La verdad, no me sorprendió, porque en los últimos años todos me cierran las puertas. Como no me invitaron, se me ocurrió entrar sin hacer ruido, entré y me quedé en un rincón. Estaban todos bebiendo, había algunos borrachos contando chistes, y a las carcajadas. La estaban pasando en grande. Para colmo llego un viejo gordo, vestido de rojo, de barba blanca y gritando: "JO, JO, JO", parecía que había bebido de más. Se dejó caer pesadamente en un sillón y todos los niños corrieron hacia él, diciendo "¡¡SANTA CLAUS!!". ¿SANTA CLAUS? ¡Como si la fiesta fuera en su honor! Llegaron las doce de la noche y todos se saludaron, yo extendí mis brazos esperando que alguien me abrazara. ¿Y sabes? Nadie me abrazó. En otras ocasiones, a esa hora también todos salían para ver y tirar fuegos artificiales y explosivos. Comprendí entonces que yo sobraba en esa fiesta, salí sin hacer ruido, cerré la puerta y me retiré.
Tal vez crean que yo nunca lloro, pero esa noche, como otras veces, lloré. Me sentía como un ser abandonado, triste y olvidado. Me llegó tan hondo que al pasar por tu casa, tú y tu familia me invitaron a pasar, además me trataron como a un rey. Tú y tu familia realizaron una verdadera fiesta en la cual yo era el invitado de honor, además me cantaron himnos en mi honor; hacia tiempo que a nadie se le ocurría hacerlo en su hogar. Que DIOS bendiga a todas las familias como la tuya, yo jamás dejo de estar en ellas en ese día y todos los días.
Otra cosa que me asombra es que el día de mi supuesto cumpleaños en lugar de hacerme regalos a mí, se regalan unos a otros. ¿Tú que sentirías si el día de tu cumpleaños, se hicieran regalos unos a otros y a ti no te regalaran nada? Una vez alguien me dijo: ¿Cómo te voy a regalar algo si a ti nunca te veo? Ya te imaginaras lo que le dije: Regala comida, ropa, y ayuda a los pobres, visita a los enfermos a los que están solos y yo lo contaré como si me lo hubieras hecho a mí (Mateo 25:34-40).
Cada año que pasa es peor, la gente sólo piensa en las compras y los regalos, y de mí ni se acuerdan. Recuerdo lo que le sucedió a un anciano llamado Juan, un día de mi cumpleaños anduvo de casa en casa pidiendo pasar porque tenía hambre y no tenía familia, tocó en muchas puertas, sin que en ninguna lo invitaran a la mesa, se dio por vencido al ver que ni siquiera esa noche iba a sentir el calor de un hogar. Se sentó en una banqueta y se puso a llorar como un niño, yo pasé junto a él y le pregunté: ¿Qué tienes Juan? –Es que nadie me invitó a pasar– me respondió. Yo me senté a un lado de él y le dije, no te preocupes, que a mí tampoco me han dejado entrar.
Pero toda paciencia tiene su límite, aún la mía. Voy a contarte un secreto: He pensado que como nadie me invita a las fiestas que hacen, estoy pensando en hacer mi propia fiesta, una fiesta grandiosa como la que jamás nadie se ha imaginado. Una fiesta espectacular con grandes personalidades: Abraham, Moisés, el rey David y muchísimos más. Estoy haciendo los últimos arreglos, por lo que quizá todavía no sea este año. Estoy enviando muchas invitaciones y hoy, querido amigo, hay una invitación para ti. Solo quiero que me digas si quieres asistir y te reservaré un lugar y escribiré tu nombre con letras de oro en mi gran libro de invitados. A esta fiesta sólo habrá invitados con previa reservación y se quedarán afuera los que no contestaron mi invitación.
¡PREPÁRATE PORQUE CUANDO TODO ESTÉ LISTO DARÉ LA GRAN FIESTA!
Con inmenso amor,
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