viernes, 7 de septiembre de 2012

El Silencio


LOS DOCE, GRADOS DEL SILENCIO


Sor Amada de Jesús (Carmelita)

La vida interior podría consistir en esta sola palabra

¡Silencio! El silencio prepara los santos; él los comienza, los continúa y, los acaba. Dios, que es eterno, no dice más que una sola palabra, que es el Verbo. Del mismo modo, sería deseable que todas nuestras palabras digan Jesús directa o indirectamente. Esta palabra: silencio ¡cuán hermosa es!

1° Hablar poco a las creaturas y mucho a Dios

Este es el primer paso, pero indispensable, en las vías solitarias del silencio. En esta escuela es donde se enseñan los elementos que disponen a la unión divina. Aquí el alma estudia v profundiza esta vírtud, en el espíritu del Evangelio, en el espíritu de la Regla que abrazó, respetando los lugares consagrados las personas, y sobre todo esta lengua en que tan a menudo descansa el Verbo o la Palabra del Padre, el Verbo hecho carne. Silencio al mundo, silencio a las noticias, silencio con las almas más justas: la voz de un Angel turbó a María...

2° Silencio en el trabajo, en los movimientos

Silencio en el porte, silencio de los ojos, de tos oídos, de la voz; silencio de todo el ser exterior, que prepara al alma a pasar a Dios. El alma merece tanto como puede, por estos primeros esfuerzos en escuchar la voz del Señor. ¡Qué bien recompensado es este primer paso!

Dios la llama al desierto, y por eso.; en este segundo estado, el alma aparta todo lo que podría distraerla; se aleja del ruido, y huye sola hacia Aquél que solo es. Allí ella saboreará las primicias de la unión divina y el celo de su Dios. Es el silencio del recogimiento, o el recogimiento en el silencio.

3° Silencio de la imaginación

Esta facultad es la primera en llamar a la puerta cerrada, del jardín del Esposo; con ella vienen las emociones ajenas, las vagas impresiones, las tristezas. Pero en este lugar retirado, el alma dará al Bien Amado pruebas de su amor. Presentará a esta potencia, que no puede ser destruida, las bellezas del cielo, los encantos de su Señor, las escenas del Calvario, las perfecciones de su Dios. Entonces, también ella permanecerá en el silencio, y será la sirvienta silenciosa del Amor divino.

4° Silencio de la memoria

Silencio al pasado... olvido. Hay que saturar esta facultad con el recuerdo de las misericordias de Dios... Es el agradecimiento en el silencio, es el silencio de la acción de gracias.

5° Silencio a las creaturas

¡Oh, miseria de nuestra condición presente! A menudo el alma, atenta a sí misma, se sorprende conversando interiormente con las creaturas, respondiendo en su nombre. ¡Oh, humillación que hizo gemir a los santos! En ese momento esta alma debe retirarse dulcemente a las más íntimas profundidades de este lugar escondido, donde descansa la Majestad inaccesible del Santo de los santos, y donde Jesús, su consolador v su Dios, se descubrirá a ella, le revelará sus secretos, v le hará probar la bienaventuranza futura. Entonces le dará un amargo disgusto para todo lo que no es El, y todo lo que es de la tierra. dejará poco a poco de distraerla.

6° Silencio del corazón

Si la lengua está muda, si los sentidos se encuentran en la calma, si la imaginación, la memoria y las creaturas se callan y hacen silencio, si no alrededor, si al menos en lo íntimo de esta alma de esposa, el corazón hará poco ruido. Silencio de los afectos, de las antipatías, silencio de los deseos en lo que tienen de dema siado ardiente, silencio del celo en lo que tiene de indiscreto; silencio del fervor en lo que tiene de exagerado: silencio hasta en los suspiros... Silencio del amor en lo que tiene de exaltado, no de esa exaltación de que Dios es autor, sino de aquella en que se mezcla la naturaleza. El silencio del amor, es el amor en el silencio...

Es el silencio ante Dios, suma belleza, bondad, perfección... Silencio que no tiene nada de molesto, de forzado; este silencio no daña a la ternura, al vigor de este amor, de modo semejante a como el reconocimiento de las faltas no daña tampoco al silencio de la humildad, ni el batir de las alas de los ángeles de que habla el profeta al silencio de su obediencia, ni el fiat al silencio de Getsemaní, ni el Sanctus eterno al silencio de los serafines...

Un corazón en el silencio es un corazón de virgen, es una melodía para el corazón de Dios. La lámpara se consume sin ruido ante el Sagrario, y el incienso sube en silencio hasta el trono del Salvador: así es el silencio del amor. En los grados precedentes, el silencio era todavía la queja de la tierra; en éste el alma, a causa de su pureza, empieza a aprender la primera nota de este cántico sagrado que es el cántico de los cielos.

7° Silencio de la naturaleza, del amor propio

Silencio a la vista de la propia corrupción, de la propia incapacidad. Silencio del alma que se complace en su bajeza. Silencio a las alabanzas, a la estima. Silencio ante los desprecios, las preferencias, las murmuraciones; es el silencio de la dulzura y de la humildad. Silencio de la naturaleza ante las alegrías o los placeres. La flor se abre en silencio y su perfume alaba en silencio al creador: el alma interior debe hacer lo mismo. Silencio de la naturaleza en la pena o en la contradicción. Silencio en los ayunos, en las vigilias, en las fatigas, en el frío y el calor. Silencio en la salud, en la enfermedad, en la privación de todas las cosas: es el silencio elocuente de la verdadera pobreza y de la penitencia; es el silencio tan amable de la muerte a todo lo creado y humano. Es el silencio del yo humano transformándose en el querer divino. Los estremecimientos de la naturaleza no podrían turbar este silencio, porque está por encima de la naturaleza.

8° Silencio del espíritu

Hacer callar los pensamientos inútiles, los pensamientos agradables y naturales; sólo éstos dañan al silencio del espíritu, y, no el pensamiento en sí mismo, que no puede dejar de existir. ¡Nuestro espíritu quiere la verdad, y nosotros le damos la mentira! ¡Ahora bien, la verdad esencial es Dios! ¡Dios basta a su propia inteligencia divina, y no basta a la pobre inteligencia humana!

Por lo que mira a una contemplación de Dios sostenida, inmediata, no es posible en la debilidad de la carne, a no ser que Dios conceda un puro don de su bondad; pero el silencio en los ejercicios propios del espíritu consiste; en relación a la fe, en contentarse con su luz oscura. Silencio a los razonamientos sutiles que debilitan la voluntad v disecan el amor. Silencio en la intención: pureza, simplicidad; silencio a las búsquedas personales; en la meditación, silencio a la curiosidad; en la oración, silencio a las propias operaciones, que no hacen más que obstaculizar la obra de Dios. Silencio al orgullo que se busca en todo, siempre y en todas partes; que quiere lo bello, el bien, lo sublime; es el silencio de la santa simplicidad; del desprendí-miento total de la rectitud.

Un espíritu que combate contra tales enemigos es semejante a esos ángeles que ven sin cesar la Faz de Dios. Esta es la inteligencia, siempre en el silencio, que Dios eleva hasta sí.

9° Silencio del juicio

Silencio cuanto a las personas, silencio cuanto a las cosas. No juzgar, no dejar ver la propia opinión. No tener opinión a veces, es decir, ceder con simplicidad, si nada se opone a ello por prudencia o por caridad. Es el silencio de la bienaventurada. y santa infancia, es el silencio de los perfectos, el silencio de los ángeles y de los arcángeles, cuando siguen las órdenes de Dios. ¡Es el silencio del Verbo encarnado!

10° Silencio de la voluntad

El silencio a los mandamientos, el silencio a las santas leyes de la regla, no es, por decirlo así, más que el silencio exterior de la propia. Voluntad. El Señor tiene algo que enseñarnos de mas profundo y de más difícil: el silencio del esclavo bajo los golpes de su amo. Pero ¡feliz esclavo, pues el Amo es Dios! Este silencio es el de la víctima sobre el altar, es el silencio del cordero que es despojado de su vellocino, es el silencio en las tinieblas, silencio que impide pedir la luz, al menos la que alegra. Es el silencio en las angustias del corazón, en los dolores del alma.; el silencio de un alma que se vio favorecida por su Dios, y que, sintiéndose rechazada por El; no pronuncia ni siquiera estas palabras: ¿Por qué? ¿Hasta cuándo? Es el silencio en el abandono, el silencio bajo la severidad de la mirarla de Dios, bajo el peso de su mano divina; el silencio sin otra queja que la del amor. Es el silencio de la crucifixión, es más que el silencio de los mártires, es el silencio de la agonía de Jesucristo. Si, este silencio es su divino silencio, y nada es comparable a su voz, nada resiste a su oración, nada es más digno de Dios que esta clase de alabanza en el dolor, que este fiat en el lagar; que este silencio en el trabajo de la muerte.

Mientras esta voluntad humilde y libre, verdadero holocausto de amor, se destroza v se destruye para la gloria del nombre de Dios, El la transforma en su voluntad divina. Entonces ¿qué falta para su perfección? ¿Qué se requiere todavía para la unión? ¿Qué falta para que Cristo sea acabado en esta alma? Dos cosas: la primera es el último suspiro del ser humano, la segunda es una dulce atención al Bien Amado cuyo beso divino es la inefable recompensa.

11° Silencio consigo mismo

No hablarse interiormente, no escucharse, no quejarse ni consolarse. En una palabra, callarse consigo mismo, olvidarse a si mismo, dejarse solo, completamente solo con Dios; huirse, separarse de sí mismo. Este es el silencio más difícil, y sin embargo es esencial para unirse a Dios tan perfectamente como pueda hacerlo una pobre creatura, que, con la gracia, llega a menudo hasta aquí, pero se detiene en este grado, por que no lo comprende y lo practica menos aún. Es el silencio de la nada. Es más heroico que el silencio de la muerte.

12° Silencio con Dios

Al comienzo Dios decía al alma: "Habla poco a las creaturas y mucho conmigo”. Aquí le dice. "No me hables más”. El silencio con Dios es adherirse a Dios, presentarse y exponerse ante Dios, ofrecerse a El, aniquilarse ante El, adorarlo, amarlo, escucharlo, oírlo, descansar en El. Es el silencio de la eternidad; es la unión del alma con Dios.

El silencio de Dios


Muchas veces nos preguntamos por qué razón Dios no nos contesta, o se queda callado o por qué permite circunstancias difíciles y aparentemente injustas.

El silencio de Dios


El silencio de Dios

Los hombres nos acostumbramos a querer tener respuestas a todos los interrogantes, más aún, cuando alguno de ellos tiene el aspecto de fracaso, injusticia o falta de sentido común, nuestro interior se debate y se revela en cuestionamientos y en querer dar las respuestas que nos parecen más acertadas.

El silencio de Dios; la vida de Dios está rodeada de silencio. La maravillosa creación del hombre y su gestación, toda ella se va realizando en el silencioso vientre de una madre; la eterna generación de su Hijo Jesucristo, la Encarnación, se tiene en medio del silencio "en medio del silencio" (Sal 18, 4ss). "Una palabra habló el Padre, que fue su Hijo, y ésta habla siempre con eterno silencio" (San Juan de la Cruz, Max 21).

El silencio de la creación, los espectáculos más grandiosos de la naturaleza, se desenvuelven en perfecto silencio: un amanecer, el correr de un río, el espejo de un lago, el volar de un cóndor, el influjo del silencio, ha dado origen a obras maestras del pensamiento y del arte: San Juan de la Cruz, Beethoven, Miguel Ángel, etc. Así es el silencio de Dios, un silencio que se convierte en prudencia y espera.

"La prudencia es la virtud que dispone la razón práctica a discernir en toda circunstancia nuestro verdadero bien y a elegir los medios rectos para realizarlo".

Nuestra vida se desarrolla en una serie continua de elecciones. Un vestido o un trabajo, una escuela o un tipo de cerradura, una comida o un paseo: a todas horas, en todos los lugares, hemos de decidir. Las decisiones siempre miran a un objetivo: lo bueno, lo correcto. Los problemas surgen cuando "parece bueno" lo que no lo es. El paraguas más brillante resulta estar lleno de agujeros. El coche que parecía nuevo, tiene serios problemas en los amortiguadores porque ya había sido usado. La tarde espléndida empleada en un paseo para oxigenar los pulmones se ha convertido en el inicio de una gripe insidiosa por culpa de un vientecillo engañoso. Vemos así, que casi todo lo que escogemos "parece ser bueno", cuando no lo era.

Otras veces, eso "bueno" nos daña de mil maneras insospechadas: o porque nos hace egoístas, o porque nos lleva a ser avaros, o porque destruye las relaciones familiares, o porque nos impide amar a Dios sobre todas las cosas. Espero que esta historia, te aclare un poquito más esa necesidad del silencio y de la prudencia.

Una antigua leyenda noruega nos habla de un hombre llamado Haakon, que cuidaba una ermita, a ella acudía la gente a orar con mucha devoción. En esta ermita había una cruz muy antigua. Muchos acudían ahí para pedirle a Cristo algún milagro. Un día, el ermitaño Haakon quiso pedirle un favor, le impulsaba un sentimiento generoso. Se arrodilló ante la cruz y dijo: "Señor, quiero padecer por Tí, déjame ocupar tu puesto, quiero reemplazarte en la Cruz.", y se quedó fijo con la mirada puesta en la imagen, como esperando la respuesta.

El Señor abrió sus labios y habló. Sus palabras cayeron de lo alto, susurrantes y amonestadoras: "Hermano mío, accedo a tu deseo, pero ha de ser con una condición".

¿Cuál Señor? -preguntó con acento suplicante Haakon-. "Es una condición difícil", -¡estoy dispuesto a cumplirla con tu ayuda, Señor!-. "Escucha. Suceda lo que suceda, y veas lo que veas, has de guardarte en silencio siempre". Haakon contestó: ¡Te lo prometo, Señor! y se efectuó el cambio. Nadie advirtió el trueque. Nadie reconoció al ermitaño colgado con los clavos en la Cruz.

El Señor ocupaba el puesto de Haakon, y éste, por largo tiempo, cumplió el compromiso. A nadie dijo nada, pero un día llegó un rico; después de haber orado, dejó ahí olvidada su cartera. Haakon lo vió y calló; tampoco dijo nada cuando un pobre vino dos horas después y se apropió de la cartera del rico. Ni tampoco dijo nada cuando un muchacho se postró ante él poco después, para pedirle su gracia antes de emprender un largo viaje. Pero en ese momento, volvió a entrar el rico en busca de la bolsa. Al no hallarla, pensó que el muchacho se la había apropiado. El rico se volvió al joven y le dijo iracundo: "¡Dame la bolsa que me has robado!". El joven sorprendido replicó: "¡No he robado ninguna bolsa!". "¡No mientas, devuélvemela enseguida!". "¡Le repito que no he tomado ninguna bolsa!". El rico arremetió furioso contra él.

Sonó entonces una voz fuerte: "¡Detente!". El rico miró hacia arriba y vio que la imagen le hablaba. Haakon, que no pudo permanecer en silencio, gritó, defendió al joven e increpó al rico por la falsa acusación. Éste quedó anonadado y salió de la ermita. El joven salió también porque tenía prisa para emprender su viaje. Cuando la ermita quedó a solas, Cristo se dirigió al monje y le dijo: "Baja de la Cruz, no sirves para ocupar Mi Puesto, no has sabido guardar silencio". "Señor, ¿cómo iba a permitir esa injusticia?". Jesús ocupó la Cruz de nuevo y el ermitaño se quedó ante la Cruz. El Señor siguió hablando:

"Tú no sabías que al rico le convenía perder la bolsa, pues llevaba en ella el precio de un vicio. El pobre, por el contrario, tenía necesidad de ese dinero. En cuanto al muchacho que iba a ser golpeado, sus heridas le hubiesen impedido realizar el viaje que para él resultaría fatal; ahora, hace unos minutos acaba de zozobrar el barco y él ha perdido la vida. Tú no sabías nada, Yo sí sé, por eso callo". Y el Señor nuevamente guardó silencio.

Muchas veces nos preguntamos por qué razón Dios no nos contesta, por qué razón Dios se queda callado o por qué el Señor permite circunstancias difíciles y aparentemente injustas. Muchos de nosotros quisiéramos que Él nos respondiera lo que deseamos oír, pero Dios no es así; Dios nos responde aún con el silencio. Él sabe lo que está haciendo y sabe lo que es mejor para cada uno de nosotros.

Ante los posibles errores y tanto daño, la virtud de la prudencia nos lleva a reflexionar con más calma, a sopesar los pros y los contras de cada decisión, y a considerar seriamente si lo que simplemente "parece" bueno lo sea en realidad. Nos permite, en otras palabras, buscar aquel bien realizable que mejor corresponda a los deseos más profundos de nuestro corazón y a estar abiertos a una visión trascendente que no entendemos en su momento. De este modo, nos será más fácil acertar a la hora de escoger lo que sea realmente bueno, y lo escogeremos siempre en un horizonte de magnanimidad que nos abra siempre a cumplir la Voluntad de Dios en nuestras vidas, como venga. En sus designios, DIOS SIEMPRE SABE LO QUE HACE.














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