“Pero al principio no fue así” (Mt 19, 8)
Nuestro Señor Jesucristo, la eterna Palabra y la eterna Verdad en persona, restauró la dignidad original de la naturaleza humana de la forma más maravillosa (“Qui dignitatem humanae substantiae mirabilius reformasti”), también con respecto a la sexualidad del ser humano, que fue creado de una manera extraordinaria en el inicio (“mirabiliter condidisti“). A través de la caída en el pecado, se dañó la dignidad de la sexualidad humana. Por la dureza del corazón de aquellos hombres que habían caído, se introdujo por Moisés incluso el divorcio y en contradicción con la absoluta indisolubilidad que Dios había mandado. Aunque los Fariseos y Escribas habían conocido la Divina Verdad desde el comienzo respecto al matrimonio, sin embargo intentaron recibir de Jesús como de un célebre y reconocido profesor, la legitimación de la práctica del divorcio, una práctica que ya era comúnmente adoptada en esos tiempos tal vez por “razones pastorales”.
Los primeros embusteros acerca de la posibilidad de una contradicción entre la doctrina y la práctica pastoral fueron justamente los Fariseos y Escribas. Preguntaron a Jesús acerca de la legitimidad básica (“quaecumque ex causa”) del divorcio (c.f. Mt. 19.3). Jesús les mostró, y a través de su Evangelio sigue mostrando a los hombres de todos los tiempos, la siempre válida e inmutable Divina Verdad acerca del matrimonio con estas palabras: “en el principio no fue así. Y les digo a ustedes, cualquiera que repudie a su mujer, excepto que sea a causa de fornicación, y que contraiga matrimonio con otra mujer, comete adulterio: y aquel que se case con aquella que es repudiada, comete adulterio”. Jesús restauró del todo la seriedad y la belleza de la Divina Verdad acerca del matrimonio y la sexualidad humana. Respecto a esta Divina verdad, Cristo proclamó con autoridad que Él no admite ningún engaño (ejemplo: anulación de la culpabilidad por razones psicológicas) y ninguna otra excepción con referencia a una alegada práctica pastoral (tal vez restringido a los casos individuales), como los Fariseos y Escriban habían practicado.
En sus enseñanzas Jesús ha ido tan lejos como para proclamar: “Cualquiera que mire a una mujer deseándola ya ha cometido adulterio con ella en su corazón” (Mt. 5.28). Este mandamiento de Cristo es universalmente válido y significa: cualquier deseo sexual lujurioso de una persona, quien no sea el legítimo esposo, está en la intención y ante los ojos de Dios pecando contra el sexto mandamiento. Cristo, por lo tanto, condena todo acto mental sexual deliberado y más aún los actos sexuales fuera del matrimonio como estar contra la voluntad de Dios.
Jesús no manifestó sus Palabras como propias enseñanzas, sino como las enseñanzas del Padre: “Mi doctrina no es mía, sino de Él que me ha enviado” (Jn. 7.16), “hablo al mundo de las cosas que he escuchado de Él” (Jn. 8.26) y “estas palabras que ustedes escuchan no son mías, pertenecen al Padre quien me ha enviado” (Jn. 14.24). El mismo Jesús dijo a los Apóstoles y a través de ellos a todos los sucesores en el Magisterio Eclesiástico, en todo momento y hasta el final de los tiempos, cuando Él vuelva a venir: “El que les escucha a ustedes, me escucha a mí” (Lc. 10.16) y “enseñen a todas las naciones a obedecer todo lo que les he mandado” (Mt. 28.20)
Cristo ha restaurado solemnemente la primordial verdad acerca del matrimonio y la sexualidad humana a pesar de la dureza del corazón de varios de sus contemporáneos y de la filosofía “Pastoral” de los Fariseos y Escribas. El confió sus verdades a los apóstoles y a sus sucesores para que éstos transmitan y lo administren fielmente como un patrimonio que no fue hecho por el hombre y que no depende de sus decisiones. Los apóstoles fueron iluminados y fieles guardianes (“episcopi et pastores”, ref. Hechos 20.28) y diligentes (“administradores”, ref. 1 Cor. 4.1; Tito 1.7) de este depósito de fe en el tema que concierne al matrimonio y la sexualidad humana, consciente de las palabras que Jesús les dirigió: “¿Quién es fiel y prudente administrador, a quien el maestro pone a cargo de sus siervos para darles la ración de comida a tiempo?” (Lc. 12.42).
Durante los últimos dos mil años ha habido en la vida de la Iglesia una y otra vez atentados para reinterpretar la clara e intransigente enseñanza de Cristo de la indisolubilidad del matrimonio y la iniquidad de cualquier acto sexual fuera del mismo, siendo estos actos contra la voluntad de Dios. En los inicios de la Iglesia existían las doctrinas gnósticas y disipadas de “Jezabel” y de los “nicolaítas”, que el Apóstol Juan reprimió en las Iglesias de Pérgamo y Thyatira, ref. Rev. 2.14-24.
Una radical contradicción a la doctrina de Cristo y a las enseñanzas de los Apóstoles sobre el matrimonio fue establecida por Martin Lutero, llamando al matrimonio una mera “cosa mundana”. Con esto básicamente se había abierto en el Occidente Cristiano, en la teoría y en la práctica, por primera vez la puerta al divorcio (ref. el caso del doble matrimonio de Felipe de Hesse). En el oriente cristiano ha habido también a menudo una elusión de la doctrina de Cristo sobre el matrimonio bajo el abuso del concepto de misericordia (“oikonomia” como es llamada en la Iglesia ortodoxa) o por miedo y servilismo hacia una voluntad adúltera del poder de este mundo. Unos pocos ejemplos: el episcopado griego desde el reinado del emperador Justiniano I, el episcopado franco en el caso del doble matrimonio del emperador alemán Lothar II, y de manera particularmente flagrante el episcopado entero de Inglaterra en tiempos del rey Enrique VIII, además una parte del colegio de cardenales en el caso de la invalidez del matrimonio del emperador Napoleón I, sin embargo algunos valientes cardenales protestaron, por lo cual Napoleón les prohibió vestir la sotana púrpura y confiscó sus salarios, y al contrario de los cardenales políticamente “correctos” vestidos en púrpura, estos valientes cardenales tuvieron que vestir la sotana negra, por lo que fueron llamados de “los cardenales negros”.
Con el paso de los años ha emergido dentro de la Iglesia un grupo, principalmente compuesto por sacerdotes e incluso algunos obispos y cardenales. Este grupo tenía el objetivo de lograr un cambio en la práctica de la Iglesia Católica-Romana, en una práctica que ya tiene más de dos mil años y según la cual la recepción de la Sagrada Comunión a los divorciados que viven con una nueva pareja y civilmente se han vuelto a casar no es posible, porque esto estaría en contra de la voluntad de Dios, ya que la Palabra de Dios dice: “Los adúlteros no heredarán el Reino de Dios” (1 Cor. 6.9). El mencionado grupo usa diferentes argumentos. Los argumentos utilizados nos hacen recordar la actitud típica de los cristianos gnósticos, para quienes definitivamente podría ser una contradicción entre la doctrina y la práctica. Además sus argumentos nos recuerdan a la teoría de Martin Lutero sobre el poder salvífico de la fe sin importar el estilo de vida y aun sin tener en cuenta el arrepentimiento y la verdadera enmienda. El Concilio de Trento enseñó sin embargo: “Si alguien dice que sólo hay dos partes de la penitencia, es decir, el miedo con que la conciencia está herido tras ser convencido de pecado y la fe, generados por el evangelio, o por la absolución, por lo que uno cree que su pecados le son perdonados por medio de Cristo; sea anatema.” sess. 14, can 4.
Además, el grupo mencionado intenta justificar, por medio de las artimañas sofistas y cínicas, el pecado de los actos homosexuales que claman al cielo. Las buenas cualidades de una pareja homosexual son alegadas como una justificación de los actos objetivamente pecaminosos de su convivencia sodomítica. No obstante, la verdad de la palabra de Dios en la Sagrada Escritura permanece completamente valida en nuestros días así como lo era en el tiempo de Jesús y los Apóstoles: “No se engañen: Ni los inmorales sexuales ni los idólatras ni los adúlteros ni los prostitutos ni los delincuentes homosexuales ” (1 Cor. 6.9) y “Dios juzgará al adulterio y toda la inmoralidad sexual.” (hebr. 13.4)
La doctrina de Cristo es clara y cristalina sobre la absoluta prohibición del divorcio y por lo tanto de la grave pecaminosidad de volver a casarse después del divorcio, el Magisterio de la Iglesia se mantiene fiel a lo largo de dos mil años en la misma interpretación y lo aplica consecuentemente en la práctica y en la vida pastoral. El Concilio de Trento solemnemente define esta enseñanza de Cristo como un dogma de fe: “Si alguno dice que la iglesia se ha equivocado, en lo que ella ha enseñado y enseña, de acuerdo con la evangélica y apostólica doctrina, que el vínculo del matrimonio no puede ser disuelto por el adulterio de una de las partes casadas; y que ambos, ni siquiera el inocente de adulterio, no puede contraer otro matrimonio durante el resto de sus vidas; y que es culpable de adulterio, quien repudia a la adúltera, toma a otra mujer como esposa; como también ella, quien repudia al adúltero, tomará a otro como esposo; sea anatema” (Sesión 24, Canon 7). El Concilio Vaticano I enseñó definitivamente: “Si alguien dice que es posible, en algún momento, teniendo en cuenta el avance del conocimiento, que el sentido asignado a los dogmas propuestos por la lglesia es diferente a lo que la propia Iglesia entendió y entiende: sea anatema” (Dei Filius, 4. De fide et ratione, can. 3).
Ningún católico que toma en serio sus votos bautismales, debe permitirse a sí mismo a ser intimidado por estos nuevos maestros de la fornicación y el adulterio, incluso aunque –es triste decirlo- estos maestros tengan el título de cardenales u obispos. Tales maestros en los oficios eclesiásticos ciertamente no son discípulos de Cristo, sino discípulos de Moisés o de Epicuro. Esta nueva doctrina y pretendida pastoral de matrimonio y la sexualidad lleva a los cristianos otra vez a la época antes de Cristo, a las actitudes de dureza y ceguedad del corazón hacia la original, santa y sabia voluntad de Dios, lleva a los cristianos a una actitud similar a la de los paganos, quienes no saben nada de Dios y Su Voluntad. El Espíritu Santo nos enseña en la Sagrada Escritura de esta manera: “Es la voluntad de Dios que tú seas santificado: que tú debas evitar la inmoralidad sexual; que cada uno de vosotros aprenda a controlar sus propios cuerpos de una manera santa y honorable, no en una lujuriosa pasión como los paganos, quienes no saben nada de Dios” (1 Ts. 4. 3-5)
Solo la vida de acuerdo con la original Verdad Divina respecto al matrimonio y la sexualidad y su práctica, por ejemplo “la verdad en Jesús” (Veritas in Jesu: Ef 4.21), que Cristo ha restaurado y la Iglesia ha transmitido sin cambiarla, traerá a la nueva vida, y es lo único que importa. En nuestros días el Espíritu Santo nos exhorta bien con las siguientes palabras de la Sagrada Escritura: “Así pues, en nombre del Señor os digo y recomiendo que no procedáis como los paganos: con sus vanas ideas, con la razón oscurecida, alejados de la vida de Dios, por su ignorancia y dureza de corazón. Pues, encallecidos, se han entregado al desenfreno y practican sin medida toda clase de indecencias.
Vosotros en cambio no es eso lo que habéis aprendido del Mesías; si es que habéis oído hablar de Él y habéis aprendido la verdad de Jesús. Vosotros despojaos de la conducta pasada, de la vieja humanidad que se corrompe con deseos falaces; renovaos en espíritu y en mentalidad; revestías de la nueva humanidad, creada a imagen de Dios con justicia y santidad auténticas”. (Ef. 4.17-24).
En el siglo XIX el famoso poeta italiano Alessandro Manzoni advirtió sobre los peligros de las actitudes paganas al recibir los Sacramentos, es decir, recibir los Sacramentos sin una radical renuncia al pecado, basándolo en lo externo de las ceremonias. Escribió: “Todo Católico repetirá con el Concilio de Trento: Si alguien niega, que para la entera y perfecta expiación de los pecados, tres hechos son requeridos del penitente como material del sacramento de Penitencia, estos son la contrición, confesión y la satisfacción, sea anatema. (Con. Tr.. Session XIV, can. IV). Además, recibir este sacramento sin estas disposiciones, es un sacrilegio y un atroz pecado adicional. De acuerdo con la Iglesia, recibir este sacramento, es el primer e indispensable paso a la santificación y por ende para retornar a Dios, amar la justicia, y odiar el pecado. Hay en el hombre una superstición en tendencia, que lo induce a las meras formas externas, y recurrir a los ceremonias religiosas solo para aliviar el remordimiento, sin arrepentirse por los pecados que ha cometido o renunciar a sus pasiones: paganismo. Es exactamente un paganismo acomodado a esta tendencia.” (Osservazioni sulla Morale Cattolica [A Vindication of Catholic Morality], 1819).
Para mantener la belleza de la vida matrimonial y familiar según la voluntad y la sabiduría de Dios, fue necesario en todo momento resistirse al espíritu del mundo y de la carne. El Papa Pablo VI dijo en una homilía durante la última sesión del Concilio Vaticano II: “La Iglesia es siempre la misma y ella permanece inmutable de acuerdo a la voluntad de Cristo en oposición a la cultura profana” (Homilía, 28.10.1965). El Concilio Vaticano II advirtió a los católicos de nuestros días contra el escándalo de un estilo de vida que fuese contrario a lo que la fe profesa: “Si el Fiel Católico fallara además de responder a esa gracia en el pensamiento, palabra y actos, no sólo no serán salvados sino que serán severamente juzgados” (Lumen gentium n. 14) y “Esta separación entre la fe que muchos profesan y sus vidas diarias merecen ser contadas entre los más grandes errores de nuestra época” (Gaudium et spes, 43).
El Papa Juan Pablo II habló sobre el actual peligro de una separación entre la fe y la moralidad en la vida de un Católico “La amenaza de la libertad en oposición a la verdad, y de hecho separarlos radicalmente, es la consecuencia, manifestación y muestra de otra dicotomía aún más seria y destructiva, que separa la fe de la moralidad”. Esta separación representa una de las preocupaciones pastorales más agudas de la Iglesia de hoy en medio del secularismo creciente” (Encíclica Veritatis splendor, n. 88).
Un re-matrimonio formal y ritual de divorciados significa últimamente un tipo de superstición. De hecho esa persona quiere justificar su nueva unión pecadora con una actuación ritual exterior. Con perspicacia G.K. Chesterton detectó la mismísima raíz de la maldad y de la contradicción del re-matrimonio del divorciado: “Mientras que el amor libre me parece una herejía, el divorcio me parece una superstición. No es solo más superstición que el amor libre, pero mucho más supersticioso que un matrimonio sacramental estricto; y este punto difícilmente se hace simple. Son los partidarios del divorcio, no los defensores del matrimonio, quienes adjuntan una rígida y sin sentido santidad a una mera ceremonia, aparte del significado de la misma. Son nuestros oponentes, y no nosotros, los que esperan ser salvados por la carta del ritual, en lugar del espíritu de la realidad. Son ellos quienes sostienen en ese voto o infracción, lealtad o deslealtad, todo puede ser disuelto por un rito misterioso y mágico, llevado a cabo primero en una Corte de Leyes y luego en una Oficina de Registros. Hay poca diferencia entre las dos parte del ritual, excepto que la Corte de Leyes es mucho más ritualista. Pero la semejanza más clara mostrará a cualquiera que todo esto es pura credulidad bárbara. Puede o puede que no sea superstición para un hombre creer que besando la Biblia demuestra que está diciendo la verdad. Ciertamente es la más baja superstición creer eso, besando la Biblia, cualquier cosa que dijera se convierte en verdad. Seguramente sería el más ignorante de los cultos de la Biblia para sugerir que un mero beso en el libro altera la calidad de la moral de perjurio. Esto es todavía precisamente lo que implica al decir que un re-matrimonio formal altera la calidad de la infidelidad moral conyugal” (La Superstición del Divorcio II, 1920).
Un ritual de re-matrimonio de las personas divorciadas representa un tipo de sacrilegio y fue señalado por G.K. Chesterton en esta breve oración: ”los que tienen la mente más abierta son extremadamente amargos cuando un cristiano desea tener muchas mujeres cuando su propia promesa lo liga a una, no le está permitido violar su voto en el mismo altar en el cual lo hizo” (Las Tragedias del Matrimonio, 1920).
El divorcio de un matrimonio válido contiene en él frivolidad y genera un espíritu y una cultura de frivolidad. G.K. Chesterton describió este fenómeno como ser probado por el realismo humano: “el efecto más obvio de un divorcio frívolo será un matrimonio frívolo. Si las personas pueden ser separadas sin razón alguna ellos sentirán todo más fácil al ser unidos sin ninguna razón. Un hombre podría claramente prever que un enamoramiento sensual sería fugaz, y consolarse con el conocimiento de que la conexión podría ser igualmente fugaz. Parece no haber razones particulares por las cuales no debería calcular elaboradamente que él podría soportar el carácter una dama por diez meses; o contar con que él hubiera disfrutado y agotado su repertorio de canciones en dos años. El viejo chiste sobre elegir una esposa que encaje con los muebles o la moda puede que retorne, no como un viejo chiste sino como una nueva solemnidad; de hecho, será descubierto que una nueva religión es generalmente el retorno de un viejo chiste” (La Vista del Divorcio, 1920)
Cuando el clero se levantó pidiendo la aceptación de los católicos divorciados y de los re-casados para recibir la Santa Comunión, ellos en realidad solemnizaron su adulterio contra el Sexto Mandamiento. Dieron a estos fieles el mensaje de que sus divorcios y la continua violación de que sus vínculos sacramentales pueden convertirse en última instancia, una realidad positiva. En otras palabras, estos clérigos eran unos mentirosos.
Sin embargo en orden a cubrir su evidente mentira y contradicción a la Palabra de Dios, ellos se protegieron a sí mismos con el mecanismo de usar el concepto de “Divina Misericordia” y las sentimentales expresiones como: “abrir una puerta”, “ser pastoralmente creativo”, “estar abiertos a las novedades del Espíritu Santo”. Para este comportamiento teórico y práctico uno puede aplicar la siguiente frase de George Orwell: “El lenguaje político es designado para hacer sonar a las mentiras como verdades y a los asesinatos como respetables, y dar una apariencia sólida al puro viento”.
San Juan Pablo II enseñó: “si los actos son intrínsecamente malvados, una buena intención o circunstancias particulares pueden disminuir esa maldad, pero no la pueden remover. Ellos se mantienen malvados ‘irremediablemente’ de por sí y por ellos mismos no son capaces de ser dirigidos ni a Dios ni para el bien de la persona”. Y para los hechos que de por sí ya son pecados (cum iam opera ipsa peccata sunt), San Agustín escribe, como robar, fornicación, blasfemia, ¿quién se atrevería a afirmar que, al hacerlo por buenos motivos (causis bonis), dejarían de ser pecados, o, más absurdo aún, que son pecados justificados? (Contra Mendacium, VII, 18). Consecuentemente, las circunstancias o intenciones nunca pueden convertir un hecho vil en virtud de que el mismo tuvo un objetivo “subjetivamente” bueno o como una elección de defensa” (Veritatis splendor, n. 81).
El Papa Juan Pablo II dejó a la Iglesia ésta clara enseñanza con respecto al auténtico significado de la misericordiosa maternidad de la Iglesia hacia los pecadores: “La enseñanza de la Iglesia, y en particular su firmeza en defender la validez universal y permanente de los preceptos que prohíben intrínsecamente los hechos malvados, no es frecuentemente visto como una intransigencia intolerable, particularmente con respecto a la enorme complejidad y la presencia de situaciones llenas de conflictos en la vida moral de los individuos en la sociedad de hoy, esta intransigencia se dice que está en contraste con la maternidad de la Iglesia. La Iglesia, uno escucha, está carente de comprensión y compasión, que ella debe representar como la fiel Novia de Cristo, quien es la Verdad en persona”. Como Maestra, ella nunca se cansa de proclamar las normas morales… La Iglesia de ninguna manera es la autora o el árbitro de esta norma. En obediencia de la verdad que es Cristo, cuya imagen es reflejada en la naturaleza y la dignidad de la persona humana, la Iglesia representa la norma moral y le propone a todas las personas de buena voluntad, sin esconder sus demandas de radicalidad y perfección” (Familiaris consortio, 33). De hecho, comprensión y compasión genuinos, deben significar amor por la persona, por su verdadera bondad, por su auténtica libertad. Y esto ciertamente no surge de ocultar o debilitar la verdad moral, sino de proponerlo en su más profundo significado como una extensión de la eterna sabiduría de Dios, que nosotros hemos recibido en Cristo, como un servicio al hombre, al crecimiento de su libertad y el logro de su felicidad”. Aun así, una clara y fuerte presencia de la verdad moral nunca puede ser separada de un profundo y sentido respeto, instintivo de ese amor paciente y fiel que el hombre siempre necesita junto con su viaje moral, un viaje frecuentemente tedioso por culpa de las dificultadas, debilidades y situaciones dolorosas. La Iglesia nunca puede renunciar al “principio de la verdad y la consistencia, por el que ella no está de acuerdo en decir buena maldad o maldad buena” (Reconciliatio et paenitentia, 34); la Iglesia siempre debe de ser cuidadosa para no romper el tallo dañado o apagar la tenue mecha que arde (ref. Is 42:3)” (Veritatis splendor, 95). El mismo Pontífice afirmó: “Cuando en cuestión de normas morales, prohibiendo una maldad intrínseca, no hay privilegios o excepción para nadie. No hace diferencia si uno es el maestro del mundo o el “más pobre de los pobres” en la faz de la tierra. Ante los ojos de la moralidad todos somos iguales” (Veritatis splendor, 96).
Las nuevas manifestaciones clérigas gnósticas se esfuerzan hoy en día para que los actos sexuales fuera de un válido matrimonio (divorciados, re-casados) e incluso actos sexuales contra la naturaleza (el comportamiento homosexual) puedan ser en algunos casos aceptados por la Iglesia. Ellos invocan un “acogedor estilo pastoral”, abusando de una manera sentimental de esta expresión. Las siguientes palabras de San Pio X son completamente aplicables a este tema: “La doctrina católica nos dice que el deber primordial de la caridad no se basa en la tolerancia de falsas ideas, sin embargo puede haberla, no en la indiferencia practica y teórica hacia los errores y vicios en la que vemos a nuestros hermanos caídos, sino en la pasión por su perfeccionamiento intelectual y moral así como su bienestar material. La doctrina católica nos dice que el amor por nuestro vecino fluye de nuestro amor por Dios, Quien es Padre de todos y meta de toda la familia humana; y en Jesucristo de quien parte somos, hasta el punto de que cuando hacemos el bien a otros hacemos el bien a Jesús mismo. Cualquier otro tipo de amor es una barata ilusión, estéril y pasajera” (Notre charge Apostolique, August 15th 1910).
Robert Benson escribió: “La Iglesia Católica entonces es y siempre será, violenta e intransigente cuando los derechos de Dios están en cuestión. Ella será absolutamente despiadada, por ejemplo, hacia la herejía, para que no afecte ningún aspecto personal donde la caridad podría fructificar, con un derecho Divino en el cual no hay flexibilidad. Pero simultáneamente, será bondadosa con los heréticos, ya que miles de motivos y circunstancias humanas pueden llegar y modificar su responsabilidad. Con una palabra de arrepentimiento, Ella readmitirá a la persona dentro de su tesoro de almas, pero no así a su herejía en su tesoro de sabiduría. Ella exhibe mansedumbre hacia él y violencia hacia su error; ya que él es humano, pero la Verdad de Ella es Divina” (Paradoxes of Catholicism, cap. 11).
Mons. Athanasius Schneider
Fundación Lepanto, Roma
26 DE NOVIEMBRE, 2015
Fundación Lepanto, Roma
26 DE NOVIEMBRE, 2015
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