Por Cecilia Arratia
Fueron siete palabras las que Tú, mi amado Jesús,pronunciaste en la Cruz. No querías irte sin antes dejarnos este hermoso legado de las siete palabras pronunciadas en la Cruz. Ya no tenías fuerza, todo lo habías entregado, tu Sangre prácticamente había sido derramada toda, tu Cuerpo no tenía un pedacito sano, todo estaba flagelado, lleno de llagas por las que seguía corriendo tu Sangre, tu cara golpeada, tu cabeza coronada de gruesas espinas, tus manos y tus pies taladrados por enormes clavos, tus huesos dislocados;pero haces un último esfuerzo y hablas. Hablas a los que en ese momento estaban cerca de tu Cruz, me hablas a mí, nos hablas a todos.
Cuanto esfuerzo tuviste que hacer, cuanto dolor debiste soportar para hablarme, para hablarnos. Colgabas de la cruz, apenas podías respirar, te apoyas en tus divinos pies traspasados por los clavos, difícilmente tomas aire y en lugar de descansar un poco, hablas: “Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen”. Señor,¡ cuánto amor!, estas ahí, flagelado, escupido, insultado, desnudo, coronado de espinas, burlado y pides al Padre que nos perdone. En aquel momento algunos no sabían lo que hacían, pero ahora nosotros, nosotros que sabemos quién eres te seguimos crucificando con nuestros pecados y tú sigues diciendo “Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen”. ¡Gracias, Señor!
Estas en la Cruz, en medio de dos malhechores, uno de ellos se burla de ti, está rabioso por lo que le ha sucedido. El otro ha mirado tus ojos y en ellos ha visto toda tu majestad. Cierto, estas allí crucificado también, pero él sabe quien eres tú y por eso te pide “Jesús, acuérdate de mi cuando llegues a tu Reino”. Lo miras con amor, de que otra manera puedes tú mirar, sino derramando todo tu amor y le dices “Yo te aseguro que hoy estarás conmigo en el Paraíso”. ¡Cuánta es tu misericordia!, el buen ladrón solo tuvo que reconocerte para que tú lo perdones y le obsequies el estar contigo en el Paraíso. Señor, nosotros a veces estamos ciegos como el ladrón que te insultaba, no queremos mirarte, no te creemos y por eso nuestra vida transcurre en la oscuridad, porque no vemos la luz que sale de tus ojos, esos benditos ojos, hermosos ojos, que irradian bondad, amor, luz. ¡Quítanos Señor, esa venda de los ojos y haz que te reconozcamos ahí en tu cruz y en la cruz de todos nuestros hermanos!
Tu mirada se posa en una mujer, ¿quién es esa mujer que esta al pie de tu cruz con el corazón traspasado de dolor? Es tu Madre, que ha estado contigo todo el tiempo, sufriendo, sintiendo cada uno de los golpes, salivazos, insultos, todo lo ha hecho suyo, como no, Señor, si es tu Madre, la mujer que te compartió su sangre y su carne, la mujer que te amo como al tesoro más preciado de su vida. Ella hubiera querido estar en esa cruz en vez de ti, pero no era posible, el Padre así lo había dispuesto y ella seguía aún ahora diciendo “Sí, hágase Tú voluntad”. Con ella está Juan, ese discípulo tuyo al que tanto amabas y que él tanto te amaba, también él te ha acompañado en toda tu pasión, y le ha dado consuelo, si es que lo pudiera haber, a María. La miras y le dices: “Mujer, ahí tienes a tú hijo” y dirigiéndote a Juan le dices “Ahí tienes a tu Madre”.Señor, todo lo has dado, y ahora también entregas a lo más preciado que tiene cualquier hijo, entregas a tuMadre a Juan, pero no solo a él, la estas entregando a toda la humanidad y Ella acepta esta entrega volviendo a decir “Sí”. Que ingratos somos Señor, tenemos a nuestra Madre que es la tuya y no la respetamos y amamos como debiéramos, no la llevamos a vivir con nosotros, no la cuidamos y hasta a veces nos olvidamos de Ella. Ayúdanos Señor, a abrir nuestros corazones, nuestras vidas, nuestras casas a María y que con nuestro amor podamos darle consuelo a ese corazón traspasado de dolor.
Continúas en la cruz, que dolor tan grande debes estar sufriendo física y moralmente, vuelves a hacer un esfuerzo, te vuelves a apoyar en tus hermosos pies y dices: “Tengo sed”, tienes sed Señor, sed de amor, sed de misericordia, sed de almas que se entreguen a ti, para que como tú hagan la voluntad de tu Padre.¡Cuánto quieres perdonar, cuánto quieres salvar! y nosotros no te lo permitimos, estamos tan sumergidos en la vorágine del mundo que nos lleva por caminos tan lejanos al tuyo y no escuchamos cuando nos dices: “tengo sed de ti, tengo sed de que vengas a mi y pueda yo perdonar tus pecados y pueda yo darte la felicidad que tanto anhelas, y pueda yo llenar tu corazón de paz y de amor, un amor infinito. Ven, acércate a mí, sacia mi sed que yo saciare la tuya.”
Ha pasado ya mucho tiempo Señor y tú sigues allí en tu cruz. De repente miras al cielo y preguntas: “Dios mío, Dios mío, ¿Por qué me has abandonado?” Te sientes abandonado, te abandonan las fuerzas, miras a tu alrededor y sigues viendo el odio de tantos que te han llevado a la cruz y por un momento te sientes abandonado por tu Padre. Señor, yo estoy contigo, sé que nada soy y también sé que en mi vida también he sido de aquellos que te han crucificado, pero ahora llorando mis pecados, mi indiferencia, mi falta de amor a ti quiero estar contigo, déjame Señor abrazarme a tu cruz, clávame a ella para que pueda yo acompañarte en tanto dolor y tanta entrega.
Vuelves a hablar, ahora pronuncias estas palabras:“Todo esta cumplido”. Si Señor, todo por lo cual quisiste hacerte hombre, esta hecho. Has venido a nosotros, te has hecho uno de nosotros, tú, mi Señor, el Rey del Universo, el por quien todo fue hecho, te has anonadado por amor a nosotros tus criaturas, nos has enseñado con tu propia vida a vivir en el amor, en la paz, en la armonía. ¿Que has dejado de dar Señor? Nada. Has dado salud de cuerpo y de alma a todos aquellos que se han acercado a ti con fe. Has dado tus enseñanzas sin pensar ni por un momento en ti, te has entregado en ayuda, servicio, amor para todos y ahora ni siquiera te has quedado con tu carne y con tu sangre, también nos las has entregado, para cargar en la cruz con todos nuestros pecados, para que podamos salvarnos y algún día gozar de tu presencia. Si, Señor, todo esta cumplido. ¡Cuánto amor, Señor, nos has tenido!, y nosotros cuan poco te amamos. Ayúdanos Señor, a entregarnos a ti y a nuestros hermanos así como tú nos has enseñado, ayúdanos a amar, a servir, a ayudar, a consolar, a dar la vida por los demás, para que así algún día, el día que tú nos quieras llamar a tu lado podamos decir junto contigo: Todo lo que tu Señorquerías de mi, esta cumplido.
Han pasado tres horas y tú en el suplicio, ya no queda sangre en tu cuerpo, ya no queda vida en ese cuerpo precioso, entregado totalmente por nosotros. Haces un último esfuerzo y pronuncias tus últimas palabras:“Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu” y expiras. Gracias, Señor, por el amor tan grande que has tenido por todos nosotros, aún cuando somos unos hijos muy ingratos que no te sabemos amar como debiéramos. Has muerto para darnos la Vida, ¿Por qué Señor, no nos damos cuenta de eso? ¿Por qué Señor, seguimos tan ciegos aún cuando te miramos clavado en la cruz hecho pedazos? ¿Por qué Señor, queremos estar muertos en vida, en lugar de tener Vida aún después de muertos? Somos muy duros de corazón Señor, y por nosotros mismos no podemos hacer nuestro corazón de carne, ayúdanos Jesús mío a cambiar, a que cuando te volvamos a mirar en la cruz, nuestro corazón sienta esa lanza que traspasó tu corazón, traspasando el nuestro, abriéndolo a tu amor, para que se queden atrás tantos rencores, tantos pecados, tanta incomprensión, tanto juicio a los demás, y así con nuestro corazón abierto podamos ver nuestras miserias, y con lágrimas de sangre pidamos tu perdón y así poder ser ese hijo que tu has pensado desde siempre, ayúdame a ser un instrumento de tu amor.
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