Voy a tratar de relatarles de una
manera sencilla, algunos aspectos de mi vida; en todo caso los más
relacionados con mi vida religiosa y haciendo énfasis en la
mistificación religiosa en que yo caí, buscando a Dios por un camino
equivocado. Pero gracias a la misericordia Divina encontré el camino
recto, el camino de la verdad, y se obró en mí una conversión;
conversión que ha ido creciendo y madurando a través de los años y
fortaleciéndome espiritualmente.
Ha llenado mi pobre mente del verdadero significado de ser católico - de
ser hijo de Dios y templo vivo del Espíritu Santo, de sentir que la
gracia de Dios me llena y reboza mi corazón, al saberme amado por un
Dios que se nos entrega en la Eucaristía en la más sublime de las
experiencias.
Hace 35 años había dejado mi patria
obligado por la represión. Un mes después que yo llegué a EE.UU., todos
mis compañeros cayeron bajo las balas de la tiranía. Yo me sentí
desconsolado no solo por la pérdida de gente querida sino por haberlos
dejado. Pensé, "qué cobarde soy"; y me preguntaba, "¿porqué ellos y no
yo?" La amargura llenaba mi alma y el odio tan profundo que sentía
llenaba mis días. Mis nervios explotaban por cualquier cosa, tenía
deseos de pelear, de desahogar mi furia con alguien. Así fue pasando el
tiempo y un compañero de trabajo me invitó en varias ocasiones a
reuniones que se celebraban en su casa y lo que hacían era rezar. Y yo
me preguntaba, ¿rezar, si ya se me había olvidado cómo hacerlo, y además
Dios tiene un mundo entero de gente, porqué se va a fijar en mí?
Pero tanto dio ese amigo que fui a su
casa, y allí conocí a su señora, una gran persona y a varias más; y
después de las presentaciones empezó la reunión. Había un vaso de agua
en una mesita que tenía un mantel blanco y dentro del vaso un crucifijo.
En un rincón de la sala estaba otra mesa, muchos vasos y velas. A eso
se le llamaba la "Bóveda Espiritual." Que conste mis queridos amigos,
que no me estoy burlando ni estoy atacando a nadie, respeto mucho la
manera de sentir y actuar de los demás.
Y esa fue mí primera experiencia de una
Reunión Espiritual. Hubieron muchas más, y dentro de ese ambiente nuevo
para mí, fui conociendo a más y más personas y me sentí un poco mejor.
De todos modos, no hacíamos nada malo ya que rezábamos, aunque algo me
inquietaba. ¿Estaba bien que llamáramos a los muertos? ¿No dice la
Biblia que el alma viene de Dios y debe regresar a Dios? ¿Quiénes éramos
nosotros para romper esa ley divina? Eso me inquietaba, pero me lo
quitaba de la mente y trataba de pensar en otra cosa. Sin embargo,
volvía a mi mente esa inquietud y en todo este proceso, yo no había
conocido a nadie que fuera a la Iglesia o que practicara una religión,
que se me acercara y me dijera si yo estaba bien o mal.
Empezaron a ir a nuestras reuniones
personas que practicaban la Santería. Aquí voy a hacer un alto en mi
relato y les voy a explicar un poco sobre lo que es la Santería. El
nombre verdadero es Religión Somba Lucumí. (Lucumí quiere decir "yo soy
tu amigo", que es lo que les decían a esos pobres negros los que los
esclavizaban durante la colonización de América.) Ellos hablaban tres
lenguas: el Somba, el Ejito y el Fon. Las dos primeras eran de Nigeria y
la última de Dohomey. La Santería no es Brujería o Magia Negra, esta
encierra en sí un sentido activo del mal que no aparece en la Santería.
La Santería del Caribe por lo general no practica el mal. Por el
contrario, busca la protección del Santo contra todo lo malo que hay en
el mundo. La Santería no es Vudú, que es una de las tantas religiones
que llegaron del Africa, ésta se quedó en Haití y tiene bastante
relación con la Magia Negra. La Santería no es Espiritismo, pues el que
lo practica trata de comunicarse con un espíritu por medio de un médium,
aunque en la Santería también se observa el fenómeno de la posesión. No
es extraño ver en casa de un santero un crucifijo en un vaso de agua;
como tampoco es extraño ver a un espiritista usar yerbas para hacer un
despojo. La Santería tampoco es ñañiguismo; el termino ñáñigo se aplica
solamente a la sociedad secreta Abakuá.
Muchas de las personas que conocí en las
reuniones Espiritistas me simpatizaron y me invitaron a sus casas a ver
su "cuarto de Santo" o "sopera". En realidad no puedo precisar cuándo y
en qué momento fue que yo me involucré completamente en los ritos,
consultas con cocos y toque de Santo. Pero sí puedo decirles que recibí
collares de mi Padrino, un santero, (el que te pone collares es tu
Padrino), y participé en el sacrificio de animales junto a un Babalao.
(Las mujeres o los homosexuales no pueden ser Babalaos, solo Santeros.)
Así pasaron años, entre espiritistas y Santeros que trataron de hacerme
Santo sin costarme nada pero yo siempre me negué. Habían cosas que no me
acababan de gustar y una de éstas era que los Santeros se criticaban
unos a otros y la falta de amor que se veía entre ellos. Creo que Dios
estaba empezando a obrar en mí, pues mi señora muchas veces me pedía ir a
Misa y yo la complacía y allí en la tranquilidad del Templo, sentía yo
una paz, una tranquilidad tan grande. Era como si el tiempo se
detuviera, como si retrocediera y cerrara los ojos y me veía en aquella
iglesita del barrio donde yo vivía, recibiendo mi Primera Comunión.
Volvía a sentir la alegría de aquel gran día. Cuando terminaba la Misa,
me quedaba hablando con personas de esa parroquia, en realidad me sentía
bien.
Habían pasado años (creo que 10) y había
creado una gran reputación como espiritista y conocía tanto de la regla
de Ocha como cualquiera que llevara la vida en eso. Y Dios seguía
trabajando lentamente en mi mente y en mi corazón y me ponía personas en
mi camino, que me daban mucho para meditar. También había algo que me
inquietaba. Soñaba con mucha regularidad con un sacerdote que me miraba
fijamente y se sonreía. Tenía una cara simpática y me decía: "deja en lo
que estás, ¿no te das cuenta de que estás buscando en el camino
equivocado? Me despertaba y me parecía que lo estaba viendo. Era tan
real que a veces dudaba si era sueño o realidad, pero nunca sentí miedo y
que conste, que yo no soy muy valiente que digamos.
Tengo una prima en Miami muy activa en
la Iglesia y que siempre mantuvo una comunicación muy estrecha conmigo y
venía a cada rato a mi casa y aunque respetaba mis creencias, me dejaba
caer alguna crítica y de manera muy sutil algo de religión. Yo no
discutía, solo la oía, porque en mi interior sabía que tenía razón. Ya
yo estaba convencido de que tenía que dejar todo aquello. Pero el
problema de todo el que tiene collares o prendas es el miedo y yo lo
sentía; no por mí, sino por, mi esposa y mi hijo. Yo tenía que tener la
seguridad de algo o alguien que me protegiera de la ira de lo que yo iba
a dejar. Pobre de mí, que no me daba cuenta de que si ponía mi
confianza en Jesús, el Espíritu Santo tendería un manto de protección
sobre mí y mi familia y ninguna fuerza podría contra el Gran Poder de
Dios. Todo consistía en abandonarme en sus brazos. A mi prima un día le
dije, "todos mis hermanos están en mi país, esos que sufren, por ellos
daría la vida". Y mi prima me dijo, "todos somos hermanos, si es que de
verdad crees que Jesús es el hijo de Dios." Casi que me ofendí y le
dije, "siempre lo he creído, lo que sí creo es que Él me ha olvidado."
Ella se sonrió y me dijo, "¿nunca has pensado el porqué tú estás aquí y
tus amigos murieron? Y un sacerdote me preguntó: "¿No crees acaso que
Dios tiene planes contigo? Acuérdate de que los misterios de Dios nadie
los sabe."
Fue pasando el tiempo y yo fui poco a
poco abandonando las reuniones. Aquellos años de mi vida habían sido muy
duros. Primero el odio y la amargura que sembró dentro de un pueblo un
régimen ateo, después un exilio involuntario y más tarde la búsqueda de
un Dios por caminos equivocados, teniéndole tan cerca y yo tan ciego. Un
día mi hermana me dijo por teléfono: "Pedro, los caminos del Señor son
misteriosos, yo estoy segura de que tu experiencia puede ser beneficiosa
para otros que quizás estén cometiendo el mismo error involuntario."
Me involucré en todo lo que nuestra
Iglesia nos pedía, más que nada, apostolado activo en mi parroquia hasta
que la compañera que Dios me dio cayó en cama y se mantiene inválida.
No es fácil, créanme, pero yo estoy acostumbrado a luchar y ahora no
puedo temer ni fallar, pues tengo el Espíritu Santo que me fortalece y
además tengo una familia que me ama y buenos amigos a los que puedo
acudir y que también me quieren. Tengo mis días en que caigo en
depresión pero me recupero, no puedo fallarle al Señor que tanto me da.
Aunque a muchos nos incomode
reconocerlo, por lo general los que caen en estas prácticas primitivas
son personas religiosas y de fe. Pero algunos cristianos con sus
prejuicios y su ignorancia provocan una reacción contraproducente,
cuando se encuentran con devotos de la Santería. Primero la burla, la
risa de las costumbres de los que la practican por considerarlos
incivilizados e inferiores. Los que se burlan de estos creyentes
manifiestan su ignorancia frente a la búsqueda de Dios en los demás.
Hoy, después del Concilio Vaticano,
estamos obligados y comprometidos a ser evangelizadores. No estamos en
el tiempo de las Cruzadas. No es la fuerza de las armas, sino la fuerza
del amor la que tenemos que emplear. Jesús nos llama a que busquemos las
ovejas perdidas. Frente a cultos como la Santería tenemos una sola
arma: el Evangelio y recordarles a los hermanos confundidos, que Cristo
es El Camino, La Verdad y La Vida y sólo a través de Él, llegaremos al
Padre.
Nota: Pedro ha sido
llamado a dar este testimonio en muchas iglesias y especialmente a
personas que han estado involucradas en la Santería y el Espiritismo.
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