lunes, 12 de agosto de 2013

Como saber si estamos frente un caso de posesión demoníaca o no


Criterios de diagnóstico.

La relación entre psiquiatría y posesión demoníaca ha sido siempre tumultuosa, desde que la mayoría de los psiquiatras descreen de patologías espirituales causadas por fenómenos externos como el demonio. En cambio los exorcistas tienen bien en claro que ante la sospecha de una posesión deben descartar primero cualquier patología psiquiátrica.

exorcismo

No podemos decir a la ligera que una persona está poseída sin considerar cuales son los componentes de una posesión y verificar si se dan en el paciente.

¿CÓMO SE PUEDE SABER SI UNA VISIÓN ES DEMONÍACA EN ORIGEN O ES UN PROBLEMA PSIQUIÁTRICO?

Lo más simple, dice el padre José Antonio Fortea, conocido exorcista, es confiar en el paso del tiempo. El tiempo es el mejor medio para discernir si algo es un problema psiquiátrico o es acción del demonio.
Si una visión, locución o algo que parece extraordinario es una enfermedad mental, se desarrollará inevitablemente. Las psicosis tienden a desarrollarse. No se quedan estancadas. Y el tiempo acaba desarrollándolas de manera tal que todo acaba quedando claro.
Pero cuando alguien viene refiriéndo un caso de visión y le piden a un teólogo que discierna, la mayor parte de las veces es absolutamente imposible. Pero al cabo de unos meses los casos más oscuros quedan claros. Y si se deja que la enfermedad siga su curso, al cabo de unos años queda claro el asunto hasta para los familiares más neófitos en esta materia.
Por poner un ejemplo, si un penitente desconocido se arrodilla en el confesonario y le dice al confesor que la Virgen le ha dicho de forma audible que le quiere y que sea buena. El sacerdote no puede saber si tiene a una persona que ha experimentado una alucinación o una locución. Probablemente ni el mejor teólogo del mundo lo podría saber.
Pero si la confiesa durante un año, la cosa estará cada vez más clara, y aun en menos tiempo. Pues si la penitente está enferma paulatinamente irá desarrollando la enfermedad y dirá que la Virgen le revela más y más cosas, y éstas cada vez más peregrinas.
Y si se deja pasar cinco años más, al final lo normal es que la enfermedad quede patente no sólo al confesor, sino hasta a sus familiares pues el carácter absurdo e ilógico de las alucinaciones suele desarrollarse ya que se trata de una enfermedad. Y las patologías mentales conforme avanzan suelen desligarse cada vez más y más de las leyes de la lógica

CRITERIOS DE DIAGNÓSTICO DE POSESIÓN

No obstante confiar en el tiempo, el padre Fortea da una serie de criterios diagnósticos que debería presentar un sujeto para que sospecháramos que padece una posesión, que serían los siguientes:
1.- Ante lo sagrado o lo religioso se da una gama de sensaciones que van, según el sujeto, desde el fastidio hasta el horror, desde la leve expresión de molestia hasta la manifestación de ira y furia.
2.- En estos casos más extremos, el horror lleva a accesos de furia, acompañados normalmente de blasfemias o insultos dirigidos hacia el objeto religioso que se ha situado en la proximidad.
3.- El enfermo en los episodios agudos de manifestación de ira furiosa, pierde la consciencia. Cuando vuelve en sí no recuerda nada. La amnesia es total y absoluta. Sin embargo, aunque no recuerde nada el sujeto durante el episodio ha padecido un cambio de personalidad mientras ha durado esa crisis de furia. Durante esa crisis una segunda personalidad emerge.
4.- Esa segunda personalidad siempre tiene un carácter maligno. Es frecuente que durante esos momentos las pupilas se vuelvan hacia arriba, o hacia abajo, dejando los ojos en blanco. Los músculos faciales se ponen frecuentemente en tensión. También las manos muestran crispación. En esos momentos de crisis, la persona articula la voz llena de odio y rabia.
5.- Acabada la crisis furiosa, la persona vuelve lentamente a la normalidad, el tránsito de vuelta a la normalidad es prácticamente similar en cuanto al tiempo y al modo al tránsito que se observa de la vuelta del estado de hipnosis al estado normal de conciencia.
6.- Fuera de las crisis furiosas en que emerge la segunda personalidad, la persona lleva una vida completamente normal, sin que esta patología afecte para nada ni a su trabajo ni a sus relaciones sociales. El sujeto aparece como una persona perfectamente cuerda. En todo momento distingue perfectamente entre la realidad y el mundo intrapsíquico, no observa una conducta delirante.
7.- En algunos casos sí exponen cosas que parecen alucinaciones sensoriales (concretamente exponen que, esporádicamente, ven sombras, sienten una difusa sensación extraña en alguna parte concreta del cuerpo u oyen crujidos). Por el contrario no oyen voces internas, ni sienten que algo les corre bajo la piel.
8.- No se observa ningún antecedente familiar que pudiera hacer pensar en patologías mentales con base genética.
Hay que añadir que no se puede considerar dentro de este campo de la posesión los casos en que el sujeto meramente dice sentir una presencia. En la mayor parte de los casos estos fenómenos de posesión se producen tras participar en algún tipo de rito esotérico: ouija, práctica de espiritismo, santería afrocubana, macumba, vudú, etc.
Este tipo de personas, tal como se ha mencionado en el punto 7, sufren alucinaciones sensoriales siempre con una temática muy precisa (la referida en el citado punto) pero no se ven afectadas por ningún tipo de delirio.
Por el contrario hay una total ausencia de construcción patológica de conjuntos de ideas que puedan justificar ese tipo de trastornos explicados en los ocho puntos anteriores. El paciente mantiene un razonamiento claro, y se muesta sumamente crítico respecto a los síntomas que él mismo describe al médico.
Es muy frecuente que comience su exposición al especialista con las palabras “va a pensar que estoy loco”, “no me va a creer” o “no sé por donde empezar”. El mismo paciente es el primero en reconocer que su discurso va a resultar poco digno de crédito. El enfermo sitúa perfectamente en el tiempo el inicio de sus trastornos. Y suele referir como causa de ellos la partipación de ese rito esotérico.
Lo verdaderamente relevante, el factor predominante, será el hecho de que en los momentos de mayor furia en los que emerge esa segunda personalidad da todos signos el paciente de sufrir un desorden disociativo de la personalidad. La presencia de una identidad distinta que toma control sobre la conducta de la persona entra plenamente en la descripción de esta patología de la disociación.
Esta segunda identidad siempre aparece con unos rasgos muy fijos: hablará con rabia, con ira, exponiendo un gran odio hacia todo lo relativo a la religión, y hablará además con la expresión facial manifestando una gran tensión. En unos pacientes esta segunda identidad es locuaz en cuyo caso manifiesta una gran procacidad en su vocabulario y expresiones blasfemas. En otros pacientes esta segunda identidad es casi muda, hablando en contadas ocasiones y de un modo extremadamente lacónico, sus intervenciones cargadas de odio y tensión tienen en común con el tipo anterior en que la voz cambia por efecto de esa ira contenida.
El pensamiento en todo momento (salvo en los momentos de trance) es claro, y esa es otra característica que suele llamar la atención de los especialistas que atienden a estos pacientes: la claridad de pensamiento, la capacidad de autocrítica, coexistiendo con los otros rasgos patológicos que por su gravedad deberían conllevar una evolución hacia una profunda desestructuración de la personalidad y el raciocinio.
Recapitulando, si un psiquiatra no supiera nada de posesiones, los síntomas que observaría en un poseso típico le llevarían a ver en él un desorden disociativo de la personalidad que provoca alucinaciones sensoriales (escasas), una aversión aguda a lo sagrado, junto con agitaciones propias de una crisis histeriforme.
Como se ve un complejo conjunto de síntomas, todos ellos en un mismo sujeto y manifestándose con simultaneidad. Ello nos lleva a rechazar las clasificaciones simplistas de aquellos que, sin haber visto un caso real, sentencian que se trata de tal o cual enfermedad mental. El cuadro sintomatológico aquí definido refleja un síndrome tan especial que no se lo puede encuadrar sin más en tal o cual apartado de la patología psiquiátrica.
Hay que admitir que nos encontramos no ante un desorden mental simple, sino ante un síndrome para el que hay que buscar un lugar específico dentro de la catalogación médica. Y un síndrome porque es un conjunto de signos y síntomas que existen a un tiempo y definen un cuadro morboso determinado. Cuadro morboso que se repite de un modo milimétrico en los pacientes que lo padecen y cuya simultaneidad en la concurrencia de esos rasgos (antes descritos) llevan a la perplejidad a los especialistas que los atienden.

DOS CASOS PSICOPATOLÓGICAMENTE INEXPLICABLES

Como ejemplo podemos citar dos ejemplos que menciona el psiquiatra Prof. Dr. Aquilino Polaino-Lorente como casos de posesión.
Respecto de mi experiencia profesional en el ámbito de las manifestaciones psicopatológicas en los casos de posesión diabólica, he de informar que es muy excepcional y limitada. Después de casi treinta y seis años ejerciendo la psiquiatría clínica, he de afirmar que sólo en dos ocasiones me he visto en la necesidad de dictaminar que, tras la observación y exploración de dos supuestos pacientes, los comportamientos manifestados en ellos no podían explicarse desde la perspectiva de la nosología psiquiátrica.
EL PRIMER CASO
El primer caso tuve la oportunidad de estudiarlo hace ya más de diez años, a fin de realizar el dictamen que se me solicitaba. Se trataba de un adulto ya anciano, que residía en un país centroeuropeo. Era una persona de un alto nivel sociocultural que, a los 53 años de edad, abandonó todo (su familia, su profesión, su país) para marcharse con una prestigiosa bailarina de ballet, a la que le llevaba casi treinta años. Dos décadas después regresó a su país empobrecido y deteriorado y con manifestaciones que supuestamente permitían calificarle como un enfermo psiquiátrico.
La exploración psicopatológica puso de manifiesto en esta persona un perfil sintomático compatible con el diagnóstico de trastorno de inestabilidad emocional de la personalidad. Sin embargo, la solicitud que se hacía en la peritación no se dirigía sólo a que informase acerca de las manifestaciones clínicas que hubiera podido encontrar en esta persona sino que, principalmente, debía pronunciarme acerca de si las manifestaciones expresadas por ella, precisamente en el contexto de las sesiones de exorcismo a las que el paciente estaba sometido, podían o no ser calificadas como psicopatológicas.
En favor de la brevedad aquí exigida, me ocupare de sólo dos de las manifestaciones que presencié en esta persona durante una sesión de exorcismo.
La primera de ellas consistió en que, sin haber tenido ningún contacto a lo largo de su vida con el arameo ni con ninguna otra persona que lo hablase, era capaz de comprender y hablar esta lengua, cuando “estaba en trance”, durante la sesión de exorcismo. En esas circunstancias, esta persona sabía discernir el significado de las preguntas que se le hacían y de las afirmaciones que en esa misma lengua oía.
Cuando esas afirmaciones tenían un contenido religioso o se le mandaba con cierto imperio, en nombre de Dios, que alabara a Dios o besara un crucifijo, respondía con palabras blasfemas a las que seguía un comportamiento radicalmente agresivo y, desde luego, hasta lesivo para las tres personas que le acompañaban. Por el contrario, cuando el exorcista le hablaba en esa misma lengua aramea de otros temas no religiosos cuyo contenido era más bien indiferente o neutro, el supuesto paciente no respondía en absoluto, sino que guardaba silencio y adoptaba el comportamiento normal que en él era el habitual.
La otra manifestación observada consistía en que era capaz de predecir, sin ningún error, si en el lugar en el que estábamos había o no algún objeto que tuviera alguna connotación religiosa o cristiana (un crucifijo, un rosario, etc.). Las circunstancias en que acontecía esta segunda manifestación aseguraban la imposibilidad de que esta persona se percatara de la presencia o ausencia de tales objetos, puesto que estaba echado sobre una camilla, con los ojos continuamente cerrados y las personas salían y entraban de la habitación sin hacer ningún ruido, llevando o no los objetos referidos en sus bolsillos, sin que ninguna de las personas allí presentes fueran capaces de detectarlos.
En este paciente concurrían, pues, las dos cosas: un conjunto de síntomas compatibles con el diagnóstico a que ya se aludió y ciertos comportamientos para los que la actual psicopatología no dispone de ninguna explicación.
Años más tarde fui informado de el paciente pidió la ayuda al demonio, a los 53 años, para conseguir su fin de “enamorar y marcharse con la bailarina”, a cambio de lo cual juró servirle de por vida.
EL SEGUNDO CASO
El otro caso excepcional lo he estudiado en fecha reciente. Se trataba de una joven, estudiante universitaria, que venía padeciendo de dolores incurables, a pesar de haber visitado a varios especialistas, con malestar generalizado, fracaso en los estudios, imposibilidad de concentrarse, y que se comportaba de forma muy extraña en las sesiones de exorcismo que le estaban practicando. También en este caso fui consultado a fin de emitir un informa acerca de las manifestaciones que justamente se presentaban en ella en el transcurso de las sesiones de exorcismo. Sólo mencionaré un hecho pues entiendo que no disponemos de más tiempo.
En el curso de la sesión que fui invitado a presenciar, además de otras muchas manifestaciones de evidente oposición en todo lo que se refiriese a la piedad y al culto divino, opté por tratar de explorar si era sensible, en ese estado, a la recepción comprensiva de una lengua que, según me constaba, en absoluto conocía.
En esas circunstancias, me atreví a ordenarle que repitiese ciertas frases, en alemán, relativas al culto a Dios. Sus respuestas no se hicieron de esperar, si no que, de forma súbita, arqueaba todo su cuerpo en disposición de ataque, profería insultos y hacía gestos de una violencia incontenible, de la que forzosamente tuve que apartarme a fin de no ser fatalmente alcanzado por ella.
En cambio, cuando en esa misma lengua alemana, le formulaba preguntas de contenido no religioso o sobre temas irrelevantes, jamás se produjo en ella ninguna respuesta.
En opinión de la madre de esta chica, a la que entrevisté a solas, los síntomas de su hija habían comenzado a presentarse en ella a raíz de que una compañera blasfema le formulara un maleficio.
La entrevista que mantuve con la supuesta paciente, fuera del contexto de la sesión de exorcismo, no me permitió en este caso, tras un afinado y extenso diálogo exploratorio, llegar a conclusión alguna respecto de la identificación, apresamiento y comprobación de signos, señales o síntomas de naturaleza psicopatológica. De donde inferí y sostuve que no disponía de ninguna explicación psiquiátrica para las conductas antes relatadas.


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