Creo en un solo Dios Padre cuasi-omnipotente,
que también puede ser la pachamama o la fuerza cósmica.
Creo en el Big Bang, creador de los cielos,
y en la evolución en la tierra
Creo en Jesucristo, que también es su hijo
como nosotros, los hombres,
que fue concebido hombre como nosotros.
Que nació y quizás tuvo hermanos.de Santa María,
que tal vez fue virgen y no tuvo pecado.
Padeció bajo el opresor Poncio Pilatos.
Fue crucificado, muerto y sepultado
quien bajo a los infiernos y
de algún modo quizás simbólico,
resucitó al tercer día y
Subió a los cielos,
y desde ahí habrá de venir a juzgar a los malos
Pero perdona a todo el que se lo pide,
aun los pecados contra el Espíritu Santo
o los que claman al Cielo.
Creo que existe el Espíritu Santo
que inspira a todos los integrantes de la Iglesia
para proclamar dogmas para cada persona individual.
Creo que Iglesia es universal,
y que la Tradición es un invento de cada generación humana.
La comunión de todos los humanos en el pan de cada día
El perdón mutuo y el diálogo,
así como perdonamos a Dios por los males de este mundo
También en la futura resurrección del hombre en igualdad y gloria,
Que podría a su vez ser una reencarnación.
Y creo en la vida eterna de confort que tenemos bien merecida
Amén
¡Qué difícil es para los tibios encontrarse con Cristo Resucitado!
El Evangelio del Domingo de Pascua de Resurrección muestra el comportamiento de los que llegarían a ver a Cristo Resucitado. Entre ellos no hay ninguno que actúa indiferente. Las mujeres que encontraron el sepulcro vacío corrieron a los apóstoles y a continuación se dice de S. Pedro y del discípulo amado: “Los dos corrían juntos” (Jn. 20, 4) al sepulcro para cercionarse de lo oído.
Esas mujeres y apóstoles mostraron un gran fervor y devoción por el Señor que les impulsó a acercarse al gran misterio de la Resurrección. Otros que de primera mano se enteraron de la Resurrección del Señor tampoco mostraron indiferencia al Señor, aunque lo que sintieron fuera negativo.
Poco amor mostraron los soldados romanos guardaron la tumba a la fuerza. Sto. Tomás no sólo no creyó en la noticia de la Resurrección, sino que insistió que no creería hasta que tocara al Señor. Los discípulos de camino a Emaús se sentían sobrecogidos por el dolor pero habían decidido alejarse de Jerusalén.
Esos testigos de la Resurrección actuaron de forma “caliente” o “fría”, pero no indiferente. No por nada nos dice el Señor en las Sagradas Escrituras: “¡Ojalá fueras frío o caliente!; mas porque eres tibio, y no eres caliente ni frío, estoy para vomitarte de mi boca.” (Ap. 3, 16)
¡Qué difícil es para los tibios encontrarse con Cristo Resucitado! Si le vieran, probablemente le dejarían pasar de largo.
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El lector David comparte un fragmento de “Jesús o Barrabás” en “Teología y espiritualidad” del P. Enrique Cases que señala la importancia de no ser tibios sino hacer todo lo posible para elegir a Jesús y no a Barrabás en nuestras propias vidas (negrita diferente del original):
“No se llega a un pecado mortal de repente, suele ir precedido de pecados veniales, de cesiones y omisiones. Una elección lleva a otra. Muchas elecciones seguidas crean una costumbre. La costumbre empuja a elegir según la inclinación que se ha creado en el alma. Esto es lo que ocurrió en la elección de Barrabás. Elegían la libertad de un desgraciado delincuente, pero detrás estaba la alternativa de rechazar la libertad de un inocente: el pecado se reviste de algo que se presenta como menos malo.
“Ahí está la gravedad del pecado venial: inicia un proceso difícil de controlar. Un pecado venial es una ofensa leve contra Dios. Puede ser por la materia, por inadvertencia o por un consentimiento menos libre. Pero todo pecado venial es una elección contra Dios; éste es el problema. Primero es uno, luego varios, luego se adhiere una costumbre equivocada, se instala la tibieza en el alma, y deslizándose por ese plano inclinado van aumentando las desviaciones, hasta que la telaraña del pecado mortal apresa al incauto, que no supo cortar a tiempo los hilillos que acaban quitándole la vida de la gracia al aumentar su número y su red de compromisos.
“Santa Teresa enseña que cuando no sintáis disgusto por una falta que hayáis cometido, temed siempre porque el pecado, aunque sea venial se debe sentir con dolor hasta lo profundo del alma … Por amor a Dios, procurad con toda diligencia de no cometer jamás un solo pecado venial, por pequeño que sea… ¿Qué cosa puede ser pequeña siendo ofensa de una tan grande majestad? .
“Hay una gran sensibilidad en sus palabras. Cabe pensar que es cuestión de personas muy avanzadas en el camino de santidad, pero no es así, ¿acaso no ocurre lo mismo en los amores humanos? ¿no duele una mala cara, o un olvido, o un desprecio, o no ser amado como se esperaba, o ser abofeteado por el propio hijo?. Si se piensa que sólo es cosa de seres especiales, será porque tampoco se valora el amor o los desprecios de los seres queridos, o ya se vive alejado de Dios.
“El pecado venial disminuye la caridad, introduce la tibieza, debilita la fuerzas del alma. Hiere en aquello en que se peca. Tráeme una persona que ame y entenderá lo que digo decía San Agustín y añadía: Dame un varón de deseos, a uno que tiene hambre, a uno que va peregrinando, y siente la sed del desierto y suspira por la fuente de la patria eterna, tráeme a ese hombre y entiende lo que digo. Pero si hablo con un hombre frío no sabe lo que hablo.
“La lucha debe ponerse incluso en superar las imperfecciones. El hombre con ansia de amor quiere evitar lo que sea desamor o imperfección, y los pecados veniales son peores que las imperfecciones. Sería un error no preocuparse en los pecados veniales por el hecho de no tener como pena el infierno con sus penas eternas. Es cierto que no se va al infierno quien muere sólo con pecados veniales, pero también lo es que necesitará la purificación del purgatorio, y que el pecado mortal puede entrar, de una manera traicionera, por el portillo que han abierto los pecados veniales, activos como virus o parálisis progresiva.
“Newman veía así la malicia de los pecados veniales: ¡Dios mío, qué pago te damos los hombres, y yo en particular, con el pecado! ¡Qué horrible ingratitud la nuestra! Tú tienes derechos sobre mí: te pertenezco completamente, Dios mío. Eres el Creador Todopoderoso: yo soy obra de tus manos y propiedad tuya… mi único deber es servirte. Reconozco, Dios mío, haber olvidado, todo esto. Son innumerables las veces que he obrado como si fuera dueño de mí mismo, portándome como un rebelde, buscando no la tuya sino mi propia satisfacción. Me he endurecido hasta el punto de no darme cuenta ya de mi error, de no sentir ya horror al pecado, de no odiarlo ya y temerlo, como debiera. El pecado no produce en mí ni aversión ni repugnancia: al contrario, en lugar de indignarme como de un insulto dirigido a tí, me tomo la libertad de juguetear con él, y aunque no llego a pecar gravemente, me adapto sin gran dificultad a faltas más leves. ¡Dios, que espantosamente distinto estoy de como debiera ser! .
“Barrabás es un hombre que se cruzó en la vida Cristo. Fue utilizado por un hombre débil y salvado por hombres también débiles. Su salvación llevó a los que le defendían al pecado gravísimo de condenar a un inocente. Pilato y el pueblo no rechazaron las componendas con el mal y cayeron en acciones repugnantes para cualquier conciencia, y más para ellos que sabían bien lo que hacían: ¡Señor, que no elija a nada ni nadie antes que a Ti, que aborrezca el pecado venial!“
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