiendas. De ellas, ciento cuarenta y cinco están recogidas en la Patrología Latina de Migne. Hildegarda escribió cartas a Papas, cardenales, obispos, abades, reyes y emperadores, monjes y monjas, hombres y mujeres de todas clases tanto en Alemania como en el extranjero. Se conservan las cartas cruzadas con dos emperadores, Conrado III y su hijo y sucesor el emperador Federico I Barbarroja, con los Papas, Eugenio III, Anastasio IV, Adriano IV y Alejandro III, con el Rey inglés Enrique II y su esposa Leonor de Aquitania, y una larga serie de nobles, cardenales y obispos de toda Europa, a quienes aconsejaba y si era necesario reprendía, escuchada por todos como referencia moral de su tiempo.
Completan su obra una serie de tratados menos conocidos: Solutiones triginta octo quaestionum (1178) (Respuesta a 38 preguntas); Expositio Evangeliorum (Explicación del Evangelio), Explanatio Regulae S. Benedicti (Comentario de la Regla de San Benito), Explanatio Symboli S. Athanasii (Comentario del Símbolo Atanasiano), Vita Sancti Ruperti (1150?) Vida de San Ruperto y Vita Sancti Disibodi (1170) Vida de San Disibodo, algunas de ellas de fecha desconocida.
Hildegarda realizó al menos cuatro grandes viajes fuera de los muros del convento (entre 1158 y 1171, a lo largo de los ríos Nahe, Meno, Mosela, y Rin) a instancias de los prelados de diversos lugares. En ellos predicó en iglesias y abadías sobre los temas que más urgían a la Iglesia: la corrupción del clero y el avance de la herejía de los cátaros. En su tercer viaje, (entre 1161 y 1163) cuando visitó Colonia a instancias de los Canónigos Capitulares para predicar contra la herejía de los cátaros, lo hizo pero también y con gran énfasis, recriminó con dureza y achacó el auge de la misma a la vida disoluta que llevaban los mismos canónigos, los clérigos y a la falta de piedad de los mismos y del pueblo cristiano en general, lo que da idea de su carácter. Fue la única mujer a quien la Iglesia permitió predicar al pueblo y al clero en templos y plazas. De sus cartas se desprenden los itinerarios y la finalidad de sus viajes que realizaba en barco y a caballo, un autentico sufrimiento para su naturaleza débil.
En 1165, y debido al incremento de monjas en el convento de Rupertsberg, parte de ellas se transladaron al cercano convento de Eibingen, entoces vacío.
Murió el 17 de septiembre de 1179 y fue sepultada en la iglesia de su convento de Rupertsberg del que fue Abadesa hasta su muerte. Sus reliquias permanecieron allí hasta que el convento fue destruido por los suecos en 1632. Actuamente sus restos se encuentran en Eibingen.
En ninguna de las obras o cartas, Hildegarda se atribuye a sí misma ningún mérito, antes bien, se define como "pobre criatura falta de fuerzas". Todo lo que sabe y hace, es obra de Dios. Las visiones, las revelaciones, las curaciones que realizó, fueron sobrenaturales: "todas las cosas que escribí desde el principio de mis visiones, o que vine aprendiendo sucesivamente, las he visto con los ojos interiores del espíritu y las he escuchado con los oídos interiores, mientras, absorta en los misterios celestes, velaba con la mente y con el cuerpo, no en sueños ni en éxtasis, como he dicho en mis visiones anteriores. No he expuesto nada aprendido con el sentido humano, sino sólo lo que he percibido en los secretos celestes". (Prólogo del Liber Divinorum Operum)
Se puede considerar que Hildegarda continuó el trabajo de los profetas en la proclamación de las verdades que Dios deseó que supiera la humanidad: "Escribe pues estas cosas, no según tu corazón, sino como lo quiere mi testimonio, de mí, que soy vida sin principio ni fin, ya que no son cosas imaginadas por ti, ni ningún otro hombre lo ha imaginado, sino son como Yo las he establecido antes del principio del mundo". (Prólogo del Liber Divinorum Operum

Disibodenberg (La montaña de Disibodo) (Foto cortesía de Google Earth)
El Monasterio de Disibodenberg ("la montaña de Disibodo"), está situado en la confluencia de los ríos Nahe y Glan, 25 Km al SO de Bingen. Los orígenes de este asentamiento, lugar de culto ya desde tiempos precristianos, se remontan al año 650 aproximadamente, cuando el monje irlandés San Disibodo (620 al 700), fundó, con unos compañeros, un pequeño monasterio para el auxilio espiritual de los habitantes de la zona. A su muerte, su tumba milagrosa se convirtió en un lugar de peregrinación. San Disibodo se menciona documentalmente por primera vez en el Martyrologium de Rabanus Maurus, Arzobispo de Maguncia, fechado hacia el año 850. Alrededor de 1170 Santa Hildegarda escribía una biografía del santo, "Vita Sancti Disibodi".
Durante los dos siglos siguientes el monasterio sufrió pillajes y destrucciones en sucesivas guerras. Los monjes huyeron y los edificios fueron abandonados.
Hacia el año 1000 el Arzobispo de Maguncia refundó el monasterio con doce monjes. Posteriormente (hacia 1112), adosado y dependiente del monasterio, hubo una pequeña casita o ermita en la que vivía Jutta, hija de los condes de Spannheim, como cabeza y primer miembro de un convento femenino, al cual entró Santa Hildegarda.
En 1136 murió Jutta y Santa Hildegarda fue elegida abadesa. En este convento, en el año 1141, Hildegarda comenzó a escribir su primera obra, Scivias, que tardó diez años en completar. En 1147 Hildegard dejó Disibodenberg, transladandose a Rupertsberg con 18 monjas.
El monasterio de Disibodenberg fue arruinado y parcialmente destruido en varias ocasiones en el curso de sucesivos enfrentamientos entre nobles o en diferentes invasiones. En 1559 cerró definitivamente. Hubo algunos intentos de restauración, el más serio a cargo de españoles: el General Spinola intentó en 1631 y 1639 restaurar el monasterio con la ayuda de los benedictinos, pero estos intentos no cuajaron.
En el siglo XVIII los restos fueron desmantelados, pues sus piedras empezaron a usarse como cantera.
Actualmente el lugar está en manos privadas. En 1989 sus propietarios lo cedieron a una fundación: "Fundación Scivias", que se dedica la investigación de la obra de Santa Hildegarda y a la preservación de las extensas ruinas del monasterio.


San Rupert vivó en el siglo IX, hijo de un noble cuyas posesiones se extendían casi hasta la ciudad de Maguncia. Por influencia de Bertha, su cristiana madre, construyó en ese lugar un oratorio y  alojamientos donde atendían a los mas necesitados. Despues de una peregrinación a Roma y a la edad de veinte años, Ruperto  moría de fiebres. Bertha sobreviviría a su hijo casi 25 años, continuando con la obra de su hijo dedicada al servicio de Dios. Más tarde la población agradecida erigiría una capilla en su recuerdo.
Según cuenta el secretario de Santa Hildegarda, Theoderich, en su Vida, el Espiritu  mostró a la santa este lugar, al cual debería trasladarse con su congregación abandonando Disibodenberg. Como parece que era reticente a la mudanza, fue castigada por su retraso en cumplir el mandato divino, de tal forma que no podía ni moverse ni ser movida de la cama por más fuerza que se hiciera. Solo cuando manifestaba su disposición a cambiar de vivienda, recuperaba su fuerzas y la movilidad.
Así pues, el convento de Rupertsberg fue fundado en 1147 por Sta. Hildegarda, abadesa de Disibodenberg. En 1150 Sta. Hildegarda y dieciocho hermanas nobles se transladaron al convento. En 1152 el arzobispo de Maguncia bendijo y dedico  el altar mayor de la iglesia a Sta. Maria  y a los apóstoles Felipe y Santiago, a San Rupert y a San Martín.
Permaneció como convento benedictino hasta 1215, entonces se instaló  una comunidad de monjas Cistercienses, hasta 1632, fecha en la que los suecos incendiaron y destruyeron el convento de Rupertsberg, durante la Guerra de Treinta Años.
La comunidad fue transferida en 1632 a Eibingen, donde permaneció hasta su disolución final, por las autoridades napoleónicas, en 1803.
Sta. Hildegarda fundó y vivió en este convento hasta su muerte, el 17 de septiembre de 1179. Sus huesos están  desde 1642 en la iglesia de Eibingen.
Las ruinas del convento fueron en adelante cantera para la construcción de otros edificios. Los restos que quedaban fueron dinamitados en 1857 para la construcción del ferrocarril. Solo permanece de esa época la  bóveda de sótano, conservada cuidadosamente por el actual propietario de esa parte del antiguo monasterio.
Desde el siglo XIX el lado del río donde se encontraba el convento se denomina Bingerbrück. (Volver al Texto)

Viajes de Santa Hildegarda
Hildegarda realizó al menos cuatro grandes viajes fuera de los muros del convento entre 1158 y 1171, a lo largo de los ríos Nahe, Meno, Mosela, y Rin.


Sta. Hildegarda de Bingen fundó dos conventos,  el convento Rupertsberg  (montaña de Rupert) cerca de Bingen y el convento Eibingen, al otro lado del Rin.
El convento de Eibingen habia sido originariamente  fundado en 1148 por una dama noble, Marka de Rüdesheim, pero debido a  las guerras del  Emperador Federico Barbarroja había sido abandonado.
El número de hermanas en la  fundación de Rupertsberg crecía. En 1165 Sta. Hildegarda adquirió y fundó de nuevo  este convento, a él transladó  a 30 hermanas desde Rupertsberg a las que  visitaba dos veces por semana.
En 1219 el papa Honorio III ponía al convento de Eibingen bajo su protección. El convento entró en la decadencia durante el siglo dieciséis, de forma que en 1575 vivían en el convento Eibingen solamente tres hermanas que finalmente acabaron transladandose.
Durante la guerra de los 30 años, en 1632, los suecos incendiaron y destruyeron el convento de Rupertsberg. Las reliquias de Hildegarda que se encontraban en ese convento, despues de un breve paso por Colonia, llegaron a Eibingen donde aun se custodian.
Eibingen vivió momentos de esplendor durante los siglos XVII y XVIII. En 1814 el convento se cerró,  dentro de la ola de secularización que asoló esta parte de Alemania, y parte de sus dependencias se destruyeron.
La actual comunidad (una rama benedictina) se estableció en 1904 gracias a los auspicios de un noble (con un paréntesis durante la II GM). Las reliquias de Santa Hildegarda se guardan en un relicario que se expone en la Iglesia parroquial de Eibingen.
Convento de Eibingen actualmente:
Altar de la Iglesia parroquial de Eibingen y Relicario:





Santa Hildegarda de Bingen, Monja Profesa de la Orden de San Benito,
es proclamada Doctora de la Iglesia universal


BENEDICTO PP. XVI
Ad perpetuam rei memoriam

1. «Luz de su pueblo y de su tiempo»: con estas palabras el beato Juan Pablo II, nuestro venerado predecesor, definió a santa Hildegarda de Bingen en 1979, con ocasión del 800º aniversario de la muerte de la mística alemana. Y verdaderamente, en el horizonte de la historia, esta gran figura de mujer se perfila con límpida claridad por santidad de vida y originalidad de doctrina. Es más, como para toda auténtica experiencia humana y teologal, su autoridad supera decididamente los confines de una época y de una sociedad y, a pesar de la distancia cronológica y cultural, su pensamiento se manifiesta de perenne actualidad.
En santa Hildegarda de Bingen se advierte una extraordinaria armonía entre la doctrina y la vida cotidiana. En ella la búsqueda de la voluntad de Dios en la imitación de Cristo se expresa como una constante práctica de las virtudes, que ella ejercita con suma generosidad y que alimenta en las raíces bíblicas, litúrgicas y patrísticas a la luz de la Regla de San Benito: resplandece en ella de modo particular la práctica perseverante de la obediencia, de la sencillez, de la caridad y de la hospitalidad. En esta voluntad de total pertenencia al Señor, la abadesa benedictina sabe involucrar sus no comunes dotes humanas, su aguda inteligencia y su capacidad de penetración de las realidades celestes.
2. Hildegarda nació en 1089 en Bermersheim, en Alzey, de padres de noble linaje y ricos terratenientes. A la edad de ocho años fue aceptada como oblata en la abadía benedictina de Disibodenberg, donde en 1115 emitió la profesión religiosa. A la muerte de Jutta de Sponheim, hacia 1136, Hildegarda fue llamada a sucederla en calidad de magistra. Delicada en la salud física, pero vigorosa en el espíritu, se empleó a fondo por una adecuada renovación de la vida religiosa. Fundamento de su espiritualidad fue la regla benedictina, que plantea el equilibrio espiritual y la moderación ascética como caminos a la santidad. Tras el aumento numérico de las religiosas, debido sobre todo a la gran consideración de su persona, en torno a 1150 fundó un monasterio en la colina llamada Rupertsberg, en Bingen, adonde se trasladó junto a veinte hermanas. En 1165 estableció otro en Eibingen, en la orilla opuesta del Rin. Fue abadesa de ambos.
Dentro de los muros claustrales atendió el bien espiritual y material de sus hermanas, favoreciendo de manera particular la vida comunitaria, la cultura y la liturgia. Fuera se empeñó activamente en vigorizar la fe cristiana y reforzar la práctica religiosa, contrarrestando las tendencias heréticas de los cátaros, promoviendo la reforma de la Iglesia con los escritos y la predicación, contribuyendo a mejorar la disciplina y la vida del clero. Por invitación primero de Adriano iv y después de Alejandro III, Hildegarda ejerció un fecundo apostolado —entonces no muy frecuente para una mujer— realizando algunos viajes no carentes de malestares y dificultades, a fin de predicar hasta en las plazas públicas y en varias iglesias catedrales, como ocurrió, entre otros lugares, en Colonia, Tréveris, Lieja, Maguncia, Metz, Bamberg y Würzburg. La profunda espiritualidad presente en sus escritos ejercita una relevante influencia tanto en los fieles como en las grandes personalidades de su tiempo, involucrando en una incisiva renovación la teología, la liturgia, las ciencias naturales y la música.
Habiendo enfermado el verano de 1179, Hildegarda, rodeada de sus hermanas, falleció con fama de santidad en el monasterio de Rupertsberg, en Bingen, el 17 de septiembre de 1179.
3. En sus numerosos escritos Hildegarda se dedicó exclusivamente a exponer la divina revelación y hacer conocer a Dios en la claridad de su amor. La doctrina hildegardiana se considera eminente tanto por la profundidad y la corrección de sus interpretaciones como por la originalidad de sus visiones. Los textos por ella compuestos aparecen animados por una auténtica «caridad intelectual» y evidencian densidad y frescura en la contemplación del misterio de la Santísima Trinidad, de la Encarnación, de la Iglesia, de la humanidad, de la naturaleza como criatura de Dios que hay que apreciar y respetar.
Estas obras nacen de una experiencia mística íntima y proponen una incisiva reflexión sobre el misterio de Dios. El Señor le había hecho partícipe, desde niña, de una serie de visiones cuyo contenido ella dictó al monje Volmar, su secretario y consejero espiritual, y a Richardis de Strade, una hermana monja. Pero es particularmente iluminador el juicio dado por san Bernardo de Claraval, que la alentó, y sobre todo por el Papa Eugenio III, quien en 1147 la autorizó a escribir y a hablar en público. La reflexión teológica permite a Hildegarda tematizar y comprender, al menos en parte, el contenido de sus visiones. Además de libros de teología y de mística, compuso también obras de medicina y de ciencias naturales. Numerosas son igualmente las cartas —cerca de cuatrocientas— que dirigió a personas sencillas, a comunidades religiosas, a papas, obispos y autoridades civiles de su tiempo. Fue también compositora de música sacra. El corpus de sus escritos, por cantidad, calidad y variedad de intereses, no tiene comparación con ninguna otra autora del medioevo.
Las obras principales son el Scivias, el Liber vitae meritorum y el Liber divinorum operum. Todas relatan sus visiones y el encargo recibido del Señor de transcribirlas. Las Cartas, lo sabe la propia autora, no revisten una importancia menor y testimonian la atención de Hildegarda a los acontecimientos de su tiempo, que ella interpreta a la luz del misterio de Dios. A éstas hay que añadir 58 sermones, dirigidos exclusivamente a sus hermanas. Se trata de las Expositiones evangeliorum, que contienen un comentario literal y moral de pasajes evangélicos vinculados a las principales celebraciones del año litúrgico. Los trabajos de carácter artístico y científico se concentran de modo específico en la música con la Symphonia armoniae caelestium revelationum; en la medicina con el Liber subtilitatum diversarum naturarum creaturarum y el Causae et curae; y sobre las ciencias naturales con la Physica. Y finalmente se observan también escritos de carácter lingüístico, como Lingua ignota y las Litterae ignotae, en las que aparecen palabras en una lengua desconocida de su invención, pero compuesta predominantemente de fonemas presentes en la lengua alemana.
El lenguaje de Hildegarda, caracterizado por un estilo original y eficaz, recurre gustosamente a expresiones poéticas de fuerte carga simbólica, con fulgurantes intuiciones, incisivas analogías y sugestivas metáforas.
4. Con aguda sensibilidad sapiencial y profética, Hildegarda fija la mirada en el acontecimiento de la revelación. Su investigación se desarrolla a partir de la página bíblica, a la que, en sucesivas fases, permanece sólidamente anclada. La mirada de la mística de Bingen no se limita a afrontar cuestiones individuales, sino que quiere ofrecer una síntesis de toda la fe cristiana. En sus visiones y en la sucesiva reflexión, por lo tanto, ella compendia la historia de la salvación, desde el comienzo del universo a la consumación escatológica. La decisión de Dios de llevar a cabo la obra de la creación es la primera etapa de este inmenso itinerario que, a la luz de la Sagrada Escritura, se desenvuelve desde la constitución de la jerarquía celeste hasta la caída de los ángeles rebeldes y el pecado de los primeros padres. A este marco inicial le sigue la encarnación redentora del Hijo de Dios, la acción de la Iglesia que continúa en el tiempo el misterio de la encarnación y la lucha contra satanás. La venida definitiva del reino de Dios y el juicio universal serán la coronación de esta obra.
Hildegarda se plantea y nos plantea la cuestión fundamental de que es posible conocer a Dios: es ésta la tarea fundamental de la teología. Su repuesta es plenamente positiva: mediante la fe, como a través de una puerta, el hombre es capaz de acercarse a este conocimiento. Sin embargo Dios conserva siempre su halo de misterio y de incomprensibilidad. Él se hace inteligible en la creación; pero esto, a su vez, no se comprende plenamente si se separa de Dios. En efecto, la naturaleza considerada en sí misma proporciona sólo informaciones parciales que no raramente se convierten en ocasiones de errores y abusos. Por ello también en la dinámica cognoscitiva natural se necesita la fe; si no, el conocimiento es limitado, insatisfactorio y desviante.
La creación es un acto de amor gracias al cual el mundo puede emerger de la nada: por lo tanto la caridad divina atraviesa toda la escala de las criaturas, como la corriente de un río. Entre todas las criaturas, Dios ama de modo particular al hombre y le confiere una extraordinaria dignidad, donándole esa gloria que los ángeles rebeldes perdieron. La humanidad, así, puede considerarse como el décimo coro de la jerarquía angélica. Pues bien: el hombre es capaz de conocer a Dios en Él mismo, es decir, su naturaleza individua en la trinidad de las personas. Hildegarda se acerca así al misterio de la Santísima Trinidad en la línea ya propuesta por san Agustín: por analogía con la propia estructura de ser racional, el hombre es capaz de tener al menos una imagen de la íntima realidad de Dios. Pero es sólo en la economía de la Encarnación y del acontecer humano del Hijo de Dios que este misterio se hace accesible a la fe y a la conciencia del hombre. La santa e inefable Trinidad en la suma unidad estaba escondida para los servidores de la ley antigua. Pero en la nueva gracia se revelaba a los liberados de la servidumbre. La Trinidad se ha revelado de modo particular en la cruz del Hijo.
Un segundo «lugar» en el que Dios se hace cognoscible es su palabra contenida en los libros del Antiguo y del Nuevo Testamento. Precisamente porque Dios «habla», el hombre está llamado a la escucha. Este concepto ofrece a Hildegarda la ocasión de exponer su doctrina sobre el canto, de manera especial el litúrgico. El sonido de la Palabra de Dios crea vida y se manifiesta en las criaturas. También los seres privados de racionalidad, gracias a la palabra creadora, son involucrados en el dinamismo creatural. Pero, naturalmente, es el hombre la criatura cuya voz puede responder a la voz del Creador. Y puede hacerlo de dos modos principales: in voce oris, es decir, en la celebración de la liturgia, e in voce cordis, o bien con una vida virtuosa y santa. Toda la vida humana, por lo tanto, puede interpretarse como una armonía y una sinfonía.
5. La antropología de Hildegarda parte de la página bíblica de la creación del hombre (Gn 1, 26), hecho a imagen y semejanza de Dios. El hombre, según la cosmología hildegardiana fundada en la Biblia, encierra todos los elementos del mundo porque el universo entero se resume en él, que está formado de la materia misma de la creación. Por ello él puede conscientemente entrar en relación con Dios. Esto sucede no por una visión directa, sino, siguiendo la célebre expresión paulina, «como en un espejo» (1 Co 13, 12). La imagen divina en el hombre consiste en su racionalidad, estructurada en intelecto y voluntad. Gracias al intelecto el hombre es capaz de distinguir el bien y el mal; gracias a la voluntad está impulsado a la acción.
El hombre es visto como unidad de cuerpo y alma. Se percibe en la mística alemana un aprecio positivo de la corporeidad y, también en los aspectos de fragilidad que el cuerpo manifiesta, ella es capaz de captar un valor providencial: el cuerpo no es un peso del que liberarse y, hasta cuando es débil y frágil, «educa» al hombre en el sentido de la creaturalidad y de la humildad, protegiéndole de la soberbia y de la arrogancia. En una visión Hildegarda contempla las almas de los santos del paraíso que están a la espera de reunirse con sus cuerpos. En efecto, como para el cuerpo de Cristo, también nuestros cuerpos están orientados hacia la resurrección gloriosa para una profunda transformación para la vida eterna. La misma visión de Dios, en la que consiste la vida eterna, no se puede conseguir definitivamente sin el cuerpo.
El hombre existe en la forma masculina y femenina. Hildegarda reconoce que en esta estructura ontológica de la condición humana reside una relación de reciprocidad y una sustancial igualdad entre hombre y mujer. En la humanidad, sin embargo, habita también el misterio del pecado y éste se manifiesta por primera vez en la historia precisamente en esta relación entre Adán y Eva. A diferencia de otros autores medievales, que veían la causa de la caída en la debilidad de Eva, Hildegarda la percibe sobre todo en la inmoderada pasión de Adán hacia aquella.
Asimismo, en su condición de pecador, el hombre continúa siendo destinatario del amor de Dios, pues este amor es incondicional, y tras la caída asume el rostro de la misericordia. Incluso el castigo que Dios inflige al hombre y a la mujer hace surgir el amor misericordioso del Creador. En este sentido la descripción más precisa de la criatura humana es la de un ser en camino, homo viator. En esta peregrinación hacia la patria, el hombre está llamado a una lucha para poder elegir constantemente el bien y evitar el mal.
La elección constante del bien produce una existencia virtuosa. El Hijo de Dios hecho hombre es el sujeto de todas las virtudes; por ello la imitación de Cristo consiste justamente en una existencia virtuosa en la comunión con Cristo. La fuerza de las virtudes deriva del Espíritu Santo, infundido en los corazones de los creyentes, que hace posible un comportamiento constantemente virtuoso: tal es el objetivo de la existencia humana. El hombre, de este modo, experimenta su perfección cristiforme.
6. Para poder alcanzar este objetivo, el Señor ha dado los sacramentos a su Iglesia. La salvación y la perfección del hombre, de hecho, no se realizan sólo mediante un esfuerzo de la voluntad, sino a través de los dones de la gracia que Dios concede en la Iglesia.
La Iglesia misma es el primer sacramento que Dios sitúa en el mundo para que comunique a los hombres la salvación. Ella, que es la «construcción de las almas vivientes», puede ser justamente considerada como virgen, esposa y madre, y así está estrechamente asimilada a la figura histórica y mística de la Madre de Dios. La Iglesia comunica la salvación ante todo custodiando y anunciando los dos grandes misterios de la Trinidad y de la Encarnación, que son como los dos «sacramentos primarios»; después mediante la administración de los otros sacramentos. El vértice de la sacramentalidad de la Iglesia es la Eucaristía. Los sacramentos producen la santificación de los creyentes, la salvación y la purificación de los pecados, la redención, la caridad y todas las demás virtudes. Pero, de nuevo, la Iglesia vive porque Dios en ella manifiesta su amor intratrinitario, que se ha revelado en Cristo. El Señor Jesús es el mediador por excelencia. Del seno trinitario él va al encuentro del hombre y del seno de María él va al encuentro con Dios: como Hijo de Dios es el amor encarnado; como Hijo de María es el representante de la humanidad ante el trono de Dios.
El hombre puede llegar incluso a experimentar a Dios. La relación con Él, de hecho, no se consuma en la única esfera de la racionalidad, sino que involucra de modo total a la persona. Todos los sentidos externos e internos del hombre se implican en la experiencia de Dios: «Homo autem ad imaginem et similitudinem Dei factus est, ut quinque sensibus corporis sui operetur; per quos etiam divisus non est, sed per eos est sapiens et sciens et intellegens opera sua adimplere. [...] Sed et per hoc, quod homo sapiens, sciens et intellegens est, creaturas conosci; itaque per creaturas et per magna opera sua, quae etiam quinque sensibus suis vix comprehendit, Deum cognoscit, quem nisi in fide videre non valet» [«El hombre de hecho ha sido creado a imagen y semejanza de Dios, para que actúe mediante los cinco sentidos de su cuerpo; gracias a estos no está separado y es capaz de conocer, entender y realizar lo que debe hacer (…) y precisamente por esto, por el hecho de que el hombre es inteligente, conoce las criaturas, y así a través de las criaturas y de las grandes obras, que a tientas logra comprender con sus cinco sentidos, conoce a Dios, aquél Dios que no puede ser visto más que con los ojos de la fe»] (Explanatio Symboli Sancti Athanasii: PL 197, 1073). Esta vía experiencial, una vez más, halla su plenitud en la participación en los sacramentos.
Hildegarda ve también las contradicciones presentes en la vida de los fieles y denuncia las situaciones más deplorables. De forma particular subraya cómo el individualismo en la doctrina y en la praxis, tanto por parte de los laicos como de los ministros ordenados, es una expresión de soberbia y constituye el principal obstáculo a la misión evangelizadora de la Iglesia respecto a los no cristianos.
Una de las cumbres del magisterio de Hildegarda es la pesarosa exhortación a una vida virtuosa que ella dirige a quien se compromete en un estado de consagración. Su comprensión de la vida consagrada es una verdadera «metafísica teológica», porque está firmemente enraizada en la virtud teologal de la fe, que es la fuente y la constante motivación para comprometerse a fondo en la obediencia, en la pobreza y en la castidad. En la realización de los consejos evangélicos, la persona consagrada comparte la experiencia de Cristo pobre, casto y obediente y sigue sus huellas en la existencia cotidiana. Esto es lo esencial de la vida consagrada.
7. La eminente doctrina de Hildegarda recuerda la enseñanza de los apóstoles, la literatura patrística y los autores contemporáneos, mientras encuentra en la Regla de San Benito de Nursia un constante punto de referencia. La liturgia monástica y la interiorización de la Sagrada Escritura constituyen las directrices de su pensamiento, que, concentrándose en el misterio de la Encarnación, se expresa en una profunda unidad de estilo y contenido que recorre íntimamente todos sus escritos.
La enseñanza de la santa monja benedictina se plantea como una guía para el homo viator. Su mensaje se presenta extraordinariamente actual en el mundo contemporáneo, particularmente sensible al conjunto de valores propuestos y vividos por ella. Pensemos, por ejemplo, en la capacidad carismática y especulativa de Hildegarda, que se muestra como un vivaz incentivo a la investigación teológica; en su reflexión sobre el misterio de Cristo, considerado en su belleza; en el diálogo de la Iglesia y de la teología con la cultura, la ciencia y el arte contemporáneo; en el ideal de vida consagrada, como posibilidad de humana realización; en la valorización de la liturgia, como celebración de la vida; en la idea de reforma de la Iglesia, no como estéril modificación de las estructuras, sino como conversión del corazón; en su sensibilidad por la naturaleza, cuyas leyes hay que tutelar y no violar.
Por ello la atribución del título de Doctor de la Iglesia universal a Hildegarda de Bingen tiene un gran significado para el mundo de hoy y una extraordinaria importancia para las mujeres. En Hildegarda se expresan los más nobles valores de la feminidad: por ello también la presencia de la mujer en la Iglesia y en la sociedad se ilumina con su figura, tanto en la perspectiva de la investigación científica como en la de la acción pastoral. Su capacidad de hablar a quienes están lejos de la fe y de la Iglesia hacen de Hildegarda un testigo creíble de la nueva evangelización.
En virtud de la fama de santidad y de su eminente doctrina, el 6 de marzo de 1979 el señor cardenal Joseph Höffner, arzobispo de Colonia y presidente de la Conferencia episcopal alemana, junto a los cardenales, arzobispos y obispos de esta Conferencia, entre quienes nos contábamos también Nosotros como cardenal arzobispo de Munich, sometió al beato Juan Pablo II la súplica, a fin de que Hildegarda de Bingen fuera declarada Doctor de la Iglesia universal. En la súplica el eminentísimo purpurado ponía en evidencia la ortodoxia de la doctrina de Hildegarda, reconocida en el siglo XII por el Papa Eugenio III, su santidad constantemente advertida y celebrada por el pueblo, la autoridad de sus tratados. A tal súplica de la Conferencia episcopal alemana, en los años se añadieron otras, primera entre todas la de las monjas del monasterio de Eibingen, a ella dedicado. Al deseo común del Pueblo de Dios para que Hildegarda fuera oficialmente proclamada santa, por lo tanto, se añadió la petición de que fuera también declarada «Doctor de la Iglesia universal».
Con nuestro asentimiento, así, la Congregación para las Causas de los Santos diligentemente preparó una Positio super canonizatione et concessione tituli Doctoris Ecclesiae universalis para la Mística de Bingen. Tratándose de una renombrada maestra de teología, que ha sido objeto de muchos y autorizados estudios, concedimos la dispensa de lo dispuesto en el art. 73 de la Constitución Apostólica Pastor bonus. El caso fue examinado con resultado unánimemente positivo por los Padres Cardenales y Obispos reunidos en la Sesión Plenaria del 20 de marzo de 2012, siendo ponente de la causa el eminentísimo cardenal Angelo Amato, prefecto de la Congregación para las Causas de los Santos.
En la audiencia del 10 de mayo de 2012 el propio cardenal Amato nos informó detalladamente sobre el status quaestiones y sobre los votos concordes de los Padres de la citada Sesión Plenaria de la Congregación para las Causas de los Santos. El 27 de mayo de 2012, domingo de Pentecostés, tuvimos la alegría de comunicar en la plaza de San Pedro a la multitud de peregrinos llegados de todo el mundo la noticia de la atribución del título de Doctor de la Iglesia universal a santa Hildegarda de Bingen y san Juan de Ávila al inicio de la Asamblea del Sínodo de los Obispos y en vísperas del Año de la Fe.
Por lo tanto hoy, con la ayuda de Dios y la aprobación de toda la Iglesia, esto se ha realizado. En la plaza de San Pedro, en presencia de muchos cardenales y prelados de la Curia romana y de la Iglesia católica, confirmando lo que se ha realizado y satisfaciendo con gran gusto los deseos de los suplicantes, durante el sacrificio Eucarístico hemos pronunciado estas palabras:
«Nosotros, acogiendo el deseo de muchos hermanos en el episcopado y de muchos fieles del mundo entero, tras haber tenido el parecer de la Congregación para las Causas de los Santos, tras haber reflexionado largamente y habiendo llegado a un pleno y seguro convencimiento, con la plenitud de la autoridad apostólica declaramos a san Juan de Ávila, sacerdote diocesano, y santa Hildegarda de Bingen, monja profesa de la Orden de San Benito, Doctores de la Iglesia universal, en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo».
Esto decretamos y ordenamos, estableciendo que esta carta sea y permanezca siempre cierta, válida y eficaz, y que surta y obtenga sus efectos plenos e íntegros; y así convenientemente se juzgue y se defina; y sea vano y sin fundamento cuanto al respecto diversamente intente nadie con cualquier autoridad, conscientemente o por ignorancia.
Dado en Roma, en San Pedro, con el sello del Pescador, el 7 de octubre de 2012, año octavo de Nuestro Pontificado.
BENEDICTO PP. XVI

El Papa Juan Pablo II dijo de ella:
"Enriquecida con particulares dones sobrenaturales desde su tierna edad, Santa Hildegarda profundizó en los secretos de la teología, medicina, música y otras artes, y escribió abundantemente sobre ellas, poniendo de manifiesto la unión entre la Redención y el Hombre".
Benedicto XVI la dedicó dos Audiencias Generales, los días 1 y 8 de Septiembre de 2010, y entre otras cosa dijo:
Las visiones místicas de Hildegarda se parecen a las de los profetas del Antiguo Testamento: expresándose con las categorías culturales y religiosas de su tiempo, interpretaba las Sagradas Escrituras a la luz de Dios, aplicándolas a las distintas circunstancias de la vida [...] Las visiones místicas de Hildegarda son ricas en contenidos teológicos. Hacen referencia a los principales acontecimientos de la historia de la salvación, y usan un lenguaje principalmente poético y simbólico.
No eran los primeros Papas en reconocerlo porque Eugenio III y el Concilio de Tréveris -1148- habían dicho lo mismo en vida de Hildegarda.
Que tres papas y el concilio de Tréveris declararan a Santa Hildegarda, "auténtica, fidedigna y en todo semejante a los antiguos profetas", es un privilegio único, una garantía de fiabilidad que la Iglesia no había dado antes a nadie y que nunca más ha vuelto a dar.
Sin embargo Hildegarda de Bingen nunca había sido oficialmente canonizada, aunque santa la declaró el pueblo llano (al igual que ha sucedido con otros muchos santos a los que veneramos) cuando todavía estaba en vida y lo hizo por muchísimas razones, curaciones y milagros incluidos. Existen testimonios documentados de los siglos XIII y XIV que prueban que desde esas tempranas fechas, obispos y hasta el papa Juan XXII (1249-1334) concedían indulgencias a quienes  visitaran la tumba de la santa (sic), permitiendo su culto en sus diócesis.
Pero el día 10 de Mayo de 2012 este "olvido" ha sido subsanado: ha sido oficialmente proclamada santa por el Papa Benedicto XVI, extendiendo su culto litúrgico a la Iglesia universal.
Para completar el reconocimiento a la excelencia del magisterio de Sta Hildegarda, el 7 de Octubre de 2012 el Papa la ha proclamado oficialmente "Doctor de la Iglesia". Después de Evangelista y Apóstol, el título más exclusivo de la Iglesia Católica (como también de la Ortodoxa, la Anglicana o Siria) es el de"Doctor de la Iglesia". Doctor, que etimológicamente quiere decir "el que enseña", o "el enseñante", es un título que dentro de la Iglesia y con carácter universal sólo se ha aplicado a 35 cristianos.
Y es que la personalidad de Hildegarda de Bingen se agiganta al conocer su vida y su obra. Fue una mujer que se escribía con emperadores, reyes y nobles, la primera que predicó en público y la primera abadesa de un convento independiente de monjas.

Desde niña tuvo visiones: “Desde mi infancia, cuando todavía no tenía ni los huesos, ni los nervios, ni las venas robustecidas, hasta ahora que ya tengo más de setenta años, siempre he disfrutado del regalo de la visión en mi alma”.
Venerada y respetada en vida y después de su muerte, con fama de profeta, sus vaticinios sobre los últimos tiempos tienen actualidad permanente.

Fue compositora, poeta, naturalista, fundadora de conventos, teóloga, predicadora, taumaturga y exorcista; desveló los secretos de la Creación y la Redención y la mutua relación entre todas las obras creadas. Dio guías de conducta para alcanzar la vida eterna y se ocupó del funcionamiento del cuerpo humano, sus enfermedades y remedios. Sus libros teológicos tienen la frescura de lo verdadero e inmutable, y sus libros médicos se demuestran fuente de salud.

Hildegarda de Bingen fue una de las mujeres más extraordinarias de la Edad Media y sus contemporáneos lo sabían: en 1220 Gebeno De Eberbach recopiló sus escritos proféticos, Speculum futurorum temporum, del que se conservan más de cien manuscritos, que dan idea de su extraordinaria difusión.


OBRAS DE STA. HILDEGARDA
Santa Hildegarda (1098-1179) empezó a escribir su primera obra, Scivias, en 1141 cuando contaba 43 años y terminó la última a los 75 poco antes de morir. Dictó en total cinco grandes libros y siete más pequeños, amén de 77 obras musicales, amplia correspondencia de la que se conservan más de 300 cartas, y otras obras menores. Sus obras principales son:
Conoce los caminos (Scito Vias Domini o Scivias, 1141-1151),
que trata de la creación del mundo y el ser humano; el ser y desarrollo de la Iglesia hasta su perfección eterna, la Historia pasada, presente y futura de la especie humana, su desvío de Dios y su regreso al Padre.
Libro de los méritos de la vida (Liber vitae meritorum, 1158-1163)
Acerca del ser humano, que como es libre tiene que decidir continuamente a quién sirve y qué hace. Su mensaje es: " ¡Hombre, hazte humano!"
Libro de las obras divinas (Liber divinorum operum, 1163-1174)
Que describe la Creación como una obra de arte, y el ser humano como un microcosmos que integra en sí a toda ella.

Las obras médicas de Santa Hildegarda (1151 – 1158) posiblemente se dictaron seguidas bajo el título común de: Liber subtilitatum diversarum naturarum creaturarum (Libro de observaciones sobre las propiedades naturales de las cosas creadas), que en el siglo XIII parece fue dividido en dos textos: Physica y Causae et Curae:
Physica (Historia Natural), también conocido como Liber simplicis medicinae (Libro de Medicina Sencilla), que describe la utilidad para el hombre de los animales, vegetales y minerales más comunes, y
Causae et Curae (Causas y Remedios), también conocido como Liber compositae medicinae (Libro de Medicina Compleja) con las causas de las enfermedades, sus remedios y el funcionamiento interno del cuerpo humano.

Su obra poética y musical abarca:
La sinfonía de la armonía de las revelaciones celestiales (Symphonia armonie celestium revelacionum), (1140 – 1150) compuesta por 77 piezas musicales, y
El Coro de las Virtudes (Ordo virtutum), (1150) auto sacramental.

Su correspondencia (1147-1179) consta de más de 300 cartas a toda la escala social de la época: papas, emperadores, reyes, nobles, obispos, monjes, y gente de toda condición social que acudían a Hildegarda en busca de consejo y ayuda

Otras obras de Hildegarda son:

- Explicación de la Regla de S Benito (Explanatio Regulae S. Benedicti, quizás 1053-65)
- Explicación de Símbolo de S Atanasio (Explanatio Symboli S. Athanasii, quizás hacia 1065)
- Vida de S. Disibodo (Vita S. Disibodi, 1170)
- Vida de S. Ruperto (Vita S. Ruperti, 1150s?, quizás 1070-73?)
- Lengua desconocida (Lingua ignota et Littere ignote, 1150?, que solo se conserva en parte, con una lengua cuyas palabras encierran en sí la esencia de las cosas.
- Respuestas a 38 preguntas (Solutiones XXXVIII questionum, 1178), con las respuestas de Hildegarda a las preguntas de los monjes del monasterio de Villers.
- Explicación del Evangelio (Expositiones evangeliorum)

En las páginas que siguen se accede a un amplio resumen de Scivias y del Libro de Medicina Sencilla o Physica, así como a las traducciones españolas completas de:
Libro de los méritos de la vida
Libro de las obras divinas
Libro de Medicina Compleja o Causae et Curae

 Exorcista
Santa HILDEGARDA en su Liber Vitae Meritorum (Libro de los méritos de la vida o de la Retribución del bien y del mal) que escribe entre 1158 y 1163, y en el Liber Divinorum Operum Simplicis Hominis (Libro de las Obras Divinas) escrito entre 1163 y 1173, resume los principios de psicoterapia en la dramatización de la lucha entre los vicios y las virtudes contrapuestas, con sus correspondientes recomendaciones superadoras; esta teoría la pondrá en práctica en 1169 cuando encara el caso de SIGEWIZA, la joven noble oriunda del Bajo Rhin, asediada por el demonio quien padecía una grave y peligrosa obsesión diabólica. La intervención de la Abadesa es a solicitud de GEDOLPHUS, Abad de Brauweiler, y primero a distancia encara con su carisma especial una ceremonia terapéutica, donde describe con lujo de detalles a los protagonistas, las penitencias, ayunos, limosnas y actos religiosos previos, el orden dramático de la liturgia del “exorcismo” cargada de simbolismos, y la profunda significación del poder de la palabra. Al fallar la terapia a distancia, y ante la exigencia de la presencia física de la Abadesa, consigue la cura de SIGEWIZA, que se efectiviza el Sábado Santo, en el convento de Ruperstberg, por la acción de su carisma, por la empatía en la convivencia misericordiosa junto a sus monjas y la participación en penitencias y oraciones de la comunidad religiosa y de los vecinos.


  

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