En cuanto los mundanos se den cuenta de que quieres emprender la vida devota, dispararán contra ti mil tiros de habladurías y maledicencia; los más malos calificarán maliciosamente tu mudanza, llamándola hipocresía, fanatismo y artificio: dirán que el mundo te ha puesto mala cara y que, a causa de su desprecio, has acudido a Dios. Tus amigos se apresurarán a hacerte un mundo de reflexiones, muy prudentes y muy caritativas por, cierto, según su parecer: «Acabarás -te dirán-, en algún humor melancólico, perderás prestigio en el mundo, te harás insoportable, envejecerás antes de tiempo, se resentirán de ello tus quehaceres; es menester vivir en el mundo como en el mundo; nos podemos también salvar sin tantas cosas»; y otras mil bagatelas como éstas.
Filotea, todo lo dicho no es más que un hablar necio y vano; estas personas no tienen interés ni por tu salvación ni por tus negocios. «Si fueseis del mundo -dice el Salvador- el mundo amaría lo que es suyo; mas, porque vosotros no sois del mundo, por esto os aborrece.» Hemos visto a caballeros y señoras pasar toda la noche, y noches seguidas, jugando al ajedrez y a los naipes. ¿Existe alguna clase de atención más expuesta al malhumor y a la melancolía y más sombría que aquella? Sin embargo, los mundanos nada dicen acerca de ello, y a los amigos no les causa la menor preocupación; en cambio, por la meditación de una hora, o porque ven que nos levantamos un poco más temprano de lo que se acostumbra, todos corren al médico para que nos cure del humor hipocondriaco y de la ictericia. Pueden pasar treinta días bailando; nadie se queja de ello, y, por la sola vela de la noche de Navidad, todo el mundo tose y se encuentra mal al día siguiente. ¿ Quién no ve que el mundo es un juez perverso, benévolo y condescendiente con sus hijos, pero duro y riguroso con los hijos de Dios?
No es posible que estemos bien con el mundo, si no es perdiéndonos con él. Es imposible tenerle contento, porque es demasiado extravagante. «Juan ha venido -dice el Salvador- no comiendo ni bebiendo, y vosotros decís que está endemoniado; el Hijo del hombre come y bebe, y decís que es un samaritano.» Es cierto, Filotea: si por condescendencia reímos, jugamos y danzamos con el mundo, éste se escandalizará; si no lo hacemos, nos acusará de hipocresía o de melancolía; si nos adornamos, dirá que llevamos segundas intenciones; si vestimos humildemente, lo achacará a vileza de corazón; llamará disolución a nuestro buen humor, y tristeza a nuestras mortificaciones; siempre nos mirará de reojo y nunca podremos serle agradables. Exagera nuestras imperfecciones y dice que son pecados veniales y convierte en pecados de malicia nuestros pecados de fragilidad. Al contrario de lo que dice San Pablo «la caridad es benigna», el mundo es maligno: si «la caridad nunca piensa mal», el mundo piensa mal siempre, y, cuando no puede acusar nuestras acciones, acusa nuestras intenciones. Ya tengan cuernos los corderos, ya no los tengan, ya sean blancos, ya sean negros, no dejará el lobo de devorarlos, si puede.
Hagamos lo que hagamos, siempre el mundo nos hará la guerra: si permanecemos mucho rato en el confesionario, se extrañará de que tengamos tantas cosas que decir; si estamos poco, dirá que no lo confesamos todo. Espiará nuestros movimientos, y, por una sola palabra insignificante de cólera, hará saber que somos insoportables; el cuidado de nuestros negocios le parecerá avaricia, y nuestra dulzura, apocamiento. En cuanto a los hijos del mundo, sus cóleras son generosidades; sus avaricias, ahorros; sus libertades, pasatiempos honestos. Las arañas siempre echan a perder la obra de las abejas.
Dejemos a este ciego, Filotea, que grite cuanto quiera, como la lechuza para inquietar a las aves diurnas. Seamos firmes en nuestros propósitos, invariables en nuestras resoluciones; la perseverancia nos dará a conocer si, de verdad y enteramente, nos hemos ofrecido a Dios y hemos entrado en la vida devota. En apariencia, los cometas y los planetas son casi igualmente luminosos, pero los cometas, por ser tan sólo unos fuegos pasajeros, desaparecen al poco tiempo, mas los planetas poseen una claridad perpetua. De la misma manera, la hipocresía y la verdadera virtud tienen mucha semejanza externa, pero fácilmente se distingue la una de la otra, porque la hipocresía no tiene duración y se disipa como el humo por el aire, pero la verdadera virtud siempre es firme y constante. No es pequeña ventaja, para asegurar bien los comienzos de la devoción, padecer, por su causa, oprobios y calumnias, porque, por este medio, evitamos el peligro de la vanidad y del orgullo, que son como las comadres de Egipto, a las cuales el Faraón infernal ha ordenado que maten a los hijos varones de Israel el mismo día de su nacimiento. Nosotros estamos crucificados al mundo, y el mundo ha de estar crucificado para nosotros; nos tiene por locos; tengámosle por insensato.
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