El Credo Atanasiano es uno de los credos más importantes de la fe católica. Él contiene un hermoso resumen de la creencia católica sobre la Trinidad y la Encarnación, que son los dos dogmas fundamentales del cristianismo. Antes de los cambios en la liturgia de 1971, el Credo Atanasiano, que consiste en 40 declaraciones rítmicas, había sido usado en el oficio dominical por más de mil años. El credo de Atanasio establece la necesidad de creer en la fe católica para la salvación. Él cierra con las palabras: “Esta es la fe católica. El que no la crea verdadera y firmemente, no puede salvarse”. Este credo fue compuesto por el mismo gran San Atanasio, como lo confirma el Concilio de Florencia.[1]
Papa Eugenio IV, Concilio de Florencia, sesión 8, 22 de noviembre de 1439, ex cathedra:
“Sexto, ofrecemos a los enviados esa regla compendiosa de la fe compuesta por el bendito Atanasio, que es la siguiente:
”Todo el que quiera salvarse, ante todo es menester que mantenga la fe católica; y en que no la guardare íntegra e inviolada, sin duda perecerá para siempre.[2]
”Ahora bien, la fe católica es que veneremos a un solo Dios en la Trinidad, y a la Trinidad en la unidad; sin confundir las personas ni separar las sustancias. Porque una es la persona del Padre, otra la del Hijo y otra la del Espíritu Santo; pero el Padre y el Hijo y el Espíritu Santo tienen una sola divinidad, gloria igual y coeterna majestad. (…) Y en esta Trinidad, nada es antes o después, nada mayor o menor, sino que las tres personas son entre sí coeternas y coiguales, de suerte que, como antes se ha dicho, en todo hay que venerar lo mismo la unidad en la Trinidad que la Trinidad en la unidad. El que quiera, pues, salvarse, así ha de sentir de la Trinidad.[3]
”Pero es necesario para la eterna salvación creer también fielmente en la encarnación de Nuestro Señor Jesucristo (…) hijo de Dios, es Dios y hombre. (…) Ésta es la fe católica y el que no la creyere fiel y firmemente, no podrá salvarse”.[4]
La definición anterior del Credo Atanasio en el Concilio ecuménico de Florencia significa que este credo cumple los requisitos de un pronunciamiento de la Cátedra de San Pedro (una declaración ex cathedra). Negar lo que se profesa en el Credo Atanasiano es dejar de ser católico. El Credo declara que el que quiera salvarse tiene que mantener la fe católica y creer en la Trinidad y en la Encarnación. Nótese bien la frase “el que quiera salvarse” (quicunque vult salvus esse).
Esta frase es sin duda producto e inspiración del Espíritu Santo. Nos dice que todo el “quiera” debe creer en los misterios de la Trinidad y de la Encarnación para salvarse. ¡Esto no incluye a los bebés y los menores de la edad de la razón, ya que no pueden querer! Los infantes son contados entre los fieles católicos, desde que reciben el hábito de la fe católica en el sacramento del bautismo. Pero, al estar debajo de la edad de la razón, no pueden hacer ningún acto de fe en los misterios católicos de la Trinidad y de la Encarnación, un acto que es absolutamente necesario para la salvación de todos los mayores de la edad de la razón (para todos los que quieran salvarse). ¿No es notable cómo Dios redactó la enseñanza de este credo infalible sobre la necesidad de la fe en los misterios de la Trinidad y de la Encarnación de una manera que no incluye a los infantes? El credo, por lo tanto, enseña que todo el que esté por sobre la edad de la razón debe tener conocimiento y creer en los misterios de la Trinidad y de la Encarnación para salvarse – sin excepciones. Este credo, por lo tanto, elimina la teoría de la ignorancia invencible (que alguien por sobre la edad de la razón pueda salvarse sin conocer a Cristo o la verdadera fe) y, además, demuestra que quienes la predican, no profesan este credo con honestidad.
Y el hecho de que todo el que quiera salvarse no puede salvarse sin el conocimiento y la creencia en los misterios de la Trinidad y la Encarnación es la razón por la cual el Santo Oficio, bajo el Papa Clemente XI, respondió que un misionero debe, antes de bautizar, explicar al adulto que está a punto de morir estos misterios que son absolutamente necesarios.
Respuesta del Santo Oficio al obispo de Quebec, 25 de enero de 1703:
“P. Si antes de conferir el bautismo a un adulto, está obligado el ministro a explicarle todos los misterios de nuestra fe, particularmente si está moribundo, pues esto podría turbar su mente. Si no bastaría que el moribundo prometiera que procurará instruirse apenas salga de la enfermedad, para llevar a la práctica lo que se le ha mandado.
”R. Que no basta la promesa, sino que el misionero está obligado a explicar al adulto, aun al moribundo, que no sea totalmente incapaz, los misterios de la fe que son necesarios con necesidad de medio, como son principalmente los misterios de la Trinidad y de la Encarnación”.[5]
Al mismo tiempo, se planteó otra pregunta que fue respondida de la misma manera.
Respuesta del Santo Oficio al obispo de Quebec, 25 de enero de 1703:
”P. Si puede bautizarse a un adulto rudo y estúpido, como sucede con un bárbaro, dándole sólo conocimiento de Dios y de alguno de sus atributos, (…) aunque no crea explícitamente en Jesucristo.
”R. Que el misionero no puede bautizar al que no cree explícitamente en el Señor Jesucristo, sino que está obligado a instruirle en todo lo que es necesario con necesidad de medio conforme a la capacidad del bautizado”.[6]
La necesidad absoluta en la creencia en el dogma de la Trinidad y la Encarnación para la salvación de todos los mayores de la edad de la razón también es la enseñanza de Santo Tomás de Aquino, el Papa Benedicto XIV y el Papa San Pío X.
Santo Tomás de Aquino, Summa Theologica: “Mas en el tiempo de la gracia revelada, mayores y menores están obligados a tener fe explícita en los misterios de Cristo, sobre todo en cuanto que son celebrados solemnemente en la Iglesia y se proponen en público, como son los artículos de la encarnación de que hablamos en otro lugar”.[7]
Santo Tomás de Aquino, Summa Theologica: “Por consiguiente, en el tiempo subsiguiente a la divulgación de la gracia están todos obligados a creer explícitamente el misterio de la Trinidad”.[8]
Papa Benedicto XIV, Cum religiosi, # 1, 26 de junio de 1754:
“No pudimos alegrarnos, sin embargo, cuando se Nos informó posteriormente que en el curso de la instrucción religiosa preparatoria a la confesión y a la santa comunión, se encontraba muy a menudo que estas personas eran ignorantes de los misterios de la fe, incluso en aquellos aspectos que deben ser conocidos por necesidad de medio; en consecuencia, no estaban habilitados para participar de los sacramentos”.[9]
Papa Benedicto XIV, Cum religiosi, # 4:
“Mirad que cada ministro lleve a cabo cuidadosamente las medidas establecidas por el santo Concilio de Trento… que los confesores deben cumplir esta parte de su deber cuando alguien se encuentra ante su tribunal y no sabe lo que debe saber por necesidad de medio para salvarse…”.[10]
Los mayores de la edad de la razón que ignoran estos misterios absolutamente necesarios de la fe católica – estos misterios que son una “necesidad de medio” – no pueden contarse entre los elegidos, es lo que confirma el Papa San Pío X.
Papa San Pío X, Acerbo nimis, # 3, 15 de abril de 1905:
“Y por eso Nuestro predecesor Benedicto XIV escribió justamente: ‘Declaramos que un gran número de los condenados a las penas eternas padecen su perpetua desgracia por ignorar los misterios de la fe, que necesariamente se deben saber y creer para ser contados entre los elegidos’”.[11]
Así que los que creen que la salvación es posible para aquellos que no creen en Cristo y en la Trinidad (que es “la fe católica” definida en término de sus misterios más simples) deben cambiar su posición y ajustarla al dogma católico. Pues no se ha dado a los hombres otro Nombre debajo de todo el cielo por el cual debamos salvarnos más que el del Señor Jesús (Hechos 4, 12). ¡Que no contradigan el Credo Atanasiano y que confiesen que el conocimiento de estos misterios es absolutamente necesario para la salvación de todos los que quieran salvarse! Ellos deben sostener esto firmemente para que ellos mismos puedan tener la fe católica y profesar este credo con honestidad, tal y como lo hicieron nuestros antepasados católicos.
Estos misterios esenciales de la fe católica se han difundido y enseñado a la mayoría por medio del Credo de los Apóstoles (que aparece en el Apéndice). Este vital credo incluye las verdades fundamentales sobre Dios Padre, Dios Hijo (Nuestro Señor Jesucristo – su concepción, la crucifixión, la ascensión, etc.) y Dios Espíritu Santo. También contiene una profesión de fe en las verdades fundamentales de la Santa Iglesia Católica, la comunión de los santos, el perdón de los pecados y la resurrección de los cuerpos.
REFERENTE A AQUELLOS NIÑOS MIEMBROS DE LAS SECTAS NO-CATÓLICAS VÁLIDAMENTE BAUTIZADOS
La Iglesia católica siempre ha enseñado que cualquier persona (incluyendo un laico y un no-católico) puede bautizar válidamente si adhiere a la materia y forma adecuada del sacramento y si tiene la intención de hacer lo que hace la Iglesia.
Papa Eugenio IV, Concilio de Florencia, Exultate Deo, 1439: “Pero en caso de necesidad, no sólo puede bautizar el sacerdote o el diácono, sino también un laico y una mujer y hasta un pagano y hereje, con tal de que guarde la forma de la Iglesia y tenga la intención de hacer lo que hace la Iglesia”114.
La Iglesia siempre ha enseñado que los niños bautizados en las iglesias heréticas y cismáticas se hacen católicos, miembros de la Iglesia y sujetos al Romano Pontífice, incluso si las personas que los bautizan son herejes que están fuera de la Iglesia católica. Esto se debe a que el niño, siendo menor de la edad de la razón, no puede ser un hereje o cismático. Él no puede tener un obstáculo que impida al bautismo hacerlo un miembro de la Iglesia.
Papa Pablo III, Concilio de Trento, sesión 7, canon 13 sobre el sacramento del bautismo: “Si alguno dijere que los párvulos por el hecho de no tener el acto de creer no han de ser contados entre los fieles después de recibido el bautismo…, sea anatema”.[25]
Esto significa que todos los infantes bautizados, estén donde estén, incluso los bautizados en iglesias heréticas no-católicas por ministros herejes, se hacen miembros de la Iglesia católica. Ellos también están sujetos al romano Pontífice (si lo hay) como vimos anteriormente en la enseñanza del Papa León XIII. Pero, ¿en qué momento este infante católico bautizado se convierte en un no-católico – separándose de la Iglesia y de la sumisión al romano Pontífice? Después que el niño bautizado llega a la edad de la razón, él o ella se convierte en un hereje o cismático y rompe su pertenencia a la Iglesia y corta su sujeción al romano Pontífice cuando él o ella rechaza obstinadamente cualquier enseñanza de la Iglesia católica o pierde la fe en los misterios esenciales de la Trinidad y la Encarnación.
Papa Clemente VI, Super quibusdam, 20 de septiembre de 1351: “Preguntamos: Primeramente, si creéis tú y la Iglesia de los armenios que te obedece que todos aquellos que en el bautismo recibieron la misma fe católica y después se apartaron o en lo futuro se aparten de la comunión de la misma fe de la Iglesia romana que es la única católica, son cismáticos y herejes, si perseveran pertinazmente divididos de la fe de la misma Iglesia romana. En segundo lugar preguntamos si creéis tú y los armenios que te obedecen que ningún hombre viador podrá finalmente salvarse fuera de la fe de la misma Iglesia y de la obediencia de los Pontífices romanos”.[26]
Por tanto, hay que tener claro los siguientes puntos: 1) Los no bautizados (judíos, musulmanes, paganos, etc.) deben todos unirse a la Iglesia católica recibiendo el bautismo y la fe católica o todos se perderán. 2) Todos los niños bautizados, son católicos, miembros de la Iglesia y sujetos al romano Pontífice por el bautismo. Sólo se separan de esa pertenencia (que ellos ya poseen) cuando rechazan obstinadamente cualquier dogma o crean algo contrario a los misterios esenciales de la Trinidad y la Encarnación. En la enseñanza del Papa Clemente VI, vemos enseñado claramente este segundo punto: todos los que reciben la fe católica en el bautismo, pierden esa fe y se convierten en cismáticos y herejes si ellos “se separan obstinadamente de la fe de la Iglesia romana”.
El hecho es que todos los protestantes que rechazan a la Iglesia católica o sus dogmas sobre los sacramentos, el papado, etc., se han separado obstinadamente de la fe de la Iglesia romana y por ello han roto su pertenencia a la Iglesia de Cristo. Lo mismo ocurre con los “ortodoxos orientales” que rechazan obstinadamente los dogmas sobre el papado y la infalibilidad papal. Ellos necesitan convertirse a la fe católica para salvarse.
Notas:
1 «Las Encíclicas Papales», edición inglesa, vol. 1 (1740-1878), pp. 237-238. 2 «Las Encíclicas Papales», edición inglesa, vol. 2 (1878-1903), p. 481. 3 Denzinger 482. 4 «Los Decretos de los Concilio Ecuménicos», edición inglesa, vol. 1, pp. 550-553; Denzinger 39-40. 5 Denzinger 1349a. 6 Denzinger 1349b. 7 Santo Tomás de Aquino, Summa Theologica, Pt. II-II, q. 2., r. 7. 8 Santo Tomás de Aquino, Summa Theologica, Pt. II-II, q. 2., r. 8. 9 «Las Encíclicas Papales», edición inglesa, vol. 1 (1740-1878), p. 45. 10 «Las Encíclicas Papales», edición inglesa, vol. 1 (1740-1878), p. 46. 11 «Las Encíclicas Papales», edición inglesa, vol. 3 (1903-1939), p. 30. 12 Denzinger 712. 13 «Las Encíclicas Papales», edición inglesa, vol. 1 (1740-1878), p. 98. 14 «Las Encíclicas Papales», edición inglesa, vol. 4 (1939-1958), p. 42. 15 «Los Decretos de los Concilio Ecuménicos», edición inglesa, vol. 1, p. 479. 16 Von Pastor, Historia de los Papas, edición inglesa, II, 346; citado por Warren H. Carroll, A History of Christendom «Una Historia de la Cristiandad», edición inglesa, vol. 3 (The Glory of Christendom «La Gloria de la Cristiandad»), Front Royal, VA: Christendom Press, p. 571. 17 «Los Decretos de los Concilio Ecuménicos», edición inglesa, vol. 1, p. 380. 18 «Las Encíclicas Papales», edición inglesa, vol. 2 (1878-1903), p. 115. 19 New Advent Catholic Encyclopedia «Enciclopedia Católica Nuevo Adviento», edición inglesa, ec.aciprensa.com (versión española de newadvent.org), «Anatema». 20 «Las Encíclicas Papales», edición inglesa, vol. 3 (1903-1939), p. 242.
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