I. Qué es un demonio?
Un demonio es un ser espiritual de naturaleza angélica condenado eternamente. No tiene cuerpo, no existe en su ser ningún tipo de materia sutil, ni nada semejante a la materia. Sino que se trata de una existencia de carácter íntegramente espiritual. Dado que no tienen cuerpo, los demonios no sienten la más mínima inclinación hacia el pecado que se cometa con el cuerpo. Por lo tanto la lujuria o la gula son imposibles en ellos. Pueden tentar al hombre en pecar en esas materias, pero solo comprenden esos pecados de una manera meramente intelectual, pues no tienen sentidos corporales. Los pecados de los demonios, por tanto, son exclusivamente espirituales. Los demonios no fueron creados malos, a ellos al ser creados se les ofreció uan prueba antes de la visión de la escencia de la Divinidad. Antes de la prueba veían a Dios pero no veían Su escencia. En esa prueba, unos obedecieron, otros desobedecieron, los que desobedecieron, de forma irreversible se transformaron en demonios. Ellos mismos se transformaron en lo qu eson, nadie los hizo así. Las fases de transformación de ángel a de,monio fueron las siguientes: primeto les entró la duda, la duda de que la desobediencia quizá fuera lo mejor. En el momento que aceptaron voluntariamente que la desobediencia a Dios er lo mejor, pecaron, pero al principio ni uno de ellos estaba dispuesto a alejarse irreversiblemente, ni siquiera el Diablo. Fué posteriormente cuando se fué asentando en sus inteligencias lo que su voluntad había escogido a pesar de saber que iba contra razón. Sus inteligencias fueron consolidándose en el error. La voluntad de desobedecer se fué afianzando, haciéndose esa determinación cada vez más profunda. Y la inteligencia iba buscando razones para que la desobediencia se fuera haciendo más y mas justificable. Finalmente, este proceso llevó a un pecado mortal, que se dió en un hecho de voluntad concreto, es decir cada ángel en un momento no quiso solo desobedecer, sino tener ya una existencia al margen de la LEY Divina.
Los que tomaron esta decisión pasaron por un proceso de justificación de la misma,pasarpnpor un proceso de quererse autoconvencer de que Dios no era Dios, de que Dios era un espíritu más, de que podía ser su Creador, pero en Él había errores, fallos. La existencia aparte de Dios aparecía como una existencia más libre, al margen de Su Ley, la obediencia a Dios y Su Voluntad aparecían como algo opresor, pesado, Dios comenzaba a ser visto como un tirano del que convenía liberarse. Y así, comenzaron a odiarlo. Las llamadas de Dios a estos ángeles para que vilvieran eran vistas como una intrución inaceptable. Porsupuesto que muchos ángeles que se habían alejado en un momento volvieron. Esta es la gran lucha en los cielos de la que se habla en Apocalipsis 12:
Entonces se libró una batalla en el cielo, Miguely sus Ángeles combatieron contra el Dragón, y este contraatacó con sus ángeles, pero fueron vencidos y expulsados del cielo. con todos sus ángeles.
Y así fue precipitado el enorme Dragón, la antigua Serpiente, llamada Diablo o Satanás, y el seductor del mundo entero fue arrojado sobre la tierra
La transformación en demonios fué progresiva, unos odiaron más a Dios, otros menos, cada ángel rebelde fué deformándose lentamente cada uno en un pecado específico (soberbia envidia etc). Así como por el contrario, los ángeles fieles se fueron snatificando más y más progresivamente, unos ángeles se santificaron más en una virtud, otros en otra. Cada ángel tenía su propia naturaleza, dada por Dios, pero cada uno se santificó en una medida propia según la gracia de Dios y la correspondencia de la propia volntad. Esto aplica igual para los demonios pero a la inversa. Por eso la batalla acabó cuando cada cual quedó encasillado en su naturaleza de manera irreversible. En los demonios, llegó un momento en el que cada uno se mantuvo firme en sus celos, su imprudencia, su soberbia, su odio, su envidia, su egolatría etc...
Fué entonces cuando los ángeles fueron admitidos a la presencia divina, y a los demonios se les dejó que se alejaran, se les abandonó a la situación de postración moral en la que cada uno se había puesto.
Cuáles son los nombres de los demonios?
SATANÁS: es el más poderoso, inteligente y bello de los demonios ue se rebelaron. Se le llama Satanás en el Antiguo Testamento, su raíz primitiva significaría, atacar, acusar, ser un adversario, resistir, enemigo, opositor.
DIABLO: es como llama el Nuevo Testamento a Satanás, diablo viene del verbo diaballo, acusar, la gente usa la palabra diablo y demonio como sinónimos, pero la Biblia no. La Biblia siempre usa la palabra Diablo en singular refiriéndose al más poderoso de ellos. L a Sagrada Escritura también le llama el acusador, el Enemigo, el Tentador, el Príncipe de este mundo, el maligno, el Asesino desde el principio, el Padre de la Mentira, la serpiente antigua.
BELCEBÚ: usualmente usado este nombre como sinónimo del diablo. Proviene de Baal.zebul, que significa señor de las moscas. 2 Re 1,2.
LILITH: Aparece en Is 34, 14, la tradición judía la consideró como un ser demoníaco. En la mitología mesopotámica es un genio con cabeza y cuerpo de mujer, pero con extremidades inferiores de un pájaro.
ASMODEO: Aparece en el Libro de Tobías, significa espíritu de cólera.
SEIRIM: Aparecen en IS 13, 21, Lev 7,17 Y en Bar 4,35. suele trducirse como los peludos.
LUCIFER: Es un nombre extrabíblico que significa "estrella de la mañana" La inmensa mayoría de o textos eclesiásticos lo usa como sinónimo de Diablo, sin embargo, el padre Gabrielle Amorth considera que es el nombre propio del demonio segundo en importancia en la jerarquía demoníaca, opinión que el padre Fortea comparte por experiencia en exorcismos que lo comprueban. Como curiosidad, menciona que en un exorcismo un demonio señaló como los más poderosos a Satanás, Lucifer, Belcebú, Belial y Meridiano. Algunos demonios dan nombres que no se sabe qué significan.
Hay una acción ordinaria del demonio, que está orientada a todos los
hombres: la de tentarlos para el mal. Incluso Jesús aceptó esta condición
humana nuestra, dejándose tentar por Satanás. No nos ocuparemos ahora de
esta nefasta acción diabólica, no porque no sea importante, sino porque
nuestro objetivo es ilustrar la acción extraordinaria de Satanás, aquella que
Dios le consiente sólo en determinados casos.
Esta segunda acción puede clasificarse de seis formas distintas.
1. Los sufrimientos físicos causados por Satanás externamente. Se
trata de esos fenómenos que leemos en tantas vidas de santos. Sabemos
cómo san Pablo de la Cruz, el cura de Ars, el padre Pio y tantos otros
fueron golpeados, flagelados y apaleados por demonios. Es una forma en la
que no me detengo porque en estos casos nunca hubo ni influencia interna
del demonio en las personas afectadas ni necesidad de exorcismos. A lo
sumo, intervino la oración de personas que estaban al corriente de cuanto
ocurría. Prefiero detenerme en las otras cuatro formas, que interesan
directamente a los exorcistas.
2. La posesión diabólica. Es el tormento más grave y tiene efecto
cuando el demonio se apodera de un cuerpo (no de un alma) y lo hace
actuar o hablar como él quiere, sin que la víctima pueda resistirse y, por
tanto, sin que sea moralmente responsable de ello. Esta forma es también la
que más se presta a fenómenos espectaculares, del género de los puestos en
escena por la película El exorcista o del tipo de los signos más vistosos
indicados por el Ritual: hablar lenguas nuevas, demostrar una fuerza
excepcional, revelar cosas ocultas. De ello tenemos un claro ejemplo
evangélico en el endemoniado de Gerasa. Pero que quede bien claro que
hay toda una gama de posesiones diabólicas, con grandes diferencias en
cuanto a gravedad y síntomas. Sería un grave error fijarse en un modelo
único. Entre muchas otras, he exorcizado a dos personas afligidas de
posesión total; durante el exorcismo permanecían perfectamente mudas e
inmóviles. Podría citar varios ejemplos con fenomenologías muy diversas.
3. La vejación diabólica, o sea trastornos y enfermedades desde muy
graves hasta poco graves, pero que no llegan a la posesión, aunque sí a
hacer perder el conocimiento, a hacer cometer acciones o pronunciar
palabras de las que no se es responsable. Algunos ejemplos bíblicos: Job no
sufría una posesión diabólica, pero fue gravemente atacado a través de sus
hijos, sus bienes y su salud. La mujer jorobada y el sordomudo sanados por
Jesús no sufrían una posesión diabólica total, sino la presencia de un
demonio que les provocaba esos trastornos físicos. San Pablo, desde luego,
no estaba endemoniado, pero sufría una vejación diabólica consistente en
un trastorno maléfico: «Por lo cual, para que yo no me engría por haber
recibido revelaciones tan maravillosas, se me ha dado un sufrimiento, una
especie de espina en la carne [se trataba evidentemente de un mal físico],
un emisario de Satanás, que me abofetea» (2 Cor. 12, 7); por tanto, no hay
duda de que el origen de ese mal era maléfico.
Las posesiones son todavía hoy bastante raras; pero nosotros, los
exorcistas, encontramos un gran número de personas atacadas por el
demonio en la salud, en los bienes, en el trabajo, en los afectos... Que
quede bien claro que diagnosticar la causa maléfica de estos males (o sea
comprobar si se trata de causa maléfica o no) y curarlos, no es en absoluto
más sencillo que diagnosticar y curar posesiones propiamente dichas; podrá
ser diferente la gravedad, pero no la dificultad de entender y el tiempo
oportuno para curar.
4. La obsesión diabólica. Se trata de acometidas repentinas, a veces
continuas, de pensamientos obsesivos, incluso en ocasiones racionalmente
absurdos, pero tales que la víctima no está en condiciones de liberarse de
ellos, por lo que la persona afectada vive en continuo estado de postración,
de desesperación, de deseos de suicidio. Casi siempre las obsesiones
influyen en los sueños. Se me dirá que éstos son estados morbosos, que
competen a la psiquiatría. También para todos los demás fenómenos puede
haber explicaciones psiquiátricas, parapsicologías o similares. Pero hay
casos que se salen completamente de la sintomatologia comprobada por
estas ciencias y que, en cambio, revelan síntomas de segura causa o
presencia maléfica. Son diferencias que se aprenden con el estudio y la
práctica.
5. Existen también las infestaciones diabólicas en casas, objetos y
animales. No me extiendo ahora sobre este aspecto, al que aludiremos más
adelante en el libro. Básteme fijar el sentido que doy al término infestación;
prefiero no referirlo a las personas, a las que, en cambio, aplico los
términos de posesión, vejación, obsesión.
6. Cito, por último, la sujeción diabólica, llamada también
dependencia diabólica. Se incurre en este mal cuando nos sometemos
deliberadamente a la servidumbre del demonio. Las dos formas más usadas
son el pacto de sangre con el diablo y la consagración a Satanás.
¿Cómo defendernos de todos estos posibles males? Digamos en
seguida que, aunque nosotros la consideramos una norma deficiente, en
sentido estricto los exorcismos son necesarios, según el Ritual, sólo para la
verdadera posesión diabólica. En realidad, nosotros, los exorcistas, nos
ocupamos de todos los casos en que se reconoce una influencia maléfica.
Pero para los demás casos distintos de la posesión deberían bastar los
medios comunes de gracia: la oración, los sacramentos, la limosna, la vida
cristiana, el perdón de las ofensas y el recurso constante al Señor, a la
Virgen, a los santos y a los ángeles. Y es en este último punto donde
deseamos detenernos ahora.
Con gusto cerramos este capítulo sobre el demonio, adversario de
Cristo, hablando de los ángeles: son nuestros grandes aliados; les debemos
mucho y es un error que se hable tan poco de ellos. Cada uno de nosotros
tiene su ángel custodio, amigo fidelísimo durante las veinticuatro horas del
día, desde la concepción hasta la muerte. Nos protege incesantemente el
alma y el cuerpo; nosotros, en general, ni siquiera pensamos en ello.
Sabemos que incluso las naciones tienen su ángel particular y
probablemente esto ocurre también para cada comunidad, quizá para la
misma familia, aunque no tenemos certeza de esto. Pero sabemos que los
ángeles son numerosísimos y deseosos de hacernos el bien mucho más de
cuanto los demonios tratan de perjudicarnos.
Las Escrituras nos hablan a menudo de los ángeles por las varias
misiones que el Señor les confía. Conocemos el nombre del príncipe de los
ángeles, san Miguel: también entre los ángeles existe una jerarquía basada
en el amor y regida por aquel influjo divino «en cuya voluntad está nuestra
paz», como diría Dante. Conocemos asimismo los nombres de otros dos
arcángeles: Gabriel y Rafael. Un apócrifo añade un cuarto nombre: Uriel.
También de las Escrituras tomamos la subdivisión de los ángeles en nueve
coros: dominaciones, potestades, tronos, principados, virtudes, ángeles,
arcángeles, querubines y serafines.
El creyente sabe que vive en presencia de la Santísima Trinidad, es
más, que la tiene dentro de sí; sabe que es continuamente asistido por una
madre que es la misma Madre de Dios; sabe que puede contar siempre con
la ayuda de los ángeles y los santos; ¿cómo puede sentirse solo, o
abandonado, o bien oprimido por el mal? En el creyente hay espacio para el
dolor, porque ése es el camino de la cruz que nos salva; pero no hay
espacio para la tristeza. Y está siempre dispuesto a dar testimonio a quienquiera
que le interrogue sobre la esperanza que le sostiene (cf. 1 Pe. 3, 15).
Pero está claro que también el creyente debe ser fiel a Dios, debe
temer el pecado. Éste es el remedio en el que se basa nuestra fuerza; tanto
es así, que san Juan no vacila en afirmar: «Sabemos que todo el nacido de
Dios no peca, porque el Hijo de Dios le guarda y el maligno no le toca» (1
Jn. 5, 18). Si nuestra debilidad nos lleva a veces a caer, debemos
inmediatamente levantarnos ayudándonos de ese gran recurso que la
misericordia divina nos ha concedido: el arrepentimiento y la confesión.
La visión diabólica de León XIII
Muchos de nosotros recordamos cómo, antes de la reforma litúrgica
debida al Concilio Vaticano II, el celebrante y los fíeles se arrodillaban al
final de la misa para rezar una oración a la Virgen y otra a san Miguel
arcángel. Reproducimos aquí el texto de esta última, porque es una
hermosa plegaria que todos pueden rezar con provecho:
San Miguel arcángel, defiéndenos en la batalla; contra las maldades
y las insidias del diablo sé nuestra ayuda. Te lo rogamos suplicantes: ¡que
el Señor lo ordene! Y tú, príncipe de las milicias celestiales, con el poder
que te viene de Dios, vuelve a lanzar al infierno a Satanás y a los demás
espíritus malignos que vagan por el mundo para perdición de las almas.
¿Cómo nació esta oración? Transcribo lo publicado por la revista
Ephemerides Liturgicae en 1955 (pp. 58-59).
El padre Domenico Pechenino escribe: «No recuerdo el año exacto.
Una mañana el Sumo Pontífice León XIII había celebrado la santa misa y
estaba asistiendo a otra, de agradecimiento, como era habitual. De pronto,
le vi levantar enérgicamente la cabeza y luego mirar algo por encima del
celebrante. Miraba fijamente, sin parpadear, pero con un aire de terror y de
maravilla, demudado. Algo extraño, grande, le ocurría.
»Finalmente, como volviendo en sí, con un ligero pero enérgico
ademán, se levanta. Se le ve encaminarse hacia su despacho privado. Los
familiares le siguen con premura y ansiedad. Le dicen en voz baja: "Santo
Padre, ¿no se siente bien? ¿Necesita algo?" Responde: "Nada, nada." Al
cabo de media hora hace llamar al secretario de la Congregación de Ritos
y, dándole un folio, le manda imprimirlo y enviarlo a todos los obispos
diocesanos del mundo. ¿Qué contenía? La oración que rezamos al final de
la misa junto con el pueblo, con la súplica a María y la encendida
invocación al príncipe de las milicias celestiales, implorando a Dios que
vuelva a lanzar a Satanás al infierno.»
En aquel escrito se ordenaba también rezar esas oraciones de
rodillas. Lo antes escrito, que también había sido publicado en el periódico
La settimana del clero el 30 de marzo de 1947, no cita las fuentes de las
que se tomó la noticia. Pero de ello resulta el modo insólito en que se
ordenó rezar esa plegaria, que fue expedida a los obispos diocesanos en
1886. Como confirmación de lo que escribió el padre Pechenino tenemos el
autorizado testimonio del cardenal Nasalli Rocca que, en su carta pastoral
para la cuaresma, publicada en Bolonia en 1946, escribe:
«León XIII escribió él mismo esa oración. La frase [los demonios]
"que vagan por el mundo para perdición de las almas" tiene una
explicación histórica, que nos fue referida varias veces por su secretario
particular, monseñor Rinaldo Angeli. León XIII experimentó verdaderamente
la visión de los espíritus infernales que se concentraban sobre la
Ciudad Eterna (Roma); de esa experiencia surgió la oración que quiso
hacer rezar en toda la Iglesia. Él la rezaba con voz vibrante y potente: la
oímos muchas veces en la basílica vaticana. No sólo esto, sino que escribió
de su puño y letra un exorcismo especial contenido en el Ritual romano
(edición de 1954, tít. XII, c. III, pp. 863 y ss.). Él recomendaba a los
obispos y los sacerdotes que rezaran a menudo ese exorcismo en sus
diócesis y parroquias. Él, por su parte, lo rezaba con mucha frecuencia a lo
largo del día.»
Resulta interesante también tener en cuenta otro hecho, que
enriquece aún más el valor de aquellas oraciones que se rezaban después de
cada misa. Pío XI quiso que, al rezarlas, se hiciese con una especial
intención por Rusia (alocución del 30 de junio de 1930). En esa alocución,
después de recordar las oraciones por Rusia a las que había instado también
a todos los fieles en la festividad del patriarca san José (19 de marzo de
1930), y después de recordar la persecución religiosa en Rusia, concluyó
como sigue:
«Y a fin de que todos puedan sin fatiga ni incomodidad continuar en
esta santa cruzada, disponemos que esas oraciones que nuestro antecesor de
feliz memoria, León XIII, ordenó que los sacerdotes y los fieles rezaran
después de la misa, sean dichas con esta intención especial, es decir, por
Rusia. De lo cual los obispos y el clero secular y regular tendrán cuidado de
mantener informados a su pueblo y a cuantos estén presentes en el santo
sacrificio, sin dejar de recordar a menudo lo antedicho» (Civiltà Cattolica,
1930, vol. III).
Como se ve, los pontífices tuvieron presente con mucha claridad la
tremenda presencia de Satanás: la intención añadida por Pío XI apuntaba al
centro de las falsas doctrinas sembradas en nuestro siglo y que todavía hoy
envenenan la vida no sólo de los pueblos, sino de los mismos teólogos. Si
luego las disposiciones de Pío XI no han sido observadas, es culpa de
aquellos a quienes habían sido confiadas; desde luego, se integraban
perfectamente en los acontecimientos carismáticos que el Señor había dado
a la humanidad mediante las apariciones de Fátima, aun siendo
independientes de ellas: a la sazón Fátima todavía era desconocida en el
mundo.
Los dones de Satanás
También Satanás concede poderes a sus devotos. A veces, como el
auténtico embustero que es, los destinatarios de tales poderes no
comprenden inmediatamente su procedencia o no quieren comprenderla,
demasiado contentos con esos dones gratuitos. Así puede suceder que una
persona tenga un don de presciencia; otros, sólo poniéndose ante un folio
de papel en blanco con una pluma en la mano, que escriban
espontáneamente páginas y más páginas de mensajes; otros tienen la
impresión de poder desdoblarse y que una parte de su ser puede penetrar en
casas y en ambientes incluso lejanos; es muy corriente que algunos oigan
«una voz» que a veces puede sugerir oraciones y otras veces cosas
completamente distintas.
Podría continuar con la lista. ¿Cuál es la fuente de estos dones
especiales? ¿Son carismas del Espíritu Santo? ¿Son regalos de procedencia
diabólica? ¿Se trata más sencillamente de fenómenos metapsíquicos? Es
preciso un estudio o un discernimiento realizado por personas competentes
para establecer la verdad. Cuando san Pablo estaba en Tiatira, le sucedió
que continuamente le seguía una esclava que tenía el don de la adivinación
y con esta peculiaridad suya procuraba mucho dinero a sus amos. Pero era
un don de origen diabólico que desapareció inmediatamente después de que
san Pablo hubo expulsado al espíritu maligno (Ac. 16, 16-18).
A título de ejemplo, reproducimos algunos pasajes de un testimonio
firmado por «Erasmo de Bari» y publicado en Rinnovamento dello Spirito
Santo en septiembre de 1987. Las observaciones entre corchetes son
nuestras.
«Hace algunos años hice el experimento del juego del vaso sin saber
que se trataba de una forma de espiritismo. Los mensajes utilizaban un
lenguaje de paz y hermandad [adviértase cómo el demonio sabe
enmascararse bajo apariencias de bien]. Después de algún tiempo fui
investido de extrañas facultades precisamente en Lourdes, mientras
desempeñaba mi misión [también este detalle es digno de destacar: no
existen lugares, por más sagrados que sean, donde el demonio no pueda
introducirse].
»Tenía las mismas facultades que en parapsicología se definen como
extrasensoriales, es decir: clarividencia, lectura del pensamiento,
diagnósticos clínicos, lectura del corazón y la vida de personas vivas o
difuntas y otros poderes. Algunos meses más tarde se añadió otra facultad:
la de anular el dolor físico con la imposición de manos, aliviando o
eliminando el estado de sufrimiento; ¿era quizá la llamada pranoterapia?
»Con todos estos poderes no me era difícil hablar con la gente; pero
después de los encuentros esa gente quedaba aturdida por lo que yo le decía
y con un sentimiento de profunda turbación porque la condenaba por los
pecados cometidos, ya que los veía en su alma. Pero, leyendo la palabra de
Dios, me daba cuenta de que mi vida no había cambiado en absoluto.
Seguía siendo fácil presa de la ira, lento para el perdón, propenso al
resentimiento, susceptible ante la ofensa. Tenía miedo de cargar con mi
cruz, tenía miedo de la incógnita del futuro y de la muerte.
»Después de una larga peregrinación y tormentosos pesares, Jesús
me orientó hacia la Renovación. Aquí he encontrado algunos hermanos que
han rogado por mí, y ha resultado que lo que me había sucedido no era de
origen divino, sino fruto del maligno. Puedo testimoniar que he visto la
potencia del nombre de Jesús. He reconocido y confesado mis pecados del
pasado, me he arrepentido, he renunciado a toda práctica oculta. Estos poderes
han cesado y he sido perdonado por Dios; por eso le estoy
agradecido.»
No olvidemos que también la Biblia nos proporciona ejemplos de
idénticos hechos extraordinarios realizados por Dios o el demonio. Algunos
prodigios que Moisés, por orden de Dios, realiza delante del faraón, son
realizados también por los magos de la corte. He aquí por qué el hecho en
sí, tomado aisladamente, no es suficiente para explicarnos la causa cuando
se trata de fenómenos de esta índole.
Añado que con frecuencia las personas afectadas por trastornos
maléficos poseen «sensibilidades» particulares: entienden inmediatamente
si una persona está imbuida de negatividad, prevén acontecimientos
futuros, a veces tienen una notable tendencia a querer imponer las manos a
personas psíquicamente frágiles. Otras veces tienen la impresión de poder
influir sobre los acontecimientos del prójimo, augurando el mal con una
perversidad que sienten en sí mismas, casi con prepotencia. He visto que es
preciso oponerse a todas estas tendencias y vencerlas para poder llegar a la
curación.
¿Miedo del diablo? Responde santa Teresa de Jesús
Contra los miedos injustificados al demonio, reproducimos una página de
santa Teresa de Ávila, tomada de su Vida (capitulo 25, 20-22). Es una
página alentadora, a menos que seamos nosotros quienes abramos la
puerta al demonio...
«Pues si este Señor es poderoso, como veo que lo es, y sé que lo es, y
que con sus esclavos los demonios —y de ello no hay que dudar, pues es
fe—, siendo yo sierva de este Señor y Rey, ¿qué mal me pueden ellos hacer
a mí? ¿Por qué no he de tener yo fortaleza para combatirme con todo el
infierno? Tomaba una cruz en la mano y parecía verdaderamente darme
Dios ánimo, que yo me vi otra en breve tiempo, que no temiera tomarme
con ellos a brazos, que me parecía fácilmente con aquella cruz los venciera
a todos; y ansí dije: —Ahora venid todos, que siendo sierva del Señor, yo
quiero ver qué me podéis hacer.
»Es sin duda que me parecía me habían miedo, porque yo quedé
sosegada, y tan sin temor de todos ellos, que se me quitaron todos los
miedos que solía tener, hasta hoy: porque aunque algunas veces los vía,
como diré después, no les he habido más casi miedo, antes me parecía ellos
me le habían a mí. Quedóme un señorío contra ellos, bien dado del Señor
de todos, que no se me da más de ellos que de moscas. Parécenme tan
cobardes que, en viendo que los tienen en poco, no les queda fuerza.
»No saben estos enemigos derecho acometer, sino a quien ven que se
les rinde, o cuando lo permite Dios para más bien de sus siervos, que los
tienten y atormenten. Pluguiese a Su Majestad temiésemos a quien hemos
de temer y entendiésemos nos puede venir mayor daño de un pecado venial
que de todo el infierno junto, pues es ello ansí. Que espantados nos train
estos demonios, porque nos queremos nosotros espantar con otros
asimientos de honras y haciendas y deleites; que entonces, juntos ellos con
nosotros mesmos, que nos somos contrarios, amando y queriendo lo que
hemos de aborrecer, mucho daño nos harán; porque con nuestras mesmas
armas les hacemos que peleen contra nosotros, puniendo en sus manos con
las que nos hemos de defender.
»Ésta es la gran lástima. Mas si todo lo aborrecemos por Dios y nos
abrazamos con la cruz y tratamos servirle de verdad, huye él de estas
verdades como de pestilencia. Es amigo de mentiras y la mesma mentira;
no hará pacto con quien anda en verdad. Cuando él ve escurecido el entendimiento,
ayuda lindamente a que se quiebren los ojos; porque si a uno
ve ya ciego en poner su descanso en cosas vanas, y tan vanas que parecen
las de este mundo cosa de juego de niños, ya él ve que éste es niño, pues
trata como tal, y atrévese a luchar con él una y muchas veces.
»Plega el Señor que no sea yo de éstos, sino que me favorezca Su
Majestad para entender por descanso lo que es descanso, y por honra lo que
es honra, y por deleite lo que es deleite, y no todo al revés; ¡y una higa para
todos los demonios!, que ellos me temerán a mí. No entiendo estos miedos:
¡demonio, demonio!, donde podemos decir: ¡Dios, Dios! y hacerle temblar.
Sí, que ya sabemos que no se puede menear si el Señor no lo primite. ¿Qué
es esto? Es sin duda que tengo ya más miedo a los que tan grande le tienen
al demonio que a él mesmo; porque él no me puede hacer nada, y estotros,
en especial si son confesores, inquietan mucho, y he pasado algunos años
de tan gran trabajo, que ahora me espanto cómo lo he podido sufrir.
¡Bendito sea el Señor, que tan de veras me ha ayudado!»
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